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Una introducción al razonamiento económico

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Traducido por Mariano Bas Uribe

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Capítulo 2. Acción y preferencia. Parte 1

Después de terminar el capítulo 1 podemos preguntarnos ¿Qué tiene que ver todo lo anterior con la economía? En este capítulo lo descubriremos. Lo que vamos a intentar es aplicar el método deductivo con el fin de construir una ciencia de la economía. Recordemos que si llevamos a cabo esta tarea correctamente, habremos conseguido algo importante. Dado un punto de partida verdadero, nuestra conclusiones deben ser verdaderas.
 
En primer lugar, esto nos muestra un aspecto clave. ¿Qué deberíamos tomar como punto de partida? Elegir la premisa inicial errónea nos amenazaría con un desastre. Supongamos, por ejemplo, que empezamos con esta premisa: “El valor económico de un bien consiste en el trabajo necesario para fabricarlo”. Esta afirmación, como descubriremos pronto, es falsa. Cualquier cosa que deduzcamos del mismo, no está garantizado que sea verdad. Nuestras conclusiones pueden ser verdaderas, pero no lo serán porque se deduzcan de nuestro punto de partida.
 
Es fácil pensar en proposiciones verdaderas con la que podamos empezar –ése no es el problema. “2 + 2 = 4” es, indudablemente, verdadero; también lo es que “Algunos presidentes de EE.UU. han sido grandes despilfarradores”. Lo difícil es encontrar una proposición verdadera que nos lleve a resultados significativos. Afortunadamente, a través del genio del economista austriaco Ludwig von Mises, este problema está resuelto.
 

El axioma de la acción

 
El principio fundamental de la economía puede sintetizarse en tres palabras: el hombre actúa. La mayor parte del resto de este libro se dedicará a clarificar qué significa este axioma y descubrir sus implicaciones. Nuestra primera pregunta es obvia: ¿qué es actuar? Por cierto que en este axioma “hombre” se refiere tanto a hombres como a mujeres. “Hombre” es un término general que significa “ser humano”. Este es un uso perfectamente aceptable en español, dejando aparte las absurdas posturas de lo “políticamente correcto”. Sintámonos perfectamente libres de sustituir “ser humano” por “hombre” en el axioma, si así lo preferimos; no podemos cambiar a quienes prefieren modas políticas absurdas.
 
Pero estamos divagando. ¿Qué es una acción? Es más fácil dar ejemplos que ofrecer una respuesta hermética. Leer un libro, votar para un delegado de clase, hacer los deberes y jugar al fútbol son acciones. (Si tenemos la mala suerte de ir a una escuela progresiva, busquemos “deberes” en el diccionario). Cualquier actividad consciente constituye una acción –una acción es cualquier cosa que hagamos voluntariamente.
 
  1. “El axioma de la acción es trivial. Todo el mundo sabe que es verdadero. Es como decir ‘la luz roja significa pare’; no se deduce nada interesante de ello”. ¿Qué tiene de erróneo esta argumentación?
  2. Listar algunos términos como “acción” que son difíciles de definir exactamente, aunque todo el mundo sabe lo que significan.
  3. “Salvo que definamos los términos, no podemos razonar adecuadamente. Por tanto, no es suficiente con tener una idea aproximada de qué significa ‘acción’. Necesitamos una definición exacta”. ¿Es correcta esta forma de pensar? ¿Por qué sí o no? Utilizar la respuesta a la pregunta anterior como pista para ésta.
 

Acción

 
Es importante hacer aquí una distinción básica. No todo lo que le ocurre a una persona es una acción: una acción debe realizarse deliberadamente. Mientras estamos leyendo esto, nuestro corazón está latiendo (espero). Pero esto no algo que hayamos decidido hacer: es una proceso que ocurre automáticamente en nuestro cuerpo. Leer, por supuesto, es una acción. No leemos sólo por tener un periódico delante de nosotros; tenemos que decidir hacerlo; y, mientras estamos leyendo, el proceso está bajo nuestro control consciente.
Algunas acciones no requieren mucho control consciente. Para casi todo el mundo, andar se realiza sin pensar en cada uno de los pasos. No nos decimos “Pie izquierdo, pie derecho; ahora pie izquierdo de nuevo, etc.”, simplemente andamos. Sin embargo, el proceso está bajo nuestro control consciente. Imaginemos que pasaría si las cosas fueran diferentes. Supongamos que de repente nos damos cuenta de que nuestras piernas se mueven por sí solas y que nuestros esfuerzos para que estas quieran pararse no tengan éxito. Entonces no estaríamos actuando, aunque nuestro cuerpo se estuviera moviendo.
 
