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Imágenes de un futuro socialista

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Traducido por Mariano Bas Uribe

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I. El día de la celebración

La bandera roja del Socialismo internacional ondea en el palacio y en todos los edificios públicos de Berlín. ¡Ojalá nuestro inmortal Bebel hubiera vivido para verlo! Solía decir a los burgueses que “la catástrofe estaba prácticamente a sus puertas”. Friedrich Engels  había fijado 1898 como el año del triunfo definitivo de las ideas socialistas. Bueno, no llegó tan pronto, pero no se ha demorado mucho más.

De todos modos, no importa. Lo principal es el hecho de que nuestros largos años de esfuerzo y lucha por la causa superior del pueblo se han visto coronados por el éxito. El viejo y podrido régimen, con su dominio del capital y su sistema de opresión de las clases trabajadoras, se ha hecho añicos. Y por el bien de mis hijos, y de los hijos de mis hijos, pienso poner por escrito, humildemente, una pequeña crónica del inicio de este nuevo reinado de hermandad y filantropía universal. Yo tampoco he dejado de participar en alguna pequeña medida en este nuevo nacimiento de la humanidad. Tanto en tiempo como en dinero, todo lo que he sido capaz de aportar durante una generación de la práctica de mi trabajo como honrado encuadernador y todo lo que mi familia tenía de sobra, lo he dedicado a la consecución de nuestros objetivos. También debo a la literatura socialista y a mis contactos con asociaciones políticas, mi cultura intelectual y mi conocimiento acerca de todos los aspectos del Socialismo. Mi esposa e hijos están plenamente de acuerdo conmigo. Nuestro querido libro de Bebel acerca de las mujeres ha sido desde hace tiempo el evangelio supremo de mi media naranja, Paula.

El nacimiento del nuevo orden socialista ha ocurrido en el día de nuestras bodas de plata y ahora, por sorpresa, la celebración de hoy ha añadido una nueva alegría a nuestra familia. Mi hijo, Franz, se ha comprometido con Agnes Müller. Hace tiempo que se conocen y sienten una fuerte atracción mutua. Así que con el espíritu elevado, inspirados por este gran día, hemos aceptado este nuevo lazo de afecto. Ambos son todavía algo jóvenes, pero sin embargo son hábiles en sus trabajos. Él es linotipista, ella es sombrerera. Así que existe la perspectiva de que harán una buena pareja. Quieren casarse tan pronto como hayan sido dictadas las nuevas regulaciones relativas al trabajo, las asignaciones de vivienda y demás.

Después de comer nos fuimos todos a dar una vuelta por unter der Linden. ¡Qué placer! ¡Qué cantidad de gente había allí! ¡Y que alegría sin límites! Nada que echara a perder la armonía de un gran día de celebración. La policía se había disuelto, la gente mantenía el orden de la forma más ejemplar.

En los jardines del palacio, en la plaza delante del mismo y todo alrededor, se veían grandes masas de gente, que sin duda demostraban unanimidad y firmeza en su objetivo. El nuevo Gobierno se había establecido en el palacio. Camaradas, elegidos entre los líderes más relevantes del Partido Socialista, han tomado provisionalmente las riendas del Gobierno. Los miembros socialistas del concejo municipal forman, en este momento, la corporación. Cuando, de vez en cuando, uno de nuestros nuevos dirigentes se mostraba por casualidad en una de las ventanas, o en un balcón, el éxtasis incontrolable de la gente reaparecía, demostrándose con un frenético agitar de sombreros y pañuelos y con el canto de la Marsellesa de los trabajadores.

Por la tarde hubo una gran iluminación. Las estatuas de los viejos reyes y mariscales, decoradas con banderas rojas, resultaban bastante extrañas bajo la luz roja del fuego de tantas bengalas. Sin embargo los días de estas estatuas están contados, y pronto tendrán que dejar su sitio a las de los pasados héroes del Socialismo. Ya se ha decidido, según he oído, quitar las estatuas de los dos Humboldt de la fachada de la Universidad, y poner allí en su lugar las de Marx y Ferdinand Lassalle. La estatua de Federico el Grande en unter den Linden, será reemplazada por la del inmortal Liebknecht.

