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Recursos naturales y medio ambiente

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Traducido por Mariano Bas Uribe

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Parte B. El asalto ecologista al progreso económico

2. Las afirmaciones del movimiento ecologista y su patología del miedo y el odio

La supuesta contaminación del agua y el aire y la destrucción de las especies

Los ecologistas afirman que el progreso económico y la civilización industrial que lo posibilita han sido responsables de contaminar el agua y el aire y de destruir gratuitamente especies animales y vegetales, poniendo así en peligro la vida humana. Para responder a las afirmaciones de los ecologistas en estas áreas, sólo es necesario recordar unos pocos hechos conocidos por todos.

En primer lugar, en lo que se refiere a la relación entre industrialización y calidad del agua: es obvio que la fiabilidad del agua potable tiene una relación directa con el grado de desarrollo económico de un país. Puede beberse tranquilamente agua en prácticamente cualquier lugar de Estados Unidos. Y pasa igual en las principales ciudades de Europa Occidental. Pero si se viaja a lugares más pobres, como México, la mayor parte del resto de Latinoamérica y de Asia y África, se necesita tomar precauciones. (La reciente epidemia de cólera en Perú, con su suministro “natural” y sin tratar químicamente, ofrece un trágico testimonio de la realidad de las afirmaciones anteriores). En realidad, si alguien viaja a las selvas africanas o vietnamitas, o incluso a las zonas salvajes de Canadá es mejor que hierva el agua o utilice tabletas purificadoras. Incluso en un hermoso lago azul canadiense—del tipo que aparece en los carteles ecologistas con un indio americano derramando una lágrima—puede haber animales muertos en descomposición que viertan gérmenes patógenos en el agua que alguien podría beber. La fiabilidad de los suministros de agua depende obviamente de plantas de purificación, tuberías y estaciones de bombeo—en resumen, de la industria moderna. Aunque algunos ríos, lagos y arroyos en los países industrializados pueden estar más sucios hoy día que en el pasado, el suministro de agua potable nunca ha sido mejor, gracias a la industria moderna. (Y sin duda, muchas o casi todas las masas de agua sucia actuales también estarían limpias y serían fiables, si estuvieran sujetas a derechos privados de propiedad. En ese caso, los individuos tendrían incentivos para mantenerlos limpios al poder cobrar por el agua y por beneficios como derechos de pesca).

En segundo lugar, en lo que se refiere a la relación entre industrialización y calidad del aire, el hecho evidente es que aunque la calidad del aire en pueblos y ciudades grandes en inferior a la del campo abierto, y siempre lo ha sido, es mucho mejor en la actualidad de lo que lo ha sido en el pasado—precisamente por causa del progreso económico. Antes de la llegada de la industria moderna, las mismas calles servían como alcantarillas. Además, en cada pueblo o ciudad grande, una gran concentración de caballos creaba un enorme problema de contaminación por la deposición de enormes cantidades de estiércol y orina. El desarrollo de la industria moderna del hierro y el acero eliminó el problema del alcantarillado con tuberías de hierro y acero de bajo coste. El desarrollo de la industria del automóvil eliminó la contaminación de los caballos. La calefacción central, el aire acondicionado, la fontanería interna y otros métodos de ventilación han supuesto enormes mejoras en la calidad del aire en el que la gente vive y trabaja.

Y aunque en los primeros años de la Revolución Industrial el proceso de desarrollo económico vino acompañado por carbonilla en pueblos y ciudades (los cuales la gente aceptaba de buen grado como subproductos de no congelarse y de tener todas las demás ventajas de una sociedad industrial), los avances subsiguientes, en forma de electricidad y gas natural, han reducido radicalmente este problema. La sustitución con plantas nucleares de las centrales térmicas de carbón y petróleo harían una enorme contribución a la calidad del aire, porque no emiten a la atmósfera partículas de ningún tipo. Sin embargo, la energía nuclear es la forma de energía más odiada por los ecologistas.[1] Como se ha demostrado más arriba, la práctica erradicación de la tuberculosis y la reducción radical en la frecuencia y la mortalidad causada por otras enfermedades respiratorias, como la pulmonía, dan testimonio más que elocuente de la contribución real de la civilización industrial a la calidad del aire.