  1. ¿Son acciones los tics nerviosos? ¿El sonambulismo? ¿Los espasmos epilépticos?
  2. “Andar no es realmente una acción. Andar comprende otras acciones, como mover las piernas”. ¿Qué es erróneo en esta argumentación?
 
Normalmente una acción incluye algunos movimientos físicos del cuerpo. Cuando andamos, movemos las piernas; cuando leemos, nuestro cuerpo está constantemente enfocando. Algunas “acciones” no parecen necesitar movimientos físicos, por ejemplo, pensar. (están todas las cosas que ocurren en nuestro cerebro cuando pensamos, pero ¿es esto propiamente pensar? ¿Puede pensarse fuera de una entidad física? Afortunadamente, no tenemos que abordar estos asuntos aquí).
 
Pero las acciones que nos importan en economía incluyen, en su mayor parte, movimientos físicos; entre otros ejemplos podemos citar comprar, vender, invertir y trabajar. Consideraremos para nuestros propósitos el pensar como parte de la acción, en lugar de cómo una acción independiente.
 
Sin embargo, no todas las acciones externas incluyen movimiento físico. Supongamos que pensamos en ir a dar un paseo. Decidimos que no; estamos de acuerdo con lo que dijo R.M. Hutchins: “Siempre que siento que necesito hacer ejercicio, me echo un rato hasta que se me pasa”. De todas formas estamos actuando; en este contexto, quedarse es una acción.
 
Todavía hay unos pocos casos en que podemos hacer algo esperando o quedándonos quietos sin llevar a cabo ningún movimiento. Imaginemos que somos miembros del Congreso. Se ha propuesto una resolución que incrementaría los impuestos un 50%. El Presidente anuncia: “Todos los que estén a favor, que se pongan en pie; los que se opongan, permanezcan sentados”. Puesto que en el momento de esta votación hemos acabado de estudiar este libro, entendemos por qué estos impuestos son un robo. Decidimos votar “no” y, siguiendo las instrucciones del Presidente, permanecemos sentados. No nos hemos movido, pero hemos votado, igual que si, ignorando lo que es una economía sensata, nos hubiéramos levantado. Vamos a repetir de todas formas que la mayor parte de las acciones que vamos a estudiar implican movimiento físico.
 

¿Es verdadero el axioma?

 
Bien, tenemos nuestro axioma inicial y el siguiente paso parece obvio. Como hemos prometido, debemos deducir conclusiones acerca de economía a partir del mismo. Pero nos hemos dejado algo. Recordemos, debemos tener una promesa inicial verdadera para estar seguros de que las conclusiones que obtenemos de ella son verdaderas. Hasta ahora, todo lo que hemos hecho es exponer el axioma y decir unas pocas cosas acerca del mismo. ¿Pero es verdadero? Si no lo es, estaríamos en un problema, por las razones ya apuntadas.
 
Por suerte, el problema se resuelve fácilmente. ¿No es obvio que el axioma es cierto? Cuando lo explicamos, deliberadamente tomamos ejemplos como andar o leer, cosas que hacemos todos. No estaríamos leyendo este texto si no estuviéramos actuando. Si pensamos acerca de que “el hombre actúa” veremos que es absurdo dudarlo. (Si pensamos en el axioma y no vemos que sea evidentemente verdadero, quizá sería mejor abandonar la economía y probar con la sociología).
 
