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Recursos naturales y medio ambiente

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Traducido por Mariano Bas Uribe

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Parte B. El asalto ecologista al progreso económico

2. Las afirmaciones del movimiento ecologista y su patología del miedo y el odio

La supuesta amenaza del “calentamiento global”

Actualmente, la afirmación principal de los ecologistas es la del “calentamiento global”. Se dice que las actividades económicas humanas, sobre todo el quemado de combustibles fósiles, están incrementando la cantidad de dióxido de carbono en la atmósfera. Esto supuestamente elevaría la temperatura media del mundo en varios grados durante el próximo siglo y causaría un aumento en el nivel de los mares por la fusión del hielo.

Debe tenerse en cuenta que, a pesar de las afirmaciones sensacionalistas de James Hansen, de la NASA, hechas durante la ola de calor del verano de 1988, de que el calentamiento global estaba a la vista, los satélites meteorológicos no muestran evidencia alguna de calentamiento global en los 80.[1] De acuerdo con el New York Times, “pocos científicos creen que el efecto invernadero pueda detectarse ahora mismo entre las oscilaciones normales del clima”.[2]

Si no se comprenden los motivos ocultos, el recurso del movimiento ecologista al miedo al calentamiento global parece asombroso en vista de los temores que el movimiento ha profesado anteriormente. Esos temores, en caso de que alguien lo haya olvidado, se referían a la supuesta llegada inminente de una nueva edad de hielo como resultado del mismo desarrollo industrial que ahora supuestamente ocasiona el calentamiento global y la supuesta creación de un “invierno nuclear” como resultado del uso humano de explosivos atómicos.

Deben recordarse las palabras de Paul Ehrlich y sus increíbles afirmaciones en relación con el “efecto invernadero”. En la primera ola de histeria ecológica, ese “científico” declaró:

En este momento no podemos predecir cuáles serán los resultados climáticos globales de utilizar la atmósfera como vertedero. Sabemos que cambios muy pequeños en cualquier dirección en la temperatura media de la Tierra pueden ser muy serios. Con unos pocos grados de enfriamiento, podemos encontrarnos ante una nueva edad de hielo, con efectos rápidos y drásticos en la productividad agrícola de las regiones templadas. Con unos pocos grados de calentamiento, las capas polares podrían fundirse, quizás elevando el nivel de los océanos 250 pies. ¿Alguien necesita una góndola para el Empire State Building?[3]

El ascenso en 250 pies previsto por Ehrlich como consecuencia del calentamiento global ha disminuido algo. De acuerdo con McKibben, el “peor escenario” se supone hoy en día que sería de 11 pies en el año 2100, con algo menos de 7 pies como más probable.[4] De acuerdo con una comisión de Naciones Unidas, se supone que sería de 25,6 pulgadas.[5] (Tampoco este todavía más limitado ascenso detiene a la comisión de la ONU, supuestamente compuesta por científicos, para reclamar una inmediata reducción en un 60% de las emisiones globales de dióxido de carbono para prevenirlo).[6]

Quizá sea más significativa la continua y profunda desconfianza en la ciencia y la tecnología que muestra el movimiento ecologista. El movimiento ecologista mantiene que no se puede confiar en la ciencia y la tecnología para construir una planta de energía atómica segura, producir un pesticida seguro o incluso hornear una barra de pan segura, si esa barra contiene conservantes químicos. Sin embargo, cuando se trata del calentamiento global, resulta que hay un área en la que el movimiento ecologista muestra la más impresionante confianza en la fiabilidad de la ciencia y la tecnología, un área en la que, hasta hace poco, nadie—ni siquiera los más acérrimos partidarios de la ciencia y la tecnología—había siquiera pensado en depositar una gran confianza en absoluto. La única cosa, sostiene el movimiento ecologista, que la ciencia y la tecnología puede hacer tan bien que estamos obligados a confiar sin límite en ellas es predecir el tiempo, ¡para los próximos cien años!

