Recursos naturales y medio ambiente
Por George Reisman
Traducido por Mariano Bas Uribe
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Parte B. El asalto ecologista al progreso económico
2. Las afirmaciones del movimiento ecologista y su patología del miedo y el odio
La naturaleza real de la civilización industrial
Antes de considerar las afirmaciones concretas que hacen los movimientos ecologistas referidas a los supuestos peligros del progreso económico, es necesario reconocer la enorme contribución que el motor esencial del progreso económico, esto es, la civilización industrial, ha aportado a la vida y el bienestar humanos desde su nacimiento hace más de dos siglos, en la Revolución Industrial.
La civilización industrial ha incrementado drásticamente la esperanza de vida: desde cerca de treinta años a mediados del siglo dieciocho a unos setenta y cinco hoy día. En el siglo veinte, en Estados Unidos, la esperanza de vida se ha incrementado de unos cuarenta y seis años en 1900 a los actuales setenta y cinco. La enorme contribución de la civilización industrial a la vida humana se muestra aún mejor en el hecho de que el recién nacido estadounidense medio tiene una mayor posibilidad de vivir setenta y cinco años que la que tiene de vivir cinco años el recién nacido medio de una sociedad no industrial. Estos maravillosos resultados se han logrado por una oferta siempre creciente de comida, ropa, refugio, cuidados médicos y todas las ventajas de la vida y una progresiva reducción en la fatiga y agotamiento humanos. Todo ello ha tenido lugar sobre una base de ciencia, tecnología y capitalismo, que ha hecho posible un continuo desarrollo e introducción de productos nuevos y mejorados y métodos de producción más eficientes.
En los últimos dos siglos, la lealtad a los valores de la ciencia, la tecnología y el capitalismo ha permitido al hombre de los países industrializados del mundo occidental poner fin a hambrunas y plagas, y eliminar las antes temibles enfermedades del cólera, difteria, viruela, tuberculosis y fiebres tifoideas, entre otras. Las hambrunas han terminado porque la civilización industrial ha producido la mayor abundancia y variedad de alimentos en la historia del mundo y ha creado los sistemas de transporte y almacenamiento necesarios para ofrecérselos a todos. Esta misma civilización industrial ha producido la mayor abundancia de ropa y calzado y de alojamientos de la historia del mundo. Y aunque algunas personas en los países industrializados pueden pasar hambre o no tener un hogar (casi siempre como consecuencia de las destructivas políticas gubernamentales), lo cierto es que en los países industriales nadie tiene que pasar hambre o no tener dónde alojarse.[1] La civilización industrial también ha fabricado las tuberías de hierro y acero, los sistemas de bombeo y purificación y las calderas, que permiten a todo el mundo tener acceso inmediato a agua potable, caliente o fría, cada minuto del día. Ha fabricado los sistemas de alcantarillado y los automóviles que han eliminado los desechos humanos y animales en las calles de las ciudades y pueblos. Ha fabricado las vacunas, anestésicos, antibióticos y demás “drogas milagrosas” de los tiempos modernos, junto con todo tipo de nuevos y mejores equipos de diagnóstico y cirugía. Han sido esas mejoras en las bases de la salud pública, junto con la mejor nutrición, vestido y alojamiento, las que han acabado con las plagas y reducido drásticamente la incidencia de casi todos los tipos de enfermedad.
Como consecuencia de la civilización industrial, no sólo sobreviven miles de millones de personas más, sino que en los países más desarrollados lo hacen a un nivel que excede con mucho el de los reyes y emperadores de toda la historia anterior—a un nivel que hace pocas generaciones habría sido considerado posible sólo en el mundo de la ciencia ficción. Girando una llave, apretando un pedal y moviendo un volante, se transportan por autopistas en asombrosas máquinas a sesenta millas por hora. Pulsando un interruptor, iluminan una habitación en medio de la oscuridad. Tocando un botón, ven sucesos que tiene lugar diez mil millas más allá. Pulsando otros botones, hablan con otras personas al otro extremo del pueblo o del mundo. Incluso vuelan por el aire a seiscientas millas por hora, a cuarenta mil pies, viendo a la vez películas y saboreando martinis al confort del aire acondicionado. En Estados Unidos, la mayoría puede tener todo esto, y casas y pisos espaciosos, enmoquetados y completamente amueblados, con fontanería, calefacción central, aire acondicionado, neveras, congeladores y radiadores eléctricos y de gas, así como librerías personales de cientos de libros, discos, CDs y casetes, pueden tener todo esto junto a una vida larga y buena salud—como consecuencia de trabajar cuarenta horas a la semana.