El axioma de la acción es, pues, una verdad de sentido común. Y esto es suficiente para que la ciencia de la economía pueda seguir adelante. A este respecto, la economía difiere de la química, la biología y (la mayor parte de) la física. En estas ciencias, normalmente necesitamos experimentar para descubrir. No es una verdad evidente y obvia que una molécula de agua está compuesta por dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno. Esto es algo que algunos científicos descubrir después de realizar cuidadosos análisis.
 
No todo lo relacionado con las ciencias físicas descansa en experimentos. Los antiguos griegos identificaron un cuerpo en el cielo al que llamaron “Hesperus”, el lucero de la tarde. Nombraron a otro cuerpo como “Phosphorus”, el lucero del alba. Una observación cuidadosa mostró que los dos cuerpos eran idénticos. “El lucero del alba es el lucero de la tarde” es una parte de la astronomía, pero no requiere experimentación para justificarse. Sin embargo, no es una verdad de sentido común: era necesaria una observación cuidadosa para descubrirla.
 
En las ciencias físicas podemos llegar a resultados erróneos si sólo nos fiamos del sentido común. Qué puede ser más obvio, por ejemplo, que el hecho de que el sol se mueve alrededor de la tierra. “Por supuesto que la Tierra no se mueve. ¡Véalo usted mismo!” dice un personaje en una obra de Goerge Bernard Shaw. Pero en realidad (o al menos eso dice la astronomía moderna) la Tierra se mueve a una enorme velocidad. El sentido común no nos informa de esto, y las observaciones de sentido común no lo refutan. “Si la tierra se mueve, nos caeríamos” no resulta una buena razón para dudar de que la Tierra se mueva.
 
Todo lo anterior sugiere un problema. Si en la ciencias físicas las observaciones de sentido común pueden resultar falsas, ¿por qué no puede pasar esto también en economía? Quizá el axioma de la acción, una aparentemente sea cierto pueda demostrarse algún día que es falso. ¿Hemos seguido un camino erróneo?
 
Nos alegrará saber que no. ¿Por qué algunos juicios de sentido común acerca del mundo físico a veces resultan equivocados? La explicación afecta a asuntos complicados de la filosofía de la ciencia, pero, básicamente, la respuesta es directa. En el mundo físico hay un nivel oculto de cosas que no están sujetas a observación directa. El sentido común puede explicar cómo es el mundo en su superficie: no nos descubre la estructura interna del mundo.
 
Pero la acción humana no es así. No hay un nivel oculto para la acción humana similar al que hay en el mundo físico: Lo que vemos es lo que hay. Dado que nosotros mismos actuamos entendemos la naturaleza de la acción directamente. No tener que adivinar la estructura interna del pensamiento. Los objetos físicos están compuestos por átomos, pero no hay “átomos de pensamiento”.
 
  1. “¡Sí hay ‘átomos de pensamiento¡’ El cerebro tiene una estructura interna, como cualquier otro objeto. Y la mente está en el cerebro. Por tanto, hay átomos de pensamiento”. Evaluar esta objeción.
  2. Ver la primera regla del movimiento de Newton. ¿Cómo contradice ésta al sentido común?
 
Podemos pensar en que los economistas deberían estar contentos de tener una base de sentido común para su disciplina, Pero algunos no lo están. En contraste con la escuela austriaca, que acepta completamente el enfoque deductivo, muchos economistas piensan que no es científico apoyarse únicamente en la deducción. La deducción juega un papel importante en economía, sin duda; pero las premisas pueden no ser aceptadas sólo porque se consideren evidentes. Aún más, lo que importa son las conclusiones que estas premisas implican. Éstas deben estar sujetas a evaluación. El que las premisas sean evidentes o incluso verdaderas importa poco, sólo las predicciones importan. Como veremos, los austriacos rechazan este punto de vista.
 
Uno de los principios básicos de economía, que estudiaremos enseguida, es la ley de la demanda. En lugar de mostrar cómo esta ley se deduce a partir de principios de sentido común, algunos economistas han realizado encuestas para descubrir si la ley es correcta. Ignoran el hecho de que si la ley hay sido deducida correctamente, descansa en una base más firme que conjeturas derivadas de datos estadísticos.
 

Más acerca de la acción.