Tras nuestro retorno al hogar seguimos, en nuestro acogedor círculo familiar, con esta doble celebración hasta una hora tardía. El padre de mi esposa, quien hasta entonces no se había preocupado mucho por el Socialismo, estuvo con nosotros en esta ocasión y se mostró muy comprensivo y jovial.

Estamos llenos de esperanza en que podremos ahora abandonar nuestra humilde casa, en un tercer piso, y cambiarla por algo mejor. Bien, bien, este viejo lugar, después de todo, ha sido testigo de muchas de nuestras sencillas alegrías, sin que faltaran problemas y preocupaciones, así como también de muchos honrados esfuerzos.

II. Las nuevas leyes

Uno escucha historias muy divertidas acerca de las peleas que hay por parte de la burguesía para cruzar la frontera. ¿Pero a dónde van a ir? El Socialismo domina hoy día en todos los países europeos, con la excepción de Inglaterra y Suiza. Los barcos de vapor americanos son insuficientes para atender la demanda de sus servicios. Aquéllos que consiguen llegar a las orillas americanas se encuentran a gusto, puesto la revolución fue sofocada allí muy pronto y toda esperanza de éxito se cercenó por mucho tiempo. Yo digo que dejemos que se vayan todos esos opresores. Es bueno que, gracias a lo repentinamente que acabó llegando la revolución, no han sido capaces de llevarse gran cosa consigo. Todos los bonos del Estado, hipotecas, acciones, letras y billetes han sido declarados nulos. Esos burgueses puede que estén en este momento empapelando las paredes de sus camarotes con esa basura. Toda la propiedad de la tierra y las casas, medios de comunicación, maquinaria, herramientas, tiendas y demás han sido confiscados en favor del nuevo Estado socialista.

El Adelante, que hasta ahora había sido el órgano oficial de de nuestro partido, ha tomado el lugar del viejo Anuncio Imperial, y se envía gratuitamente a todos los hogares. Al haberse convertido en propiedad del Estado todas las imprentas, todos los periódicos, como es lógico, han dejado de publicarse. En cada pueblo, la edición local del Adelante se publica con una hoja de asuntos locales. Provisionalmente, y hasta el momento en que se elija un nuevo Parlamento, la gestión de los asuntos está en manos de los miembros socialistas del último Parlamento, quienes, en forma de Comité de Gobierno, tienen que tomar decisiones respecto de las numerosas leyes que será necesario promulgar para establecer la nueva era.

El viejo programa del partido, que se estableció en la Conferencia de Erfurt en 1891, se ha promulgado como un resumen de los derechos fundamentales del pueblo. Esta promulgación establece que todo el capital, propiedades, minas y canteras, maquinaria, medios de comunicación y cualesquiera otras posesiones, se convierten en adelante en propiedad únicamente del Estado, o como ahora se llama mejor, la Comunidad. Otro decreto establece en adelante la obligación universal de trabajar para todas las personas, y todas estas personas, sean hombres o mujeres, de los 21 a los 65 años, van a disfrutar de exactamente los mismo derechos. Aquéllos que tengan menos de 21 años de edad serán educados a costa del Estado, mientras que a los que tengan más de 65, se les mantendrá en forma similar. Por supuesto, ha cesado toda empresa y producción privada. Aunque están pendientes las nuevas regulaciones respecto de lo que hay que producir, todas las personas van a mantenerse en sus antiguos empleos y a trabajar para el Estado, que será su patrón. Cada persona debe elaborar un inventario de todas las cosas que aún retenga después de que se dictara el embargo, cosas que algunos podrían estar tentados de considerar como propiedad privada, como muebles, ropa vieja, dinero y demás. En particular, las monedas de todos los tipos deben ser entregadas. Pronto se emitirán nuevos certificados monetarios.

