11 de Octubre de 2005

Soy usuario del Metro de Madrid y he de decir que lo sufro en silencio, como los protagonistas de los televisivos anuncios de pomadas para las hemorroides. Básicamente es que no tengo coche ni quiero tenerlo. Soy un ser extraño que no sabe distinguir una biela de un cigüeñal, un tubo de escape de la ranura por donde se insertan los CD''s. De mecánica sé que en algunas carreras se da de lejos y forma parte de algún ciclo de Formación Profesional. Así que dadas mis carencias, voluntarias, no me queda más remedio que usar el transporte público que conozco bien, sobre todo el Metro. Ese es mi castigo.

Verán, al Metro de Madrid le sienta fatal el agua. Cada vez que caen dos gotas, porque lo de ayer en la capital fueron eso, dos gotas, debe saltar algún tipo de sensor que a través de algún tipo extraño de algoritmo elige una o dos líneas al azar y las descuajaringa para alegría de los usuarios que día sí, día también, eligen al ''mejor metro del mundo'' para que les transporte a donde quieran ir. Hoy la Línea 10 ha permanecido cortada porque un obrero de las ''gallardónicas'' obras de la M-30 con exceso de celo laboral se ha cargado la tubería que evita que las aguas de las filtraciones terminen en las túneles. Eso y la lluvia han convertido los túneles de la mencionada línea en piscinas olímpicas, seguramente algún rescoldo del sueño olímpico de nuestro alcalde favorito.

El caso es que este maravilloso invento que tenemos en la capital tiene muchas carencias. Dicen las malas lenguas que el resto de los metros del mundo está mucho peor pero eso no me consuela lo más mínimo. Retrasos injustificados, escaleras mecánicas que no funcionan, frecuencias exageradamente largas, agresiones y otras gracias no le hacen precisamente un medio agradable cuando se coge con cierta urgencia. Su ampliación parece que revierte en un mantenimiento deficiente o si no explíquenme porqué las escaleras mecánicas del vestíbulo de la estación de Nuevos Ministerios con salida a la calle Orense estén siempre estropeadas y lo veo cinco días a la semana, al menos una siempre está parada. Sin olvidar el anecdótico cartel luminoso que aparece en la misma salida a la calle, si funciona pone Metro de Madrid, si está estropeado "Error de Autómata" y da acojone bajar, lo mismo te encuentras a Terminator o Robocop matando usuarios. O los torniquetes de entrada de uno de los vestíbulos de El Carmen, en la línea 5. Hay veces que no funciona ninguno y en la taquilla no hay nadie.

Todo esto sería menos sangrante si no fuera porque el alcalde, Alberto Ruiz Gallardón nos aconseja con vigor, cuando no obliga, a que dejemos el coche en casa y usemos el transporte público. El mismo mensaje que nos lanzan tanto la socialista Trinidad Jiménez como la comunista Inés Sabanés, su oposición del consistorio. Si tan favorables son al transporte público ¿por qué ningún político relevante lo usa?. Personalmente me gustaría poder verles subir y bajar de los autobuses o de los metros, me encantaría que tuvieran los mismos problemas que el resto de mortales cuando nos falla el transporte y que le pueda decir al Presidente o al Rey, "lo siento, es que se me ha dado mal el Metro" o "No ha venido el autobús a tiempo". Mientras esto no suceda así, cada vez que oiga el consejo de marras en la boca de un político, me sentiré profundamente insultado, porque considero que tratan a la gente como a idiotas de los que sólo pretenden el voto. Resulta preocupante la hipocresía de los hombres y mujeres de Estado, que dirigen la vida de los demás, con sus reglamentos y sus imposiciones, sin sufrirlas en sus carnes. Yo, mientras tanto, seguiré sufriéndolo en silencio.