 
Ahora que sabemos que el axioma del acción es verdadero, podemos volver a nuestra tarea principal de deducir teoremas del mismo. No hay nada difícil o extraño en hacerlo: utilizando un punto de vista de sentido común, analizaremos el concepto de acción y veremos lo que obtenemos.
 
Para empezar, toda acción tiene un objetivo o propósito. Por ejemplo, ¿por qué estamos leyendo esta página? Porque queremos averiguar que nos intentan comunicar. (El porqué de querer hacerlo es, por supuesto, otro asunto). O también, si cruzamos el aula, lo hacemos para llegar a nuestro destino: queremos ir del punto A al punto B. (En la Edad Oscura en la que íbamos a la escuela, hubiéramos usado el ejemplo de andar a la escuela: pero hay día nadie haría lago tan extraño).
 
¿Y qué es lo que deducimos del hecho de tener un objetivo? Obviamente, no hemos obtenido el objetivo todavía: en este caso, no necesitaríamos actuar: Si ya estuviéramos en el punto B, no habría necesidad de moverse allí. (En realidad, no podríamos movernos allí. Podemos quedarnos, pero eso sería una acción distinta).
 
Pero un objetivo por sí mismo no es suficiente para una acción. Volvamos al ejemplo de moverse del punto A al punto B. Es una idea tan emocionante que no podemos dejar de hacerlo. Supongamos que estamos en el punto A. Nos gustaría estar en el punto B, pero no tenemos ni idea de cómo llegar. (“¡Está al otro lado de la habitación! ¿Qué se supone que tenemos que hacer?”). Hasta ahora no hemos hecho nada. Con el fin de actuar, debemos hacer algo para alcanzar lo que deseamos. Debemos, en otras palabras, utilizar medios para lograr nuestro objetivo. En este caso, por supuesto, andar a través de la habitación es el medio para obtener el objetivo de estar en el punto B.
 
  1. Dar algunos ejemplos de acciones que hayamos realizado. Identificar las finalidades y los medios en cada una.
  2. Hay un problema difícil que no podemos contemplar en este libro, pero que podría gustarnos intentar resolverlo por nuestros propios medios: con el fin de obtener algo, tenemos que utilizar medios. Pero utilizar medios para obtener un fin es por sí mismo una acción. Al andar cruzando la habitación, por ejemplo, movemos las piernas de cierta manera. Pero, si usar los medios es una acción ¿no requiere esta acción el empleo de otros medios? Si es así ¿no implica esto una regresión infinita? Entonces, ¿cómo puede llevarse a cabo cualquier acción? (Si encontramos estas preguntas ininteligibles, sintámonos libres de ignorarlas. Mejor aún, preguntemos al profesor si las puede responder).
 
Ahora comprendemos a estructura básica de una acción: utilizar los medios para obtener un fin. En este punto, aparece la pregunta ¿qué podemos deducir de esto? (Podemos empezar a ver como se desarrolla el pensamiento económico: de lo que ya sabemos, intentamos deducir más y más). ¿Qué debe ser verdad si existen los fines y los medios?
 
Supongamos que pensamos que, independientemente de que hagamos algo o no, nos transportaremos al punto B. En este caso, sería absurdo empezar a andar. ¿Para qué andar si vamos a estar allí en cualquier caso? (Suponemos que andar no nos llevará allí mas aprisa que no haciendo nada). O supongamos que pensamos que nuestras piernas se pondrán en movimiento automáticamente. Tampoco en este caso tendría sentido obligarlas deliberadamente a moverse. Por lo tanto, para actuar debemos creer que obtener el objetivo está en nuestras manos, al menos en parte.
 
A veces esta perspectiva se muestra de esta forma: una condición para la acción es que el futuro sea incierto. Pero esto puede llevarnos a errores. Puede significar exactamente lo que acabamos de decir; para actuar no podemos creer que nuestro objetivo se logrará independientemente de lo que hagamos. Si queremos decir esto, es correcto, claro.
 
Pero “El futuro es incierto” puede sugerir otra cosa. Lo que podría dar a entender es que para actuar debemos saber lo que va a ocurrir. (Pensamos, de hecho, que esta es una interpretación más natural de “el futuro es incierto”).
 