El nuevo Gobierno, gracias al liderazgo del sabio Canciller, procede con tanta energía como franqueza en sus propósitos. En primer lugar se tomarán todas las precauciones para evitar cualquier posibilidad de que el capital recupere su antigua ascendencia. El ejército se ha disuelto, no se recaudará ningún impuesto, puesto que el Gobierno se propone requisar lo que se necesite para fines públicos de los beneficios producidos por las transacciones comerciales del Estado. Los doctores y abogados dependen del Estado y se les obliga a prestar sus servicios gratis cuando sea necesario. Los días de la revolución y de la celebración de la misma, han sido declarados festivos legales.

Es muy evidente que nos esperan tiempos gloriosos y completamente nuevos.

III. Gente descontenta

Agnes, nuestra futura nuera, se muestra inconsolable y Franz no está menos deprimido. Agnes teme por su dote. Desde hace bastante tiempo ha estado ahorrando laboriosamente, en especial desde que empezó a salir con Franz. Su afán ha sido tal que prácticamente no se permitía tiempo para comer y el dinero que sus compañeras gastaban en adornos, diversiones o en pequeños viajes ella lo dedicaba a incrementar su pequeño capital. Todo esto quiere decir que tenía no menos de una suma de dos mil marcos en el banco en el momento en que se comprometió. Todo esto me lo dijo Franz, no sin un cierto orgullo y satisfacción, la tarde en que se realizó el compromiso. Los jóvenes empezaban  a esbozar proyectos sobre cómo iban a disponer de este dinero de la mejor forma posible.

Pero ahora parece que toda su laboriosidad y economías han resultado ser inútiles. Al sentirse preocupada por toda la información que le llegaba, Agnes decidió ir al banco y retirar el dinero. Cuando llegó cerca del banco, encontró la calle llena de grupos de gente alborotada. Ancianos y ancianas y numerosas chicas que habían sido sirvientas en el viejo orden, protestaban lastimeramente diciendo que les habían robado lo que llamaban sus ahorros duramente ganados. Según parece, los funcionarios habían establecido que, junto con todos los otros valores que habían sido confiscados por efecto de los nuevos decretos, los depósitos bancarios también eran nulos.

El simple rumor de esto casi hizo que se desmayara la pobre Agnes. Sin embargo, con gran coraje, entró en el banco y en seguida recibió la confirmación de estas increíbles noticias. Mientras se apresuraba a venir con nosotros, escuchó el rumor de que una representación de acreedores bancarios estaba en camino al palacio para intentar entrevistarse con el Canciller. Al escuchar esto, me puse en marcha de inmediato y Franz vino conmigo.

Encontramos una gran masa de gente apiñada enfrente del palacio. Cruzando el Puente de Lassalle (el antiguo Puente del Rey Guillermo), iban apareciendo riadas de gente en dirección al palacio. Es evidente que el asunto de los bancos conmovía a la opinión pública. Se acordonaron todas las entradas a los patios del palacio. La masa que estaba al frente intentó varias veces forzar la entrada, pero en vano. De repente aparecieron del interior varios cañones visibles a través de troneras en las puertas, troneras que yo no había advertido hasta entonces.

Quién sabe cómo podría haber acabado todo esto si, en este momento crítico, no hubiera aparecido en escena el Canciller y restaurado el orden. Se asomó al balcón central de la fachada y, con clara y sonora voz, declaró que el asunto de los bancos recibiría atención inmediata por parte del Comité de Gobierno. Pidió a todos los verdaderos patriotas y leales socialista que confiaran plenamente en la justicia y sabiduría de los elegidos por el pueblo. Se oyeron grandes vivas a nuestro Canciller mientras éste se retiraba.

Justo en ese momento aparecieron varias brigadas de bomberos que llegaban al galope desde distintas direcciones hacia el palacio. Al no haber policía a la que acudir, las autoridades les habían telegrafiado desde el palacio en medio de la confusión, informando de un gran incendio. La llegada de los gallardos camaradas fue acogida con muchas risas. Aquí y allí, la gente se dispersó de mejor humor y dócilmente. Sólo queda esperar que el Gobierno haga lo correcto en este asunto.