Después de todo, es supuestamente a partir de una previsión del tiempo por lo que se nos pide abandonar la Revolución Industrial o, como se dice eufemísticamente, “cambiar profunda y radicalmente la forma en que vivimos”—causándonos un enorme detrimento material. Se nos está pidiendo que empecemos con una restricción del consumo de energía suficiente para conseguir limitar las emisiones de dióxido de carbono, es decir, una restricción suficiente para conseguir una reducción inmediata de esas emisiones en un 60 por ciento. (Por supuesto, es importante que cualquier limitación global en las emisiones de dióxido de carbono, no digamos un 60 por ciento de reducción, implica que el desarrollo económico, y por tanto el aumento en el consumo de energía, de las actualmente amplias regiones menos desarrolladas del mundo tendría que conseguirse a costa de una reducción de consumo en energía equivalente en los países más desarrollados).

Muy relacionada con la demanda de reducción de emisiones de dióxido de carbono y consumo de energía se encuentra algo que podría parecer asombroso. Se refiere a la prudencia y la precaución. Como hemos visto, no importan las garantías de científicos e ingenieros, basados en cada detalle de las leyes de la física bien establecidos—acerca de sistemas de backup, sistemas a prueba de fallos, edificios de contención tan fuertes como los hangares de submarinos, sistemas de defensa y demás—; cuando nos referimos a la energía atómica el movimiento ecologista no quiere jugar con la posibilidad de que los niños no nacidos de las próximas cincuenta generaciones puedan verse expuestos a radiación dañina. Pero a partir de una previsión del tiempo, desea destrozar el sistema económico del mundo moderno, abandonar literalmente la civilización industrial. (Cualquier limitación significativa en las emisiones de dióxido de carbono sería completamente devastadora, no digamos la enorme reducción inmediata a la que nos urge la comisión de la ONU).

Lo que significa esta bobada es que la civilización industrial va a destruirse porque debe hacerse para evitar que haga mal tiempo. De acuerdo, muy mal tiempo. Si destruimos la base energética necesaria para producir y operar el equipamiento de construcción necesario para edificar casas sólidas, confortables y bien hechas para cientos de millones de personas, estaremos más seguros frente al viento y la lluvia, afirma el movimiento ecologista, que si mantenemos y ampliamos esa base energética. Si destruimos nuestra capacidad de producir y operar refrigeradores y aparatos de aire acondicionado, estaremos mejor protegidos del calor que si mantenemos y ampliamos esa capacidad, asevera el movimiento ecologista. Si destruimos nuestra capacidad para producir y operar tractores y cosechadoras, para enlatar y congelar la comida, para construir y operar hospitales y producir medicinas, aseguraremos nuestro abastecimiento de alimentos y nuestra salud mejor que si mantenemos y ampliamos esa capacidad, asegura el movimiento ecologista.

En realidad hay un notable nuevo principio implícito en todo esto, referido a como enfrenta el hombre su entorno. En lugar de actuar enfrentándonos a la naturaleza, como siempre hemos pensado que debemos hacer, deberemos en adelante controlar las fuerzas de la naturaleza mejorando en nuestro favor, mediante nuestra inacción. Así, si no actuamos, ¡no aparecerán fuerzas significativas amenazantes de la naturaleza! Las fuerzas amenazantes de la naturaleza no son producto de la naturaleza, ¡sino de nosotros mismos! Así habla el movimiento ecologista.

En respuesta a esta tontería, debe indicarse que incluso si el calentamiento global resultar ser un hecho, los ciudadanos libres de una civilización industrial no tendrían graves dificultades en afrontarlo—por supuesto, siempre que su capacidad de uso de energía no se vea limitado por el movimiento ecologista y los controles gubernamentales en sentido opuesto. Las aparentes dificultades de afrontar el calentamiento global, o cualquier otro cambio a gran escala, sólo aparecen cuando el problema se ve desde la perspectiva de los planificadores centrales gubernamentales.

Sería un problema demasiado grande para que los burócratas gubernamentales lo gestionaran (como lo es la producción incluso de un adecuado suministro de trigo o clavos, como la experiencia de todo el mundo socialista ha demostrado elocuentemente). Pero sin duda no sería un problema demasiado grande a resolver para decenas y cientos de millones de individuos libres y racionales viviendo bajo el capitalismo. Se resolvería al decidir cada individuo la mejor manera de afrontar los aspectos particulares del calentamiento global que le afectaran.