Pero ésta es una afirmación diferente y no hemos probado en absoluto que sea una condición necesaria para la acción. ¿Vemos por qué es una afirmación diferente? Bien, la primera afirmación, la que hemos propuesto, es que para actuar no debemos saber que el objetivo se logrará, independientemente de lo que hagamos. La nueva afirmación dice que para actuar no debemos saber que el objetivo se logrará. La parte de “independientemente de lo que hagamos” se ha suprimido. Y hasta ahora, en ningún momento hemos dado justificación para ello.
 
En realidad, la segunda afirmación es falsa. A veces (aunque no siempre) sabemos que se va a conseguir el objetivo y nuestro conocimiento de ello es consistente con nuestra acción para lograrlo. ¿Cómo es posible? Supongamos que sabemos que si andamos a través de la habitación llegaremos al punto B. Sabemos también que vamos a andar a través de la habitación. Por tanto, ¿por qué no puede ser verdad que ahora sabemos que vamos a estar en el punto B? Si lo sabemos, entonces en este aspecto el futuro no es incierto. No podemos alegar que debe haber algo erróneo en la argumentación, porque el futuro es incierto. Esto es justamente lo que estábamos discutiendo.
 
Todo esto parece darle vueltas a un punto poco importante. (Tal vez lo parezca porque sea darle demasiadas vueltas a un punto poco importante). Pero hemos hecho énfasis en él porque la idea de futuro hace a muchos economistas sentir pánico. Piensan que como la acción humana está orientada al futuro, ésta es lo que denominan “radicalmente incierta”. Los actores, en su perspectiva, prácticamente no saben nada en absoluto de los resultados que obtendrán de sus acciones. Como podemos imaginar, los economistas con este punto de vista están bastante limitados acerca de lo que pueden decir: no hay mucho espacio para una ciencia de la economía cuyo único mensaje es que los actores son ignorantes. Es importante, entonces, no caer en la idea de la “incertidumbre radical”.
 
  1. Listar cosas acerca del futuro que podamos saber.
  2. “En realidad, no sabemos el futuro. Supongamos que creo que voy a tener mañana helado para desayunar. Siempre desayuno helado y soy una persona de costumbres fijas, así que mi afirmación para bastante bien fundada. Pero es falsa. Después de todo, puedo cambiar de idea, o puedo morir durante la noche, o puede ocurrir cualquier otra cosa. Por tanto, en realidad no sé que voy a desayunar mañana helado y el futuro en realidad es radicalmente incierto”. Evaluar.
 
Ya tenemos suficiente acerca de la “incertidumbre radical”. Volvamos a la estructura de la acción. Acabamos de aprender que para actuar, no debemos saber que el objetivo se logrará, independientemente de lo que hagamos. ¿Podemos imaginar una afirmación muy similar que aun teniendo un objetivo evitaremos actuar? No debemos creer que nuestro objetivo no se logrará independientemente de lo que hagamos. Supongamos que nos gustaría ser el próximo rey de Inglaterra. Es un trabajo bien pagado y es divertido ver a la gente inclinándose a tu paso. Sin embargo, sabemos que no podemos hacer nada en forma alguna para estar seguros de lograr este objetivo: no somos candidatos a ser reyes, salvo que se produjera un cambio inimaginable en la Ley de Sucesión a la Corona. Mi objetivo me llevaría en este caso a no actuar.
 

Preferencia y utilidad

 
Una acción, por tanto, utiliza medios para conseguir fines. ¿Qué puede deducirse del hecho de que persigamos cierto fin? Obviamente, que queremos ese fin: preferimos obtenerlo a obtener cualquier otro. Volvemos una vez más a nuestra infalible fuente de placer –el movimiento a través de la clase del punto A al punto B. Si nos movemos de A a B ¿preferimos quedarnos en A o estar en B? Incluso un estudiante en una escuela progresiva sería capaz de responder a esto. Preferiremos estar ubicados en B; si no, no nos moveríamos allí. Otra manera de explicarlo sería que cuando actuamos pensamos que nos encontraremos en mejor situación después de conseguir el objetivo de lo que lo estaríamos si no lo obtuviéramos.
 