IV. La elección de profesión

Grandes letreros rojos en todas las vallas recuerdan a la gente que de acuerdo con las disposiciones de la nueva Ley del Trabajo, todas las personas de ambos sexos de entre veintiuno y sesenta y cinco años deben registrarse en el plazo de tres días con vistas a que se les asigne profesión. Las antiguas comisarías de policía y otras varias oficinas públicas son muy adecuadas para este fin. Se advierte especialmente a las mujeres del hecho de que al entrar a trabajar en una de las numerosas factorías del Estado, se les dispensa en el acto de toda tarea doméstica, como ocuparse de los niños, preparar las comidas, atender a los enfermos, lavar, etcétera, etcétera. Se va a llevar a todos los niños y jóvenes a casas de manutención del Estado y escuelas públicas. La comida principal de cada día se tomará en el comedor estatal del distrito. Toda la gente enferma debe ser enviada a los hospitales. La colada solamente podrá realizarse en las grandes lavanderías centrales del Estado. Las horas de trabajo, para ambos sexos, tanto en los empleos como en los departamentos del Estado y públicos, se fijan desde este momento en ocho horas.

Se requiere en todo caso evidencia documental que pruebe la capacidad de las personas para realizar las tareas para las que se inscriben y también debe consignarse el trabajo que se venía haciendo hasta ahora. Las solicitudes para ejercer de sacerdote no se considerarán en ningún caso, puesto que hay una resolución que proviene de la Conferencia de Erfurt de 1891, y que ahora es ley fundamental del Estado, que prohíbe estrictamente dedicar fondos nacionales para fines religiosos o eclesiásticos. Sin embargo, aquellas personas que de todas formas deseen seguir esta profesión, tienen plena libertad para ejercerla en su tiempo libre, después de haber trabajado las ocho horas normales en algún empleo que sea reconocido por el Estado como profesión.

Después de la publicación de esta disposición, la vida en las calles se asemejaba a un día de reclutamiento en una plaza fuerte. Las personas de la misma profesión se agrupaban en pandillas y grupos y, habiéndose decorado con algún símbolo de la profesión elegida, marchaban por las calles cantando y gritando. Había numerosos grupos de mujeres, que se deleitaban imaginando las delicias que suponían en las profesiones elegidas, ahora que se habían librado de todo el trabajo de la casa. Oigo que un gran número de personas han elegido una profesión completamente diferente de la que tenían hasta ahora. Parece que muchos piensan que la mera elección de una profesión es lo mismo que estar ejerciéndola, pero eso, por supuesto, no es cierto.

En lo que concierne a nuestra familia, no hemos querido hacer ningún cambio, sino que nos mantenemos fieles a las antiguas profesiones que hemos llegado a querer; así que mi hijo Franz, mi futura nuera Agnes y yo mismo nos hemos asignado de acuerdo con ello. Mi mujer se ha apuntado como celadora en una de las casas de niños. De esta forma se propone seguir ejerciendo su labor maternal sobre nuestra hija menor Annie, de cuatro años, a quien, por supuesto, debemos cuidar y criar.

Puedo mencionar aquí que después del tumulto enfrente del palacio, el Ministro estimó prudente reintroducir un cuerpo de policía, compuesto de cuatro mil agentes y situarlo en parte en el arsenal y en parte en los cuarteles vecinos. Con el fin de evitar toda reminiscencia desagradable, se va a suprimir el uniforme azul y se sustituirá por uno marrón. En lugar de un casco la policía va a usar grandes sombreros Rembrandt con plumas rojas.

V. Una sesión parlamentaria

Sólo con considerable esfuerzo hoy conseguimos Franz y yo apretarnos en la Cámara situada en la Plaza de Bebel (la antigua Plaza del Rey). Iba a llegarse a un acuerdo respecto de los fondos de los bancos. Franz me informó de entre los 2.000.000 de habitantes de Berlín, al menos 500.000 eran depositantes en los bancos. Por tanto, no era sorprendente que todo el barrio de la Cámara, la Plaza Bebel completa y las calles adyacentes  estuvieran densamente ocupadas por personas, la mayoría, de las más pobres, que esperaban con desaliento la decisión de la Cámara. Sin embargo, la policía empezó en seguida a despejar las calles.

