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Ecocatástrofes relativas

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Vivimos en la época post-chapapotica, nuevo calendario en el que se mueve España desde hace unos meses. Telediario tras telediario, noticiero tras noticiero, somos bombardeados con las últimas primicias sobre el desastre ecológico más grande de todos los tiempos: el hundimiento del ‘Prestige’ y la gran crisis económica asociada en la que se ve envuelta la Comunidad Gallega. Porque nadie duda que el efecto sobre Galicia de semejante cataclismo es tremendo, horrible, casi diría apocalíptico. (Y no algo más del 2% del PIB gallego, que informa algún descerebrado de ideología fascista. No puede ser de otra).

El chapapote, del que se han recogido casi más toneladas de las que había en el barco, ha decidido tomarse unas vacaciones en el norte de España, el de Portugal y el oeste de Francia y navega cual patera marroquí de aquí para allá, para alegría de los partidos en la oposición, de los nacionalistas trasnochados, de los ecologistas del tipo "si-ya-lo-decía-yo-que-esto-iba-a-pasar" y de los partidarios del "más estado, menos mercado". El chapapote es errático, caprichoso, un día está en una playa, en unas rocas y al día siguiente pone rumbo a la cala de al lado. Parece un turista nórdico de esos que hacen vida de camping en camping, de playa nudista en playa nudista.

Miles de pescadores gritan por los derechos perdidos, esos derechos escritos en imaginarios tratados que argumentan que su tradicional forma de ganarse la vida debe ser protegida por las autoridades a través de precios intervenidos, o de subvenciones grandiosas. Pronto han conseguido del Gobierno ayudas sustanciosas, con todo un plan ‘renove’ para Galicia. Las política sociales siempre funcionan bien, seas de izquierdas o de derechas. ¿Cuántos tenían un seguro que cubriera un periodo de inactividad, como tienen algunos taxistas? Preguntas sin respuestas. Sí, ya sé que no es lo mismo, que ellos lo que quieren es volver pronto al mar y no percibir este ‘regalo’, que por otra parte no va a ser indefinido ¿o no?. No pretendemos tener otro P.E.R. Ya se llegará, ya.

Nuestra era es la de las catástrofes ecológicos. Miremos donde miremos siempre hay una docena durante el año. Huracanes donde nunca hemos sabido que había huracanes, como el Caribe. Hace frió y nieva en las montañas hasta el punto de que tiene que activarse los planes contra estas calamidades, ¡en invierno, Dios mío! Fíjense ustedes que dislate: hace frío en invierno, calor en verano llueve en otoño y el tiempo en primavera es casi impredecible. ¿Dónde vamos a llegar?. Cuando no es El Niño, es La Niña; como en una familia modelo.

Además los siniestros se ceban en el tercer mundo. Un huracán pasa por Miami, y como lo sobornan los banqueros, hace algunos daños materiales que en pocos meses suelen estar arreglados, produce algunas víctimas y se pierde en medio del Caribe para llegar a Cuba o Centroamérica. Ahí si que mata a miles de personas y destroza la vida del país. Es cosa del régimen. Y en eso estoy de acuerdo: hay regímenes mejor preparados que otros para estos inconvenientes climáticos.

Este relativismo ecológico me recuerda a otro relativismo, el físico que desarrolló Einstein, Dirac, Heisemberg y sus muchachos a principios del siglo XX. En especial a una de las muchas paradojas que se plantean en tan complicada disciplina científica, el de la física cuántica (para los puristas: mecánica cuántica y relatividad no es lo mismo, pero déjenme esta licencia). Se trata de la paradoja del gato de Schrödinger que nos ilustra sobre la influencia del observador en lo observado. La simplificaré al máximo y la adaptaré a mis propósitos, pero les dejo el ejercicio de informarse mejor y aprender en este apasionante y indescifrable campo del saber humano.

Imagínense un gato en una caja cerrada junto a un sistema que suelta un veneno y que tiene el 50% de posibilidades de que se vierta y mate al felino. Como no podemos ver el gato tenemos que pensar que el gato está vivo-muerto al 50%. Así que decidimos abrir la caja y... claro en ese caso el observador, nosotros, intervenimos sobre el sistema caja-gato-veneno y vemos que el sistema se decanta sobre uno de los dos estados posibles. Ya no es una probabilidad. Algunas versiones de la paradoja hacen que al abrir la caja. el observador vierta el veneno y mate al gato.

Pues algo parecido se da en nuestro caso, mientras que no observamos los sistemas ecológicos no hay catástrofes. Díganme cuántos ha habido en la China comunista en los últimos años. El comunismo no es un sistema que invierta mucho en medio ambiente como bien saben los pescadores del Mar Aral. Pero es el comunicador el que ante determinado accidente o determinada actuación habla de catástofre ecológica y decanta el sistema hacia... una auténtica catástofre ecológica. Sin ningún tipo de dudas.Y es que la expresión ‘Catástrofe ecológica’ se usa con demasiada ligereza.