Los individuos decidirían, a partir de cálculos de ganancias y pérdidas, qué cambios necesitan hacer en sus negocios y vidas personales, de forma que se ajusten mejor a la situación. Podrían decidir dónde es ahora relativamente más deseable poseer terrenos, ubicar granjas y negocios y vivir y trabajar y dónde es relativamente menos deseable y qué nuevas ventajas comparativas tiene cada localización para la producción de según qué bienes. Fábricas, almacenes y casas, todas necesitan reemplazarse antes o después. Ante la perspectiva de un cambio en las preferencias relativas de diferentes localizaciones, la manera de proceder al reemplazo sería diferente. Quizás algunos reemplazamientos deberían hacerse antes de lo previsto. Para asegurarse, algunos valores de los terrenos bajarían y otros subirían. Lo que les ocurriera a los individuos respondería a la forma en que hayan minimizado sus pérdidas y maximizado sus posibles ganancias.[7] Lo esencial que necesitan es la libertad de servir a sus propios intereses comprando terrenos y trasladando sus negocios a las áreas que resultaran relativamente más atractivas y la libertad de libertad de buscar empleo y comprar o alquilar viviendas en esas áreas.

Con esa libertad, todo el problema quedaría superado. Esto pasa porque bajo el capitalismo las acciones de los individuos y el pensamiento y la planificación subyacentes se coordinan y armonizan a través de sistema de precios (como han tenido que aprender muchos antiguos planificadores de Este de Europa y la extinta Unión Soviética).[8] Como consecuencia, el problema se resolvería exactamente de la misma forma en la que decenas y cientos de millones de individuos libres han resuelto problemas mucho mayores, como el rediseño del sistema económico para afrontar el cambio del caballo por el automóvil, la colonización del Oeste Americano y la transformación de la mayor parte del trabajo del sistema económico de la agricultura a la industria.

Esto no supone negar que pueda haber serios problemas de ajuste si el calentamiento global de verdad ocurre. Pero si lo fuera, tendría soluciones perfectamente operativas. El caso más extremo podría ser el los nativos de las Islas Maldivas, en el Océano Índico, cuyas tierras podrían desaparecer bajo el agua. La población de las Islas Maldivas es inferior a doscientas mil personas. En 1940, en un plazo de pocos días, Gran Bretaña fue capaz de evacuar su ejército de más de trescientos mil soldados del puerto de Dunkerque, bajo la amenaza del fuego enemigo. Sin duda, en un plazo de décadas, la posibilidad de trasladarlos cómodamente podría organizarse para la gente de las Maldivas.

Incluso ante la perspectiva de la destrucción de buena parte de Holanda, si no puede evitarse mediante la construcción de mayores presas, podría gestionarse con el sencillo  método de que el resto de Europa y Estados Unidos y Canadá, extiendan la libertad de emigración a los ciudadanos holandeses. Si se hiciera, en un plazo de tiempo relativamente corto las pérdidas económicas sufridas como consecuencia de la destrucción física de Holanda apenas se notarían y menos aún por la mayor parte de los antiguos holandeses.

Para los países pobres y densamente poblados con zonas bajas de litoral, como Bangladesh y Egipto, la solución evidente para ellos sería barrer toda corrupción gubernamental y las correspondientes leyes y aduanas irracionales que dificultan la posibilidad de inversiones extranjeras a gran escala y por tanto la industrialización. Esto es precisamente lo que tiene que hacerse en esos países en cualquier caso, con o sin calentamiento global, si pretende superar su terrible pobreza y sus enormes tasas de mortalidad. Si lo hacen, la pérdida física de una parte de su territorio no implicará la muerte de nadie y además su nivel de vida mejoraría rápidamente. Si rechazan hacerlo, no podría acusarse de su sufrimiento a nadie más que a su propia irracionalidad. La amenaza del calentamiento global, si es que existe, les impulsaría a tomar ahora las medidas que deberían haber tomado hace mucho tiempo.[9]

De hecho, probablemente resultara que, si se permitiera hacer los ajustes necesarios, el calentamiento global, si se produjera de verdad, acabaría siendo altamente beneficioso para la humanidad en su balance neto. Por ejemplo, hay evidencias que sugieren que retrasaría la llegada de la próxima era glacial mil años o más y que el mayor nivel de dióxido de carbono en la atmósfera, que se supone que causa el proceso de calentamiento, sería altamente beneficioso para la agricultura al estimular el crecimiento de la vegetación.[10] También podrían ampliarse los periodos de cultivo.[11]