La consecución de este maravilloso estado de cosas se ha hecho posible por la utilización de equipos y maquinaria cada vez mejores, lo que suele ser el objetivo principal de progreso científico y tecnológico.[2] La utilización de estos equipos y maquinaria cada vez mejores es lo que permite a los seres humanos conseguir siempre mejores resultados con la aplicación cada vez menos esfuerzo muscular.
Ahora bien, inseparablemente ligado al uso de equipos y maquinaria cada vez mejores ha estado el incremento en la utilización de energía artificial, que es la característica que distingue a la civilización industrial y a la Revolución Industrial que constituye su inicio. A los relativamente débiles músculos de los animales domésticos y los todavía más débiles de los seres humanos, y a las relativamente pequeñas cantidades de energía disponibles en la naturaleza en forma de viento y caídas de agua, la civilización industrial ha añadido la energía artificial. Primero lo hizo en forma de vapor generado por la combustión de carbón y después como combustión interna de petróleo y energía eléctrica basada en combustibles fósiles o energía atómica.
Esta energía artificial y la que se deriva de su uso es igualmente esencial para todas las mejoras económicas conseguidas durante los últimos doscientos años. Es lo que nos permite utilizar la maquinaria y equipos mejorados y es indispensable para nuestra capacidad de producir las propias máquinas y equipos. Su utilización es lo que nos permite a los seres humanos conseguir con nuestros brazos y manos, simplemente pulsando botones o moviendo palancas, los asombrosos resultados productivos que llevamos a cabo. A las débiles energías de nuestros brazos y manos se añade el enormemente mayor poder que nos da la energía en forma de vapor, combustión interna, electricidad o radiación. De esta manera, el uso de la energía, la productividad del trabajo y el nivel de vida se relacionan inseparablemente, de forma que los dos últimos dependen completamente del primero.
Por tanto, no es sorprendente, por ejemplo, que los Estados Unidos disfruten de los más altos niveles de vida del mundo. Esto es consecuencia directa del hecho de que los Estados Unidos tienen el índice más alto del mundo de consumo de energía per capita. Estados Unidos, más que cualquier otro país, es donde seres humanos inteligentes han confiado en la maquinaria mecanizada para que ofrezca resultados en su favor. Todo incremento sustancial posterior en la productividad del trabajo y el nivel de vida, tanto aquí en Estados Unidos como en todo el mundo, dependerá igualmente de la energía artificial y el consiguiente incremento en su uso. Nuestra capacidad de hacer más y más cosas con la misma y limitada energía muscular de nuestros miembros dependerá completamente de nuestra capacidad de aumentarla con la ayuda de aún más energía de ese tipo.
Se comprenden tan poco estos hechos elementales que se ha puesto de moda un concepto pervertido de la eficiencia económica, un concepto cuyo significado real es precisamente el contrario al de la eficiencia económica. La eficiencia económica se centra en la capacidad de los seres humanos para reducir la cantidad de trabajo que se necesita emplear por unidad de producto y por tanto para ser capaz de producir más y más empleando la misma o menos cantidad de trabajo. Por supuesto, esto requiere un uso creciente de energía, tal como acabo de explicar. Sin embargo en la práctica hoy en día cada vez más se ve la eficiencia económica centrándose cuánta menos energía puede consumirse por unidad de producto, lo que, evidentemente, implica necesariamente una necesidad de incrementar el trabajo humano por unidad de producto. Por ejemplo, un artículo de primera página del New York Times, del 9 de febrero de 1991 titulaba “El Plan Energético de Bush hace énfasis en los incrementos en la producción en lugar de en la eficiencia” (Bush’s Energy Plan Emphasizes Gains in Output over Efficiency). Aunque el título parece referirse específicamente a la producción de energía, la postura real del artículo reduce al absurdo lo que sugiere el título, esto es, que los incrementos en la producción global de bienes fabricados con la misma cantidad de trabajo humano contradicen a la eficiencia, porque cualquier incremento de ese tipo requiere una mayor producción y uso de energía per capita, a lo que el articulo califica de ineficiente. En la misma línea, un titular posterior en el mismo periódico decía “Malas noticias: El combustible está barato” (Bad News: Fuel Is Cheap).[3] La argumentación posterior aclarará que la perversión del concepto de eficiencia es filosóficamente consistente con los valores fundamentales del movimiento ecologista.