A los economistas les encantan los términos técnicos, por lo que en lugar de decir que cuando actuamos pensamos que vamos a estar mejor, normalmente dicen que pensamos que nuestra utilidad o riqueza se incrementa mediante la acción. Es crucial para que entendemos de economía darse cuenta de que esto no es más que una manera de decir lo que ya hemos demostrado previamente, no hemos añadido nada nuevo con la afirmación de que al actuar pensamos que nuestro nivel de utilidad se incrementará. Todo lo que hemos dicho (para volver a lo inicial) es que preferimos lograr el objetivo a no lograrlo.
 
¿Por qué estamos insistiendo tanto en esto? Porque en este punto hay un error que es fácil cometer. Algunas personas piensan que siempre que actuamos estamos tratando de maximizar el placer y minimizar el dolor. ¿Esto qué quiere decir? Hay algunas sensaciones que la gente tiende a preferir; imaginemos como nos sentiríamos si estuviéramos a punto de comernos un banana split en lugar de estudiando el concepto de utilidad. O imaginemos cómo nos sentiríamos si la persona a la que más odiamos del mundo fuera secuestrado por un platillo volante.
 
Por supuesto, hay algunas sensaciones que la gente trata de evitar. Muy poca gente intenta tocar estufas al rojo vivo y no muchos querrían emular al rey Enrique el Impotente de Castilla, el padre de la reina Isabel, tratando de apreciar el olor del cuero quemado.
 
De acuerdo con los hedonistas psicológicos o egoístas, que tendrían la perspectiva descrita, la maximización del placer o la minimización del dolor serían nuestros únicos objetivos reales. Todas las acciones, en esta perspectiva, son medios (en definitiva) para incrementar las sensaciones de placer o disminuir las de dolor. Si nos movemos del punto A al punto B (¡sorpresa!), lo hacemos porque pensamos que estar en el punto B sirve mejor a nuestra felicidad. Hay otras formas de hedonismo que ven el objetivo de la acción de una forma de alguna manera distinta, pero ésta (hedonismo psicológico “crudo” o “duro”) es suficiente para nuestros propósitos.
 

Utilidad y riqueza

 
Habiendo explicado qué es el hedonismo psicológico, ya estamos en disposición de enfrentarnos al error acerca de la utilidad y la riqueza al que nos habíamos referido más arriba. Cuando decimos en economía que un actor piensa que logrando sus objetivos incrementará su utilidad, no estamos –repitamos no- tomando una postura de hedonismo psicológico. En este punto deberíamos ser capaces de explicar qué quiere decir en economía un incremento de la utilidad. Todo lo que decimos como economistas es que un actor prefiere asegurar su objetivo que no obtenerlo. “Utilidad” y “riqueza” no designan determinados fines en particular, como sensaciones de distintos tipos, para los cuales nuestros objetivos ordinarios serían simples medios.
 
Es una falacia utilizar riqueza y utilidad como si designaran sensaciones en particular. Los economistas que lo hacen piensan en la utilidad como una utilidad que siempre intenta incrementarse. En esta perspectiva siempre estamos diciéndonos: “¡Más utilidad!”.
 
  1. ¿Nos parece que el hedonismo psicológico puede ser una teoría aceptable? Usando esta teoría, ¿cómo explicaríamos acciones que dirijan a ayudar a otra gente?
  2. ¿Maximizar el placer lleva siempre a las mismas acciones que minimizar el dolor?
  3. Algunos filósofos, como Jeremy Bentham y John Stuart Mill, adoptaron el utilitarismo como una teoría ética. Afirmaron que cada uno intenta maximizar la felicidad a la mayor cantidad de personas posible (“La mayor felicidad para el mayor número”). ¿Pensamos que el utilitarismo es una teoría ética verdadera?
 