En enero (2003), oí en las noticias la catástrofe ecológica que suponía la muerte de 120 ballenas en la playas de Nueva Zelanda. Este hecho se conoce desde que los cromagnon se lanzaron al mar. Pero ahora es una catástrofe. Hemos llegado a un nivel en el que el sentido cuantitativo y cualitativo del hecho importa poco a los medios de comunicación, más preocupados en atraer a lectores, oyentes y televidentes que exponer la porción de realidad que se conoce. Da la sensación de que la necesidad de informar primero es inversamente proporcional a la calidad de la información. Que se talen varias frondosas para hacer una carretera es una catástrofe ecológica y que se haga lo mismo con media selva también. ¿Dónde está la diferencia?.

Cualquier accidente, cualquier daño ecológico, cualquier alteración climática que se sale de nuestra normalidad subjetiva es achacada al ser humano, a su desarrollo económico desordenado y a su egoísmo innato. Siempre he considerado el ecologismo una disciplina pseudocientífica con gran componente filosófico pseudomarxista y sobre todo, extremadamente antropocéntrica. Es el ser humano y sólo él, el que puede cambiar todo en la Naturaleza. No importa que lleve millones de años sobreviviendo a cinco extinciones masivas y a multitud de cambios climáticos, siempre se ve indefensa ante un primate que bajó de las copas de los árboles hace unos pocos millones de años.

Sería deseable que los informadores fueran lo más objetivos posibles y sobre todo que tuvieran los conocimientos necesarios para separar la paja del grano. O para saber dar más peso a las opiniones e informaciones de unos que de otros. Pero eso es mucho pedir. Obligar al periodista estrella a tener dos carreras además de Periodismo, Ciencias de la Información o cómo quiera que se llame en cada país, es batalla perdida antes de lucharla.

Pero si no me creen, voy a darles unos ejemplos de hechos históricos, naturales y artificiales, que nunca han sido considerados como catástrofes ecológicas y que dejan en mantillas algunos de los más sonados atentados al medio ambiente que pueblan nuestras televisiones estos días:


1. Tunguska

Siberia. Dicen las crónicas que al sur del círculo polar ártico, hacia las 7:30 h del 30 de junio del año 1908, en la cuenca del río Tunguska, descendió desde el sudoeste una bola ardiente hasta que tuvo lugar una explosión a unos ocho kilómetros de altura, según posteriores mediciones. Miles de kilómetros cuadrados de bosque fueron destruidos y los árboles, privados de ramas, fueron esparcidos por tierra con una clara alineación en la dirección de la onda de choque. La energía de la explosión revelada por sismógrafos situados a miles de kilómetros de distancia y la detección de fuertes anomalías magnéticas, ha sido estimada entre 10 y 40 megatones. Aún es una incógnita, pues hay puntos oscuros, pero es bastante probable que fuera un cometa que se precipitó sobre esta zona.

¿Acaso no puede considerarse este hecho como una catástrofe con marcado carácter ecológico? Millones de hectáreas se vieron afectadas y, aunque no se encontraron restos radiactivos, las temperaturas que se alcanzaron en la zona debieron ser extremadamente elevadas. No es ninguna temeridad decir que millones de animales y plantas, desaparecieron y con ellos todos los nichos ecológicos que les sustentaban. Ríanse ustedes de las deforestaciones atribuidas al hombre. Sin embargo la naturaleza se recuperó. Sin intervención humana que en esa época el Imperio Ruso y más tarde la Unión Soviética no estaba para muchos trotes reforestadores (más bien lo contrario).


2. Los pantanos y Mussolini

Mussolini accedió al poder en Italia allá por 1922 después de su Marcha hacia Roma y de ser elegido por el rey Víctor Manuel III para formar gobierno. Si por algo se caracterizan los dictadores es que para pasar a la posteridad suelen maquinar grandes obras monumentales, de carácter civil, multitud de muertos, asesinados, torturados y algún que otro genocidio. Tras repasar la anterior lista de actuaciones pendientes, decidió que la desecación de pantanos en torno a Roma era una buena manera de mantener los niveles de paro bajos. Lástima que el coste de semejante despropósito ayudara a dejar al país en una situación económica lamentable. Si no llega a ser por el plan Marshall…

Pero en magnitudes actuales, ¿no se trataría de un gran desastre ecológico? Estamos en una época en la que hasta hay un convenio para cuidar a nivel internacional las zonas húmedas (Convenio Ramstar). Estamos en una época en el que si a un agricultor se le forma en sus tierras una pequeña charca y tiene la suerte (mala o buena, depende del punto de vista) de que dos cercetas decidan tener polluelos en ella, tiene que informar a la Administración, pues queda protegida automáticamente. Así que en una época como esta, repito, ¿no es un crimen contra la humanidad desecar los pantanos que hay cerca de una capital europea?. Pues sí. Pero en esa época, no. Así que no hay desastre ecológico. E Italia siguió y siguió y hoy no es un país en el que el equilibrio medioambiental esté entredicho. Porque en esa época no era desastre ecológico.