En tercer lugar, en lo que respecta a la supuesta destrucción gratuita de otras especies: el hombre es responsable de la existencia de de muchas especies de animales y plantas, en sus cantidades y variedades actuales. Por ejemplo, el hombre es responsable de la existencia de la abrumadora mayoría de vacas, ovejas, cerdos, gallinas, caballos y gatos y perros vivos y de la existencia de la mayor parte de las razas concretas en que existen. Sin duda no existirían cosas como las vacas Holstein, los caballos pura sangre, los schnautzer miniatura, caniches enanos o gatos persas si no hubiera hombres. La población de todas las clases de animales domésticos se reduciría radicalmente sin la existencia del hombre que los alimente, cuide de su salud y les proteja de sus enemigos naturales. De la misma manera, el hombre es responsable del hecho de que los cereales, verduras, flores y hierba crezcan donde sólo habría malas hierbas. El hombre es responsable de la existencia de todas las formas de variedades específicas de vida vegetal, desde la rosas American Beauty a las distintas variedades de calabacines.

Más aún, como hemos visto, a pesar de las falsedades difundidas por el conservacionismo y las doctrinas ecologistas, allá donde los terrenos forestales son propiedad privada, el hombre es igualmente responsable de la existencia de muchos árboles y bosques, que la búsqueda de beneficios les lleva a considerar como cosechas a largo plazo.[2] Además, obviamente, el hombre también planta árboles como decoración para embellecer su entorno. Prácticamente todos los árboles de muchas partes del sur de California y otras zonas áridas se plantan y mantienen por el hombre justamente por este motivo.

Está claro que el hombre no es el destructor de especies. Promueve enormemente la existencia de aquellas especies que le reportan beneficio. Sólo busca destruir aquellas especies que le resultan dañinas, incluyendo las que dañan a las especies cuya existencia trata de promover. Así, intenta eliminar especies como el virus de la viruela, ratas, pulgas, serpientes de cascabel, coyotes, lobos y pumas.

Por supuesto, aparecen casos en los que su actividad amenaza la existencia de especies que no son hostiles y que le han sido útiles, como el bisonte americano o, actualmente, ciertas especies de ballenas. En estos casos, las especies no se domestican y crían comercialmente porque la utilidad del animal no es suficientemente grande para justificar el gasto en que incurrirían.[3]

Podría tener cierto valor que unos pocos miembros de las diferentes especies pudieran conservarse como objetos de estudio o curiosidad y quizá como una fuente futura de genes para uso en ingeniería genética. Desde este punto de vista, sería un acontecimiento extraordinario si el argumento de una película de bajo presupuesto se convirtiera en realidad y una expedición científica descubriera una reserva de dinosaurios en alguna parte. Quienes consideren esos objetivos importantes, y por cierto parece que no faltan voluntarios, tienen libertad para aportar dinero para establecer reservas de vida salvaje. Sin embrago, desde un punto de vista práctico, es obvio que la vida humana no se vería significativamente afectada por la desaparición de especies como el bisonte o las ballenas en peligro de extinción. El simple hecho de que la pérdida de unas especies pueda ser irreemplazable desde un punto de vista genético y que en algún momento futuro podríamos lamentar esta decisión, no es un argumento lógico para concluir que no debe permitirse que ello ocurra. Si se aceptara esta argumentación, la gente nunca podría ordenar el garaje o tirar nada, porque, quién sabe, el montón de papeles puede incluir una carta de George Washington o un décimo de lotería premiado. Más aún, el movimiento ecologista, irónicamente, se opone enérgicamente a cualquier uso humano al que la prolongación de esta herencia genética pudiera dedicarse: se opone totalmente a la ingeniería genética. El sentimiento de imperativo moral que proyecta en evitar la pérdida de cualquier especie deriva de su equivocada noción de que las especies tienen un valor intrínseco.

La desaparición de especies se ha venido produciendo desde que hay vida en la Tierra. No parece que ahora sea más acelerado que en cualquier otro momento. Más aún, sea cual sea el nivel al que ocurra ahora como consecuencia de la actividad humana, aún es sencillamente parte de un proceso de la naturaleza. El propio hombre es parte de la naturaleza. Cualquier especie que pueda destruir en el curso de sus actividades no puede razonablemente ser considerado de forma diferente que la de las incontables especies destruidas por cualquier otro proceso natural.