Como no se habían realizado todavía elecciones generales, y como todos los escaños de aquéllos que habían sido elegidos por la llamada clase alta habían sido declarados vacantes, encontramos, como era lógico, que no había presentes otros miembros, salvo nuestros colegas, los firmes pioneros del nuevo orden.

A solicitud del Canciller, el responsable del Departamento de Estadística abrió el debate con un discurso centrado fundamentalmente en estadísticas, mostrando la verdadera magnitud del asunto que tenían entre manos. Dijo que había ocho millones de depositantes en los bancos, para un total de más de 5.000 millones de marcos (¡Eso, eso!, desde la Izquierda). La cantidad anual abonada en intereses sumaba más de 150 millones de marcos. De los depósitos, 2.800 millones de marcos estaban invertidos en hipotecas, 1.700 millones en bonos, cerca de 400 millones en corporaciones e instituciones públicas y el resto de 100 millones era deuda flotante. Todos los bonos habían sido anulados por ley. (Muy bien, desde la Izquierda). Con la transferencia de toda la propiedad del suelo al Estado, todas las hipotecas, como es natural, estaban también anuladas. Por tanto, estaba claro que no había fondos a partir de los cuales las reclamaciones de los depositantes pudieran verse satisfechas.

Al acabar este discurso se levantó un miembro de la Derecha. “Millones de honrados trabajadores y verdaderos socialistas”, dijo (alboroto en la Izquierda), “se sentirán amargamente decepcionados cuando, en lugar de obtener como esperaban una completa recompensa a su trabajo, se vean desposeídos de esos ahorros que, a fuerza de un arduo trabajo, habían sido capaces de guardar. ¿Por qué medios se han efectuado esos ahorros? Sólo mediante un continuo esfuerzo de economía y absteniéndose de determinadas cosas, como el tabaco y los licores, que muchos otros trabajadores se suelen permitir. (Alboroto en la izquierda).  Muchos de ellos habían pensado que guardando esos ahorros les quedaría algo para los malos tiempos o para la vejez. La condena de esas personas precisamente por la misma base que aquéllos que no han mostrado ningún comedimiento, parecerá a millones una injusticia”. (Aplausos de la Derecha y grandes gritos de aprobación desde las galerías).

El Presidente amenazó con despejar las galerías si se repetían esos gritos y en ese momento hubo gritos de “¡Somos la nación!”.

El Presidente: “La nación posee un poder de veto, pero no tiene derecho a tomar parte en los debates del Parlamento. Los agitadores serán expulsados”. (Aprobación general por ambos lados).

Siguió un miembro de la Izquierda: “Un verdadero socialista de pura cepa nunca se ha preocupado por ahorrar”, dijo. (Señales contradictorias desde la Derecha). “Nadie que se haya permitido seguir las doctrinas de economía predicadas por la burguesía tiene el más mínimo derecho a esperar consideración por parte del Estado socialista. No olvidemos tampoco que algunos de esos ahorros fueron en realidad robados a las clases trabajadoras. (Desacuerdo en la Derecha). Nunca debería decirse que el Socialismo colgó a los grandes ladrones, pero dejó escapar a millones de los pequeños. Vaya, las distintas inversiones de los capitales de estos bancos han ayudado a fomentar el antiguo sistema de robo al pueblo. (Fuerte aplauso desde la Izquierda). Nadie, excepto un burgués, puede decir nada contra la confiscación de los fondos de los bancos”.

En este momento el Presidente llamó al orden al último orador por la grave ofensa que implicaba calificar a un miembro del Parlamento socialista con el término “burgués”.