¿Pero por qué es esta postura una falacia? Creemos que el hedonismo psicológico está equivocado, pero es verdad que no lo hemos demostrado. El problema con esta teoría, para nuestros propósitos, no reside en su (supuesta) falsedad. En realidad, no se deduce del concepto de acción. Es una hipótesis psicológica acerca de por qué actúa la gente. No tiene cabida en la ciencia deductiva de la economía que estamos intentando construir.
 
Una vez más, volvemos al concepto de acción. Cada uno de nosotros, al actuar, se dirige a la consecución de objetivos mediante el uso de medios. Debemos dilucidar qué medios son más adecuados para conseguir nuestros fines. ¿Cómo puedo llegar al punto B? ¿Debo andar? ¿Correr? ¿Conducir? Las preguntas acerca de elegir entre los distintos medios aparecen constantemente.
 
Y las alternativas no se limitan a las preguntas acerca de los medios. El filósofo danés Soren Kierkegaard dijo que la pureza del corazón es querer una sola cosa. Quizá tenga razón, pero en realidad la gente tiene muy distintos fines que apetece. Debemos elegir no sólo entre distintos medios para lograr objetivos, sino también entre objetivos. ¿Queremos emplear la próxima hora estudiando economía? ¿Comiendo helado? (Si yo fuera otro, elegiría lo segundo).
 
Una complicación añadida. No sólo escogemos entre objetivos y elegimos los medios a utilizar para obtener el resultado esperado. Se pueden usar muchos medios para lograr más de un fin, tenemos que decidir a que fines obedecen cada uno de estos versátiles medios. Este libro de economía puede utilizarse para sujetar una perta: ¿es este un buen uso del mismo, de acuerdo con nuestros fines? Supongamos que el libro resultara un mejor sujetapuertas que el busto de nuestra tía abuela que tenemos guardado sin usar en el ático. Podemos decidir utilizar la cabeza de la tía abuela en la puerta, aunque resulte peor que el libro como sujetapuertas, si queremos utilizar el libro para otro propósito.
 
La acción por tanto, implica opciones complejas tanto en cuanto a los objetivos como en cuanto a los medios. Esperemos que hayamos advertido algo en esta proposición que difiere de lo que hemos apuntado anteriormente acerca de la acción. No se deduce del axioma de la acción. ¿Vemos por qué no? Es perfectamente consiste con el axioma que cada persona realice una acción, con una serie fija de medios. (¿Recordamos el mito de Sísifo, que se pasaba la vida empujando una roca para subirla a una montaña?)
 
¡Un momento! ¿No hay ido algo mal? Se supone que estamos desarrollando una ciencia económica deductiva, pero hemos aportado proposiciones que no siguen el axioma. ¿Qué podemos hacer? ¿Debemos descartar la economía como ciencia deductiva?
 
En absoluto. La economía sigue siendo deductiva, pero tenemos que introducir algunos principios más junto al axioma de la acción. Una vez los hayamos admitido, podemos continuar siguiente el método deductivo, como hemos hecho hasta ahora. Solo que tendremos más premisas para trabajar.
 
Los nuevos principios que ahora necesitamos son éstos: (1) la gente tiene diversos objetivos y (2) hay una variedad de recursos o medios por los cuales la gente puede tratar de conseguir esos objetivos. ¿Pero cómo sabemos que estos principios son verdaderos? Recordaremos (o nos recordará nuestro profesor) el gran problema que hemos comentado al inicio de este capítulo. Si no partimos de principios verdaderos, no tendremos garantía alguna de que hayamos deducido la verdad a partir de los mismos. Por lo tanto, ¿cómo sabemos que los nuevos principios son verdaderos?
 
Algunos economistas austriacos podrían advertir que hemos realizado un giro prohibido en los últimos párrafos. Podríamos entender el axioma de la acción en un sentido más amplio. “Acción” en este sentido amplio, implica necesariamente una variedad de objetivos. Una “acción” simplemente repetitiva, podría argüirse, no es realmente una acción. Para actuar, debemos decidir cómo elegir los medios entre distintos fines que compiten entre sí.
 
Si esta opinión es correcta, los “nuevos principios” son realmente parte del axioma de la acción. Pero no estamos seguros de que esta perspectiva sea correcta. ¿Qué opinamos?
 
