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Recursos naturales y medio ambiente

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Traducido por Mariano Bas Uribe

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Parte B. El asalto ecologista al progreso económico

4. La significación económica y filosófica del ecologismo

Debe concienciarse a la gente de Estados Unidos acerca de qué propone realmente el ecologismo y a qué propone renunciar y a qué se ha renunciado ya en términos económicos como consecuencia de su creciente influencia. Debe concienciársele acerca de la responsabilidad del movimiento ecologista respecto de la crisis energética y subsiguiente alto precio del petróleo y sus derivados, que es consecuencia de su sistemática y altamente exitosa campaña contra suministros de energía adicionales.[1] Debe concienciársele acerca de su consecuente responsabilidad en el enriquecimiento de los jeques árabes a costa del empobrecimiento de cientos de millones de personas en todo el mundo, incluidos varios millones aquí, en los Estados Unidos. Debe concienciársele acerca de su responsabilidad por el enorme incremento en la riqueza, poder e influencia de los gobiernos terroristas del Oriente Medio, financiándose mediante al alto precio del petróleo que ha causado y obligando a enviar al ejército estadounidense a la región. Si no existiera el movimiento ecologista, la Guerra del Golfo no hubiera sido necesaria. Porque en ese caso, el dictador iraquí no hubiera podido crear una estructura militar significativa: no habría tenido las ganancias del petróleo para financiarla.

Debe concienciarse a la gente de Estados Unidos acerca de cómo el movimiento ecologista les ha ido haciendo la vida progresivamente más difícil, al prohibir o encarecer una actividad económica tras otra. Debe mostrársele cómo, como consecuencia de su existencia, no se han podido llevar a cabo esas acciones tan necesarias y relativamente sencillas como construir nuevas centrales eléctricas y carreteras, ampliar aeropuertos e incluso abrir nuevos vertederos. Debe mostrársele cómo la historia del movimiento ecologista es una historia de destrucción: de la industria de la energía atómica; de pozos, refinerías y oleoductos de petróleo; de minas de carbón; de altos hornos y acerías; de la compañía Johns Manville y la industria del amianto; de compañías madereras, aserraderos y papeleras; de cultivadores de arándanos y manzanas; de pescadores de atunes—sólo para citar los que vienen de inmediato a la mente. Debe mostrársele cómo el movimiento ha sido la causa de la violación gratuita de derechos de propiedad y por tanto de que incontables miles de acres de tierra no se hayan desarrollado en beneficio de los seres humanos y de que no se hayan construido incontables casas y factorías. Debe mostrársele cómo, como consecuencia de no llevarse a cabo todas las acciones necesarias, por haberlas prohibido o hacerlas más caras, el movimiento ecologista ha sido una causa fundamental del marcado deterioro en las condiciones en las que la mayor parte de la gente de Estados Unidos debe vivir su vida—que es la causa de que las familias ganen menos y tengan que pagar más y, como consecuencia, se vean privados de su capacidad de tener su propia casa o incluso de mantenerse sin tener que trabajar más duro de lo que podría ser necesario.

Sorprendentemente, al tiempo que afirman su preocupación por el “impacto medioambiental” de las acciones de todos, al movimiento ecologista no le preocupa en absoluto el impacto económico de sus propias acciones. Reclama que antes de permitir actuar a los seres humanos, primero deben probar algo imposible: que sus acciones no dañarán a ninguna especie, ni siquiera a una formación geológica rocosa, en ningún lugar del mundo, por un prolongado periodo de tiempo indeterminado. Sin embargo, el ecologismo es libre de actuar sin preocupación alguna acerca de las consecuencias de sus acciones en las vidas y el bienestar de los seres humanos.

Al movimiento ecologista no le preocupa conocer que el alza en el precio del petróleo y los demás incrementos en el coste de la vida que ha promovido tienen necesariamente un impacto negativo en la salud humana y en su felicidad. Porque como consecuencia de tener que afrontar unos costes de la vida más altos, siempre hay al menos alguna gente que se encuentra en una situación de tener que conformarse sin hacerse, o al menos posponer, cosas como chequeos médicos y reparaciones a sus automóviles, estufas o cableados y quienes, como consecuencia, sufren lesiones o incluso fallecen por enfermedades o accidentes que podrían haberse evitado.

Resultados de este tipo son el efecto del la legislación que incrementa los costes. Esa legislación siempre tiene consecuencias económicas negativas, que no son evidentes de forma inmediata. Porque abarcan las consecuencias de que millones de personas tengan que responder en alguna medida acomodando sus circunstancias financieras y consecuentemente rebajando su nivel de vida.[2]

Aún más pernicioso, la legislación que incrementa los costes o reduce de alguna manera la eficiencia económica, tiene un efecto negativo acumulativo en el nivel de vida, que se produce por el hecho de que se reduce la capacidad del sistema económico para acumular y mantener capital. Esto es consecuencia de la enorme transferencia de capital de usos normales y productivos, a usos obligados por ley para cumplir con la constante hinchazón de regulaciones “medioambientales”—por ejemplo, las enormes sumas de capital que deben gastarse obligatoriamente en quitar el amianto de los edificios, en reemplazar los depósitos de gasolina subterráneos en las estaciones de servicio o en evitar la fuga de humos normales en tintorerías. El capital transferido de esta forma se quita no sólo de la producción de bienes de consumo sino también de la producción de los bienes de capital subsiguientes. Esto último reduce la capacidad de sistema económico en producir más bienes de capital de los que se utilizan en la producción y por tanto su capacidad de incrementar la oferta de bienes de capital, de los que depende su capacidad de incrementar la producción en el futuro, incluyendo la oferta futura de bienes de capital. Si se va muy lejos, mediante las regulaciones medioambientales que producen desperdicio y destrucción, la reducción en la producción de los bienes de capital puede ser tan grande que llegue a hacer imposible incluso reemplazar los bienes de capital que se usan en la producción. Si esto ocurriera, la subsiguiente capacidad de de producir disminuiría, incluyendo la subsiguiente capacidad para producir bienes de capital.[3]

En resumen, debe mostrarse a la gente de Estados Unidos cómo la naturaleza real del movimiento ecologista es la de una plaga virulenta, interponiéndose constantemente entre el hombre y el trabajo que éste debe realizar para mantener y mejorar su vida.