Si se quiere juzgar algo desde una perspectiva ética, la única válida es la del propio ser humano—esto es, una perspectiva que dé por sentado el valor supremo de la vida y el bienestar humanos y el derecho del hombre a hacer todo lo que pueda para mejorar su vida y bienestar. Desde este punto de vista, no puede acusarse a las actividades del hombre respecto de la naturaleza de otra forma que con sobrecogimiento y admiración. En los territorios que abarca la civilización occidental moderna, no sólo ha tenido éxito en estas actividades, sino que lo ha tenido de forma absolutamente brillante. Porque ha transformado su entorno para mejorar su supervivencia y bienestar. Ha transformado enormes áreas que eran originalmente hostiles o al menos indiferentes para su supervivencia virtualmente en jardines—en prósperas áreas de agricultura, industria y comercio. Al hacerlo, ha cambio el equilibrio de la naturaleza radicalmente en su favor.

A la vista de estos hechos, las afirmaciones ecologistas de que el efecto de las actividades productivas humanas en una sociedad industrial en el agua, el aire y las especies representan cualquier tipo de peligro para la vida y el bienestar humanos son claramente absurdos. Todos los hechos negativos aislados a los que apuntan los ecologistas, como el smog en las ciudades o los ríos, lagos o playas sucios en distintos lugares, han acaecido en el contexto de las más radicales mejoras en la vida, la salud y el bienestar humanos, incluyendo mejoras en la calidad del agua que bebe y utiliza la gente, en la calidad del aire en que vive y trabaja y en el balance completo de la naturaleza. Sin embargo, los ecologistas actúan como si los problemas de suciedad derivaran de la sociedad industrial, como si la suciedad no fuera la característica general de la vida humana en las sociedades preindustriales y como si la civilización industrial representara un empeoramiento de unas condiciones más saludables en el pasado. Si se pretende quejarse de la suciedad y la inmundicia, deberíamos ir prácticamente a cualquiera de los países del llamado tercer mundo, que no están industrializados. Allí se encuentra suciedad e inmundicia—contaminación—de la peor especie: excrementos humanos e incluso cadáveres flotando en los ríos y contaminándolos.

Más aún, como ya hemos dicho, lo que solventaría la mayoría de los aspectos negativos de las sociedades industriales, aparte de un mayor uso de la energía nuclear, sería la extensión de la propiedad privada de los medios de producción, especialmente de la tierra y los recursos naturales. El incentivo de los propietarios privados es usar su propiedad de forma que maximice su valor a largo plazo y, cuando sea posible, mejorar su propiedad. En consonancia con este hecho, debería verse cómo extender el principio de la propiedad privada a lagos, ríos, playas e incluso porciones del océano. Los lagos, ríos y playas privados serían casi con toda seguridad lagos, ríos y playas limpios. Los ranchos oceánicos de propiedad privada electrónicamente vallados garantizarían abundantes suministros de casi cualquier cosa útil que se encuentre en el mar o debajo del mismo. Sin duda, las vastas propiedades de gobierno de EEUU en los estados del Oeste y en Alaska deberían privatizarse.

Por supuesto, lo que lleva a los ecologistas a hacer sus afirmaciones acerca de la contaminación del aire y el agua y la destrucción de las especies no es una preocupación real por la vida y el bienestar humanos. No puede dejar de repetirse que la vida y el bienestar humanos no son su estándar acerca de lo que es bueno; en su lugar, lo son los supuestos valores intrínsecos que se encuentran en la naturaleza.


[1] El supuesto peligro de radiación no es una objeción válida para la energía nuclear. La emisión de radiación de una planta de energía atómica a la puerta de casa es igual a aproximadamente un dos por ciento de la radiactividad que se recibe normalmente de otras fuentes—casi todas completamente naturales. En este punto, ver Beckmann, Health Hazards, páginas 112-113. Tampoco lo son los supuestos peligros del almacenamiento de residuos. La propia naturaleza siempre ha almacenado esos elementos altamente radiactivos como el radio y el uranio sin riesgos significativos para la vida humana.

[2] Ver más arriba, Parte A, Sección 3 in fine.

[3] En el caso de las ballenas, la domesticación sería viable si se permitiera el establecimiento de “ranchos” oceánicos vallados electrónicamente y si parte de la población existente de ballenas fuera de propiedad privada. En el caso del bisonte, parece que a un nivel modesto se crían hoy comercialmente.