No sólo el movimiento ecologista o medioambientalista responde a los magníficos logros de la civilización industrial con la sensibilidad propia de un tronco seco, sino que virtualmente en todos sus aspectos representa un ataque a la civilización industrial, a los valores de la ciencia, la tecnología y el capitalismo sobre los que descansa la civilización y a sus frutos materiales, del aire acondicionado y los automóviles a los aparatos de televisión y las máquinas de rayos X. El movimiento ecologista es, como acertadamente lo calificó Ayn Rand, “la Revolución Anti-Industrial”.[4]
Consecuentemente con lo que dije anteriormente en relación con los valores del capitalismo, nada de lo precedente dice que la vida en el mundo moderno no tenga serios problemas, especialmente en muchas de las grandes ciudades actuales.[5] Sin embargo hay que decir que los problemas no son consecuencia del progreso económico, el capitalismo, la tecnología, la ciencia o la razón humana. Por el contrario, son precisamente consecuencia de la ausencia de estos valores. La solución a todos los problemas, del crimen al desempleo, es una combinación de uno o más de estos atributos esenciales de la civilización industrial. Así por ejemplo, si el control de las rentas inmobiliarias destruye la calidad de los alojamientos en las ciudades, si la legislación del salario mínimo y a favor de los sindicatos causa desempleo, si la inflación y los impuestos confiscatorios causan pérdidas en el capital y decrecimiento económico, si la aceptación de la doctrina del determinismo impide el castigo a los criminales—sobre la base de que eso no les ayuda—y aumentan los índices de criminalidad, si la gente está enferma y busca salud, si son pobres y quieren ser más ricos, la solución no es destruir la civilización industrial. La solución es más de aquello sobre lo que descansa la civilización industrial. Es la libertad económica—el capitalismo. Es el reconocimiento del poder de la razón y por tanto el poder del individuo para mejorar. Y es la ciencia, la tecnología y el progreso económico.
Lo que no es la solución, es el ecologismo.[1] Las destructivas políticas gubernamentales a las que me refiero son la legislación a favor de los sindicatos y el salario mínimo, el estado de bienestar, los subsidios al campo, controles de rentas inmobiliarias y leyes que prohíben cosas como el número de personas que pueden ocupar un piso o el mínimo espacio de suelo, superficie acristalada y otras cosas que tienen que existir por ocupante. La legislación a favor de los sindicatos y del salario mínimo privan a la gente de la posibilidad de tener un empleo al hacer la mano obra artificialmente más cara y por tanto reducir la demanda por debajo de la oferta disponible. El estado de bienestar elimina la necesidad de ser autosuficiente y por tanto de aprender las habilidades necesarias para serlo y por consiguiente la posibilidad de mejorar. Los subsidios agrícolas hacen más caro el precio de los alimentos de lo que debería ser. Los controles de rentas inmobiliarias crean escasez en los alquileres, aumentando la cantidad de pisos en alquiler demandados y reduciendo la oferta disponible, haciendo así imposible que la gente pueda encontrar casa. Las leyes que establecen determinados mínimos en las viviendas tienen como consecuencia subir el precio de las mismas más allá del alcance de algunos. Sin esas leyes y controles, parte de la vivienda estaría disponible y al alcance financiero de cualquier trabajador. Para un desarrollo de estos puntos, ver George Reisman, Capitalism, páginas 172-194, 580-594 y 655-659.
[2] En el Capítulo 4 de George Reisman, Capitalism, (páginas 123-128) se demuestra cómo la invención, fabricación y aplicación de la maquinaria depende de la división del trabajo.
[3] New York Times, 25 de mayo de 1992, página 1.
[4] Cf. Ayn Rand, The New Left: The Anti-Industrial Revolution (New York: New American Library, 1971).
[5] Ver George Reisman, Capitalism, páginas 48-49