En el momento en que esto se entienda por la gente de Estados Unidos, será posible llevar a cabo los remedios oportunos. Éstos deberían incluir el rechazo a cualquier ley y regulación influenciada de cualquier manera por la doctrina del valor intrínseco, como la ley de defensa de especies amenazadas. También deberían incluir el rechazo a toda legislación que prohíba productos químicos artificiales sólo por una correlación estadística con el cáncer en animales de laboratorio establecida mediante la alimentación de los mismos con esos productos en dosis masivas y consecuentemente destructivas. Y deberían incluir la abolición de la Agencia de Protección Medioambiental, que es uno de los más destacados practicantes de las pseudociencias en los Estados Unidos hoy día y el instrumento principal de la destrucción económica que se practica en nombre del medio ambiente. El propósito y la naturaleza del remedio primordiales serían romper el asfixiante abrazo del ecologismo y hacer posible al hombre recuperar el incremento de sus poderes productivos en Estados Unidos lo años que restan de este siglo y todo el próximo.

Como demostraré en el resto de este capítulo, la significación filosófica del ecologismo es más profunda que la económica, que sin duda es muy importante. La aceptación cultural de una doctrina tan irracional como es el ecologismo aclara que el problema real del mundo industrializado no es la “contaminación medioambiental” sino la corrupción filosófica y la perversión moral.

Como indicador de la profundidad de la perversión en la que ha caído la sociedad contemporánea, ofrezco el siguiente extracto de una noticia reciente. Creo que las acciones descritas en esta noticia rivalizan en lo absurdo y con mucho exceden en lo vicioso a aquéllas descritas en la noticia histórica de que el Emperador Calígula había hecho a su caballo miembro del Senado romano.

Un comerciante de Nueva York ha sido hoy considerado culpable por el Tribunal de Distrito Federal por destruir 86 acres de humedales al construir su refugio de caza y se le ha condenado a pagar una multa de un millón de dólares y una indemnización del mismo importe.

Al comerciante, Paul Tudor Jones II, se le ha prohibido asimismo cazar aves migratorias durante 1991—“como indemnización para los pájaros”, dijo el Juez Frederick Smalkin, autor de la sentencia.

… Con el acuerdo fijado, se le multa con un millón de dólares, debe pagar otro millón como indemnización a la Fundación Nacional de Peces y Vida Salvaje y se le ordena recuperar los 86 acres, dijo Jane Barreto, ayudante del fiscal. Mr. Jones queda en libertad bajo fianza de 18 meses y se le prohíbe desarrollar 2.500 de sus 3.272 acres de terreno. Los humedales son importantes porque filtran la contaminación y ofrecen zonas habitables a la vida salvaje.[4]

Lo que significa esta noticia es que el legítimo propietario de un terreno se ha visto privado gratuitamente de su propiedad—lo sustancial de la misma—y posteriormente escandalosamente humillado por una cuadrilla de sonrientes torturadores, indistinguibles en la naturaleza de sus conductas de rufianes que roban a un hombre inocente en la calle. Porque qué otra cosa significa apropiarse del poder de determinar el uso de la propiedad de otro sin su consentimiento y sin compensación y posteriormente castigarle por pretender usar lo que de hecho resulta ser su derecho de uso y de nadie más y durante este proceso en un acto calculado de intolerancia, hacerle pagar una indemnización—por el uso de su propiedad—a los pájaros. La única diferencia entre esto y las actividades de los rufianes ordinarios es que en este caso esos rufianes llevan la toga de un juez de distrito y ocupan el cargo de ayudante del fiscal.


[1] Para una revisión completa acerca de cómo el movimiento ecologista, en unión con el gobierno estadounidense, ha sido responsable no sólo de alto precio del petróleo y sus derivados, sino también por prácticamente todos los demás aspectos de la crisis energética, ver más arriba “La crisis energética”, Parte A, punto 1 in fine, y George Reisman, Capìtalism, páginas 172-264 completas, pero especialmente las páginas 234-237.

[2] Estos principios fueron correctamente entendidos tanto por el Tribunal Federal de Apelación del Distrito de Columbia en EE.UU. y por la Oficina del Presupuesto del Gobierno de EE.UU. bajo la administración Bush. La investigación del Tribunal citado demostrando que puede ocasionarse una muerte adicional como consecuencia de la reducción de ingresos causada por cada 7,5 millones de dólares adicionales de gasto impuestos por la regulación gubernamental. A partir de ello, la Oficina del Presupuesto vetó la puesta en marcha de un costoso paquete de regulaciones medioambientales propuestas por el Departamento de Trabajo que buscaban supuestamente mejorar la salud y seguridad de los trabajadores. La Oficina descubrió que las regulaciones resultaban ser tan caras que su implantación hubiera causado más muertes que las que hubiera evitado. Ver “Citing Cost, Budget Office Blocks Workplace Health Proposal”, New York Times, 16 de marzo de 1992, página A13.

[3] Para una exposición de los principios implicados en esta argumentación, ver George Reisman, Capitalism, páginas 662-642.

[4] “Marsh Destroyed, Owner Is Fined”, New York Times, 26 de mayo de 1990.