Exactamente de la misma manera que sabemos que el axioma de la acción es verdadero, sabemos que los nuevos principios también lo son. Estas proposiciones de sentido común son verdades obvias. No es una conjetura, a confirmar por medio de experimentos, que hay una variedad de recursos. Es algo de lo que estamos seguros.
 
  1. El axioma de la acción es una verdad necesaria. ¿Son los nuevos principios verdades necesarias? (Podría resultar útil volver a ver el Capítulo I).
 
Tenemos distintos objetivos. ¿Cómo elegimos entre ellos? ¿Debemos en este momento movernos del punto A al punto B, tomarnos un galón de helado o tirar este libro por la ventana, suponiendo que nos gustaría hacer las tres cosas? El tiempo disponible, suponemos, sólo me permite hacer una de ellas.
 
Me temo que la respuesta va a sonar a algo obvio y trivial. Ordenemos los objetivos: ¿cuál de los tres nos gustaría más cumplir? (¡Adivinemos cuál elegiría el autor del libro!). Una vez hecho, actuaremos de forma que intentemos lograr nuestro objetivo clasificado como más valioso.
 
Como siempre, tenemos que evitar un paso en falso. No estamos diciendo lo siguiente: midamos los objetivos de acuerdo con una escala numérica de satisfacción y luego elijamos el que puntúe más alto. Tomar helado da diez unidades de satisfacción, mientras que tirar el libro por la ventana sólo puntúa tres. (Moverse al punto B estaría sólo ligeramente por encima del valor nulo). Esta perspectiva de medir los objetivos en una escala de satisfacción y elegir el que más puntúe es nuestro viejo amigo, el hedonismo psicológico. Esta es una teoría especulativa cuya veracidad no es asumida por la economía austriaca.
 
Pero si no aceptamos las medidas mediante una escala, ¿cómo vamos a clasificar nuestros objetivos? Sencillo: primer objetivo, segundo objetivo, etc. Utilizamos una clasificación ordinal, no cardinal. Comparemos lo siguiente: el Everest es más alto que el Mont Blanc, que es más algo que las colinas de Hollywood (clasificación ordinal). El Everest tiene x metros de alto. El Mont Blanc tiene y metros de alto (clasificación cardinal). Esto debería de dejar clara la distinción.
 
A este respecto, el economista británico Lord Lionel Robbins comparó la utilidad con el amor. Normalmente podemos decir si queremos a una persona más que a otra, pero no podemos decir “cuánto” en unidades medibles.
 
  1. Algunas personas piensan que hay valores objetivos en la ética. ¿Qué significa esto? ¿Este esta perspectiva consistente con nuestra afirmación de que en economía las preferencias son subjetivas?
  2. “No hemos refutado la teoría de que los objetivos se clasifican cardinalmente en una escala de satisfacción. Para todo lo demostrado, los objetivos se clasifican de esta forma”. Evaluar. (En este asunto, releer la discusión acerca del hedonismo psicológico).
 
Ahora ya sabemos qué clase de clasificación estamos buscando. ¿Pero qué determina cómo se clasifican los objetivos? ¿Qué objetivos se clasifican como los primeros? La respuesta puede decepcionar a los que esperen una teoría complicada: el propio actor decide por sí mismo qué objetivo es el superior. Él es quien actúa, después de todo; lo que importa en la explicación de lo que hace es su clasificación personal de objetivos. En economía, las preferencias son subjetivas.
 
Me temo que ahora debemos afrontar otro problema. Hemos dicho que un actor siempre elige el objetivo que más valora. ¿Pero cómo sabemos que esto es verdad? Supongamos que alguien dice, “Mi segundo objetivo más valorado es suficiente para mí; haré esto antes”. ¿Es esto incoherente? ¿Nuestra afirmación de que un actor siempre actuará de forma que pueda lograr su objetivo mejor valorado es otro nuevo principio, adoptado porque es conveniente y defendido como obvio? ¿O puede ser deducido de los principios que ya hemos obtenido? Nos ocuparemos de estas preguntas en el próximo capítulo, donde continúa la discusión acerca de la acción y preferencia.