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Recursos naturales y medio ambiente

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Traducido por Mariano Bas Uribe

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Parte B. El asalto ecologista al progreso económico

2. Las afirmaciones del movimiento ecologista y su patología del miedo y el odio

La falta de honradez de las afirmaciones ecologistas

La razón por la que una tras otra de las afirmaciones ecologistas resultan ser erróneas es que se realizan fundamentalmente sin ninguna preocupación sobre su veracidad. Al realizar sus afirmaciones, los ecologistas toman lo que tengan a mano y que les sirva para asustar a la gente, hacerles perder la confianza en la ciencia y la tecnología y, al final, guiarles para que se dirijan a obtener las cariñosas bendiciones de los propios ecologistas. Las afirmaciones se basan en conjeturas no justificadas y sorprendentes saltos de la imaginación a partir de pequeños fragmentos de hechos, mediante la elusión y la creación de inferencias inválidas. Es una continua elusión y una serie de inferencias inválidas saltar de descubrimientos acerca de los efectos de alimentar a ratas o ratones con dosis equivalentes a cientos de veces o más de lo que cualquier ser humano comería y de eso hacer inferencias acerca de los efectos que tendrían en personas que consumen cantidades normales. El miedo a partes por miles de millón de este o aquel producto químico que cause un número de un dígito de muertes por millón no se basa en la ciencia, sino en la imaginación. Esas afirmaciones no se basan en experimentos ni en el concepto de causalidad.

Nadie ha observado nunca, ni puede, ni podrá, observar algo como dos grupos de un millón de personas idénticas en todos los aspectos, excepto en que durante un periodo de 70 años los miembros de uno consuman manzanas tratadas con Alar, mientras que los miembros del otro no, y que 4,2 miembros del primer grupo hayan muerto. El proceso mediante el que se llega a esa conclusión y su grado de seriedad científica real es esencialmente el mismo que el de una discusión informal entre estudiantes que consista en nada más que suposiciones arbitrarias, manipulaciones, conjeturas y palabrería. En una discusión como esa, podría empezarse con las consecuencias conocidas de una caja fuerte de un cuarto de tonelada cayendo de un décimo piso sobre la cabeza de un desafortunado viandante y a partir de ahí especular acerca de los posibles efectos en un millón de casos de otros posibles viandantes a los que se les cae de las manos o la boca un conguito o un cacahuete en los zapatos y llegar a la conclusión de que 4,2 de ellos morirán.

Más aún, como se ha indicado, en contraposición a los procedimientos de una discusión informal, la razón y la ciencia real establecen causas, que por su naturaleza, son universales. Cuando, por ejemplo, causas genuinas de muertes, como el arsénico, la estricnina o las balas atacan órganos vitales de un cuerpo humano, la muerte es absolutamente seguro que ocurra en todos los casos, excepto en un puñado de casos por cada millón. Cuando algo es en realidad la causa de algunos efectos, lo es en todos y cada uno de los casos en que prevalecen las condiciones indicadas y no lo es sólo en casos en que algunas condiciones estén o no estén presentes, como que una persona haya desarrollado una tolerancia al veneno o que vista un chaleco antibalas. Afirmaciones como que mil cosas diferentes producen cáncer en un puñado de casos no prueban nada, excepto que las causas reales no se conocen—y, aparte de eso, son una indicación de la crisis de la epistemología en la ciencia contemporánea. (Esta crisis epistemológica, debo añadir, se ha acelerado fuertemente desde los años 60, cuando el gobierno se apoderó de la mayor parte de la investigación científica en Estados Unidos y empezó una financiación a gran escala de los estudios estadísticos como sustitutivos del descubrimiento de las causas).

Al hacer sus afirmaciones, los ecologistas ignoran voluntariamente hechos como que los carcinógenos, los venenos y la radiación existen en la naturaleza. La mitad de los productos químicos encontrados en la naturaleza con carcinógenos cuando se utilizan para alimentar a animales en grandes cantidades. (La causa de los cánceres resultantes, de acuerdo con el profesor Ames, no es realmente los productos químicos, naturales o artificiales, sino la constante destrucción de tejidos causada por las dosis masivas y excesivas en que se administran los productos químicos, como sacarina administrada a ratas en una cantidad comparable a humanos bebiendo ochocientas latas de refresco sin azúcar en un día).[1] El arsénico, uno de los venenos más mortales, es un elemento químico natural. La adelfa, una de las plantas más bellas, también es un veneno mortal, como muchas otras plantas y yerbas. El radio y el uranio, con toda su radiactividad, se encuentran en la naturaleza. De hecho, toda la naturaleza es radiactiva en alguna manera. Si el ecologismo no cerrara sus ojos a lo que existe en la naturaleza, si no asociara todo lo negativo exclusivamente al hombre, si aplicaran a la naturaleza los estándares de seguridad que afirman son necesarios en caso de actividad humana, deberían correr de terror alejándose de la naturaleza. Deberían utilizar la mitad del mundo para construir barreras o contenedores de protección contra los supuestamente mortales carcinógenos, toxinas y materiales radiactivos que constituyen la otra mitad del mundo.

Sería un profundo error considerar las repetidamente falsas afirmaciones ecologistas simplemente como el caso del pastor y el lobo. Son más bien el caso del lobo gritando una y otra vez acerca de supuestos peligros para el pastor. El único peligro real, por supuesto, consiste en escuchar al lobo.

Una evidencia directa de la voluntaria falta de honradez del movimiento ecologista viene de uno de sus principales representantes, Stephen Schneider, bien conocido por sus predicciones de catástrofes globales. En el número de octubre de 1989 de la revista Discover, se le cita (con su consentimiento) como sigue:

“… Para hacer esto, necesitamos obtener un apoyo con una base amplia, para captar la imaginación del público. Esto, por supuesto, conlleva obtener porciones de cobertura de los medios de comunicación. Así que tenemos que ofrecer escenarios temibles, hacer declaraciones dramáticas y simples y hacer poca mención de las dudas que podamos tener. Esta ‘obligación de doblez ética’ en la que frecuentemente nos encontramos no puede resolverse de ninguna manera. Cada uno de nosotros tiene que decidir cuál es el equilibrio correcto entre ser eficaz y ser honrado.”

Por tanto, en ausencia de verificación por fuentes totalmente independientes del movimiento ecologista y libres de su influencia, todas sus afirmaciones de buscar la mejora en la vida y el bienestar humanos de una manera específica u otra deben ser consideradas sencillamente como mentiras, teniendo el propósito real de infligir privaciones o sufrimiento innecesarios. En la categoría de mentiras maliciosas se encuadran todas las afirmaciones del movimiento ecologista en el sentido de abandonar la civilización industrial o una parte sustancial de la misma con el fin de superar los supuestos peligros del calentamiento global, la disminución de la capa de ozono, la extinción de los recursos naturales o cualquier otro. De hecho, todas las acusaciones que constituyen denuncias de la ciencia, la tecnología o la civilización industrial que se lanzan en nombre de la vida y el bienestar humanos son equivalentes a afirmar que nuestra supervivencia y bienestar dependen de que abandonemos la razón. (La ciencia, la tecnología y la industria son productos principales de la razón e inseparables de ésta). Todas las afirmaciones de ese tipo no deben considerarse sino una prueba del odio del movimiento ecologista a la naturaleza y la vida del hombre, en realidad no significan un peligro real para la vida y el bienestar humano.



[1] Cf. Ames “Major Carcinogens”, páginas 243-244.