3. La Gran Guerra

Parece que a la gran mayoría la sociedad actual le horroriza la guerra. Si ya estudiamos poca historia, la bélica nos espanta especialmente. Incluso historiadores profesionales abominan de ella y la consideran una disciplina menor, infinitamente menor. Me situaré en la Primera Guerra Mundial, lo suficientemente lejos para que la visión ecológica no fuera determinante en la época.

Durante los cuatro años que duró la contienda, el frente occidental se convirtió en una red de trincheras que abarcaba unos cuantas decenas de kilómetros de ancho y que discurría casi sin interrupción entre la costa belga y la frontera suiza. Es evidente para todos que la guerra no entiende de plantas, ni de animales, ni de ecosistemas. Si hay que arrasar una zona se hace y punto. Pues eso es lo que pasó. Especialmente en esa guerra. Invito al lector a que busque las fotos que de Verdun, el Somme o Messines puedan encontrar en libros o en Internet. Verán kilómetros cuadrados de terrenos arrasados donde antes se adivinaban espesos bosques; barro donde había prados. En ellos se acumulaban muertos, material y munición disparada.

Pero quiero centrarme en esto último. En una zona tan concreta durante tantos años de batalla, el número de proyectiles de arma de fuego disparados se puede contar por centenares de millones. Hacer un cálculo del mismo es una labor descomunal pero he encontrado algunos datos con los que ilustrar mi hipótesis. En los 10 meses en la batalla de Verdún se dispararon 37 millones de cartuchos de artillería. Alemanes y franceses. Si el proyectil más común en la época pesaba unos 9 kilos. En 10 meses se acumularon en la zona 326.000 toneladas de metal, principalmente plomo, pero también habría otros metales pesados.

Otro ejemplo, durante la batalla del Somme, seguramente una de las batallas más cruentas de la historia, en el bosque de Delville, que por supuesto quedo arrasado, las granadas cayeron a un rito de 400 por minuto, durante la noche del 17 de julio de 1916 hasta las 3 de la madrugada cuando los alemanes atacan con la infantería. De nuevo una simple multiplicación nos indica la gran cantidad de toneladas de metales pesados que se acumularon durante años en esta zona de guerra. Lo de las Minas de Aznalcollar en las cercanías del Parque Nacional de Doñana, aquí en España, se me antoja un poco escaso. De nuevo podemos decir que la situación ecológica de la zona, pasado el tiempo es normal y no hay las tremendas deformaciones fisiológicas en organismos vivos y las alarmantes alteraciones en el medio que suelen predecir grupos ecologistas en accidentes muchísimo menos contaminantes.

Tampoco quiero olvidarme que la acumulación de plomo en los cotos de caza cuando todos los años salen al monte miles de cazadores, toneladas de plomo todos los años. Y de nuevo los ecosistemas permanecen sanos.


4. Miles de petroleros hundidos

Sinceramente, el lío que se traen los medios de comunicación con el hundimiento del ‘Prestige’ y los recuerdos del ‘Exxon Valdez’ se me antojan exagerados. ¿Que no me creen?, pues ahí van algunos datos. Durante la Segunda Guerra Mundial, las potencias beligerantes intentaron ahogar la economía de su enemigo con la estrategia de hundir los barcos que abastecían sus economías de guerra. En el caso de los aliados, Gran Bretaña por su condición insular y EEUU, por estar al otro lado del Atlántico, las flotas mercantes eran especialmente importantes. En el principio de la guerra los aliados perdieron 848.952 toneladas hasta el año 1942 en petroleros. Sólo en petroleros. Y en 1942 la cifra subió hasta 1.512.427 toneladas. Si tenemos en cuenta que un petrolero como el ‘Prestige’ desplaza más o menos unas 44.000 toneladas, podemos aventurar que fueron hundidos el equivalente a 54 petroleros en un periodo de 3 años aproximadamente. Con que estuvieran llenos la mitad, ya me dirán ustedes si esto es o no una gran catástrofe ecológica. A nueve por año y en todo el Atlántico Norte. ¿De dónde sacaron los voluntarios para limpiar chapapote? Ah, que estaban luchando por la libertad, contra los nazis. Que gente tan poco pacífica. Deberían haber firmado un tratado de paz que es lo correcto.


Y para terminar...

Y podía mencionar todos los terremotos, y las erupciones volcánicas, y la explosión del Krakatoa y del Monte Santa Elena y los efectos de múltiples guerras y las construcciones de ciudades como la capital de Brasil, Brasilia, en medio de la selva, y la implantación de regadíos en zonas secas.... y yo que sé qué más cosas se pueden considerar desastre ecológicos. Quizá la mera existencia del ser humano. "El hombre es un virus para la Tierra" rezaba el final de un anuncio de una cadena de tiendas informáticas hace poco en la televisión de España. Hay que ser tonto para creerse eso. Y aquí seguimos. Señores de los medios, sean serios y profesionales, que no es mucho pedir.

El otro día mate una cucaracha que se había metido en mi casa. ¿Será eso también una catástrofe ecológica?. Lo consultare a ‘Ecologistas en Acción’ o a ‘Greenpeace’, claro que a lo mejor, si se la doy a comer al gato del vecino, la reciclo...