Más aún, cualquier pérdida de terreno agrícola, como aquélla que se supone ocurriría en áreas bajas como consecuencia de la subida de nivel de los mares, se vería más que compensada por enromes cantidades de terreno nuevo utilizable en el Canadá Central y Rusia. Además, estaría la importante contribución hecha por la roturación del Amazonas y otras junglas. (La roturación de estas junglas—no “bosques pluviales tropicales” como se les llama hoy día eufemísticamente—y la consiguiente eliminación de sus serpientes venenosas otras bestias hostiles y su sustitución por granjas y ranchos, es de un enorme provecho desde el punto de vista de la vida y el bienestar humanos).[12]

Venga o no un calentamiento global, lo que es cierto es que la propia naturaleza producirá antes o después cambios significativos en el clima. Para afrontar esos cambios y prácticamente todos los que se produzcan por cualquier causa, el hombre requiere inexcusablemente libertad individual, ciencia y tecnología. En pocas palabras, requiere la civilización industrial constituida por el capitalismo. Lo que no requiere es la limitación a su capacidad de actuar por parte del movimiento ecologista. Si fuera realidad el hecho de que la temperatura media del mundo subiera unos pocos grados en el próximo siglo como consecuencia del consumo de combustibles fósiles y otros procesos industriales modernos, la única respuesta apropiada estaría en la forma de asegurarse de que hay disponibles más y mejores métodos de aire acondicionado. (De forma similar, si hubiera de hecho alguna reducción en la capa de ozono, la respuesta apropiada para evitar los casos adicionales de cáncer de piel que pudieran supuestamente ocurrir por exposición a una luz solar más intensa, sería asegurarse de que haya más gafas de sol, sombreros y lociones solares disponibles). Absolutamente en ningún caso, la respuesta apropiada sería buscar obstaculizar y destruir la civilización industrial. El hombre primitivo, el ideal de los ecologistas, era incapaz de afrontar con éxito los cambios climáticos. El hombre moderno, gracias a la civilización industrial y al capitalismo, es capaz de afrontar con éxito los cambios climáticos. Para hacerlo, es esencial que ignore a los ecologistas y no abandone la herencia intelectual y material que le sitúa por encima del hombre primitivo.


[1] Ver “No Evidence of Global Warming in 1980’s Is Detected by Satellites”, New York Times, 30 de marzo de 1990.

[2] Ibíd. 13 de diciembre de 1989, página A4. ver también Lehr, Rational Readings on Enviromental Concerns, páginas 393-437.

[3] Ehrlich, La explosión demográfica, página 61 en la edición estadounidense.

[4] Cf. McKibben, End of Nature, página 111.

[5] Ver “Scientist Warn of Dangers in a Warming Earth”, New York Times, 26 de mayo de 1990.

[6] Ibíd.

[7] Ver George Reisman, Capitalism, Capítulo 6, especialmente páginas 209-211 y 212.

[8] Sobre cómo opera el sistema de precios y el papel fundamental que desempeña en la auténtica planificación económica—esto es, la planificación económica de individuos y empresas privados—ver George Reisman, Capitalism, páginas 137-139 y 172-294 completas.

[9] El proceso de reformas racionales se aceleraría mucho más si a los estudiantes de esos países, cuando acuden a universidades en Estados Unidos, se les enseñara las virtudes del capitalismo, en lugar de propaganda marxista.

[10] Sobre estos asuntos, ver New York Times, 16 de enero de 1990, página C1 y del 18 de septiembre de 1990, página B5.

[11] Ibíd.. 13 de diciembre de 1989, página A18.

[12] Los ecologistas, por supuesto, lo denuncian, desde la base de que destruyen plantas y especies animales y contribuyen al calentamiento global a través de la destrucción de los bosques. También afirman que después de que el terreno ha sido talado y se agotan los nutrientes del suelo, el terreno se convierte en desierto. En respuesta a esto último, aparentemente nunca han oído hablar de las mesetas de Atherton e n Australia, que originalmente eran junglas y que ahora son y han sido por muchos años, terrenos agrícolas prósperos y hermosos. Tampoco parecen tener en cuenta que existe la capacidad de reponer los nutrientes del suelo a través del uso de fertilizantes químicos.