En medio de una gran expectación. El Canciller se levantó para hablar. “Hasta cierto punto, la justicia me impulsa a decir que ambos honorables miembros que acaban de hablar están en lo cierto en lo que apuntan. Puede argumentarse correctamente respecto de la moralidad de estos ahorros, pero también pude decirse mucho acerca de los efectos desmoralizadores ejercidos en forma de acumulación de capital. Sin embargo, sobre todo, no debemos ocupar mucho tiempo en mirar al pasado, distrayéndonos de los grandes momentos que vivimos. (Eso, eso). Debemos afrontar esta cuestión como Socialistas que sabemos de qué hablamos y sin ninguna mezcolanza de sentimientos. Y en vista de ello, yo digo que entregar 5.000 millones de marcos a una fracción de ocho millones de ciudadanos sería construir la nueva igualdad social sobre unos cimientos de desigualdad. (Aplausos). La desigualdad inevitablemente se haría pronto sentir a través de todas las formas de consumo y esto afectaría todos nuestros planes cuidadosamente concebidos para armonizar producción y consumo. Estos depositantes piden hoy una devolución de sus ahorros: precisamente con ese mismo derecho otros pueden aparecer mañana –aquellos, por ejemplo que han empleado sus ahorros en maquinaria y herramientas, en acciones, en casas o tierras– y demandar que se les devuelva su capital. (Señales de aprobación). ¿Cómo podremos entonces establecer límites a una posible reacción contra el orden social de las cosas ahora establecido? Sea el que sea el objetivo que se hayan fijado esas personas que aportaron sus pequeños ahorros como los frutos de sus economías y su abstinencia, éstos generarán ahora una satisfacción cien veces mayor al saber que todos por igual compartirán los grandes beneficios que estamos empezando a obtener. Pero si tomáis esos cinco mil millones, quitando esta cantidad de capital que debería de dedicarse únicamente al bien común, mis camaradas ministeriales y yo mismo, nos veríamos en situación de no poder aceptar continuar desarrollando las medidas socialistas que es nuestro objetivo ver completadas”. (Fuerte y prolongado aplauso).

Un gran número de parlamentarios habían mostrado su intención de hablar. Pero el Presidente dijo que era su deber recordar a la Cámara que, calculando el tiempo empleado en comités, y el que la ley permitía a cada parlamentario para la lectura y preparación, el máximo de ocho horas se había alcanzado de hecho, y que en esas circunstancias el debate no podía continuar antes del día siguiente. (Gritos de “votación, votación”). Se propuso y aprobó una resolución para aplicar la cancelación. Una vez se realizó la votación, la Cámara, con sólo unos pocos disidentes, pasó al orden del día y la sesión terminó.

Hubo grandes gritos de indignación desde las galerías, y éstos se extendieron al exterior de la calle. Sin embargo, la policía pronto se las arregló para despejar el espacio alrededor de la Cámara y arrestaron a algunos alborotadores, de los cuales una buena parte eran mujeres. Se decía que bastantes de los que habían votado contra la devolución del dinero a sus propietarios fueron vergonzosamente insultados en las calles. Se indicó a la policía que no tuviera miramientos en el uso de sus nuevas armas, los llamados “asesinos”, armas de diseño inglés recientemente adquiridas.

Dentro de nuestras cuatro paredes, teníamos una abundante muestra de rencor y malas sensaciones. Agnes rechazaba todos los intentos de tranquilizarla y fue inútil que mi esposa tratara de serenarla con la idea de la opulenta dote que el Gobierno iba a dar a todas las parejas recién casadas.

“No me quedaré con nada de lo que me den”, lloraba irritada, “todo lo que quiero son los frutos de mi propio trabajo, esta forma de gobernar es peor que un robo”.

Me temo que los sucesos de hoy no han producido en modo alguno un fortalecimiento de Agnes en los principios socialistas. Mi suegro tenía igualmente ahorros en el banco y no nos atrevimos a decir al viejo caballero que su libreta era simplemente un pedazo de papel sin valor. Estaba lejos de ser un avaro. Sólo hace unos días mencionó que dejaba acumulados intereses e intereses compuestos; así encontraríamos cómo a su muerte nos agradecía nuestros cariñosos cuidados. En esta situación es necesario que uno tenga tan asentados los principios socialistas como yo los tengo para soportar las adversidades sin descorazonarse.