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Ideología y liberalismo

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Cortesía de La Ilustración Liberal.

Probablemente se encuentren las ideologías entre las construcciones del espíritu más típicamente humanas pues alcanzan, por igual, al pensamiento y al sentimiento, al mundo de la razón y a la esfera de los valores y, por ello, se desenvuelven de la mano tanto de los argumentos como de las opciones personales asentadas en principios o meta racionales.

En el plano individual, el respeto a las ideologías comporta la asunción de la libertad intelectual y de conciencia; en un ambiente de tolerancia y de consideración recíprocas corresponde a cada ciudadano la construcción, adhesión o, en su caso, modificación de su marco ideológico. Sin embargo, en las sociedades organizadas políticamente, el impacto colectivo de las ideologías se produce, en su extensión más amplia, a través de la acción de gobierno. Cuando se trata de sociedades democráticas, la alternancia asegura un cierto cambio en los enfoques y en las prioridades; pero la elección ciudadana no se efectúa sobre opciones políticas inalterables sino que ejerce una clara influencia sobre ellas y condiciona su evolución. Semejante dinamismo ideológico no hay que verlo como una simple adaptación oportunista a las nuevas circunstancias sino Como un elemento esencial del espíritu democrático. Este dinamismo se nutre de una interacción permanente entre la sociedad y el poder político, de modo que éste influye en aquélla y, a su vez, es influido por ella, también en el plano ideológico. En loS países maduros, la alternancia política lleva, pues, consigo un movimiento de traslación ideológica, más o menos pronunciado, que resulta inducido por los procesos de cambio social.

El Conocido sociólogo francés Louis Legrand precisa, a este respecto, lo siguiente:

"La ideología, en su aspecto racionalizado depende del discurso y naturalmente este discurso se esclerosa con el tiempo mientras que los valores subyacentes evolucionan o incluso desaparecen dejando aquél 'en el aire " sin más fuerza que la costumbre adquirida de escucharlos y de pronunciarlos. Lo cual, a buen seguro, no condena a la Ideología como tal sino a cierta ideología particular a esperar la emergencia de un nuevo discurso, más conforme con el estado de los conocimientos y de los valores que dichos discursos han de explicar y justificar intelectualmente ".

Centro firme y cinturón protector

Toda ideología política dispone de un centro firme de principios de carácter moral que constituye su núcleo esencial y que evita el desplazamiento de la misma hacia un relativismo disgregador. Junto a ese núcleo sustantivo, existe un cinturón protector de valores auxiliares, compatibles con los principios del centro firme, que pueden ser afectados por procesos de cambio en términos de ajuste, o, incluso, de desaparición, preservando, no obstante, el centro firme de modificación alguna. Finalmente, un conjunto de instrumentos intelectuales facilita una gestión racional tanto del "centro" como del "cinturón", permite a los individuos presentar ante sí mismos y ante los otros sus opciones morales y contribuye a la cohesión del grupo que las profesa, por efecto de la consistencia que ofrece una adecuada justificación intelectual.

De conformidad con este modelo, la capacidad de una ideología política para mantener su vigencia y evolucionar sin desnaturalizarse dependerá de la flexibilidad de su "cinturón protector" y, particularmente, de la idoneidad de ese conjunto de "instrumentos intelectuales" que permitan, con la coherencia necesaria, la adecuación de la ideología a la nueva situación.

Nos encontramos entonces ante una vinculación fuerte. entre ideología y epistemología, toda vez que la concepción de las relaciones entre conocimiento y realidad afectará directamente a la configuración del marco ideológico ya sus posibles trayectorias de evolución temporal.

F .A. Hayek vinculó explícitamente su filosofía política con su teoría del conocimiento desde la convicción de que existen relaciones profundas entre las ideas políticas, sociales o económicas que se profesen y los enfoques que se adopten con respecto al poder de la razón. Como señala Paloma de la Nuez, comentando a T .A. Hayek, "Existe una conexión directa entre las concepciones epistemológicas y las doctrinas políticas: los conflictos entre estas últimas revelan muchas veces conflictos epistemológicos ".

La tradición liberal ha sido, y es, muy sensible a la hora de incorporar a su marco ideológico la reflexión sobre los límites de nuestro conocimiento y del poder de la razón. Junto con la dimensión moral, la dimensión política y la dimensión económica de la doctrina liberal, existe una orientación epistemológica, suficientemente articulada, que se manifiesta de forma temprana tanto en los escritos como en las actitudes intelectuales de sus protagonistas.

La razón y la realidad

John Stuart Mill (1806-1873), una de las figuras relevantes en la historia del pensamiento liberal, cuenta en su Autobiografía cómo su padre, James Mill, ante el comentario del joven John Stuart de que cierto sistema social era válido en teoría aunque no funcionase en la práctica, le corrigió resueltamente en los siguientes términos: "Lo que no funciona en la práctica no es válido en la teoría". Esta sencilla frase resume bastante bien la posición epistemológica del liberalismo y su visión sobre los límites de la razón, en esa dialéctica entre conocimiento teórico y realidad social.

Ante la posibilidad cierta de que una realidad siempre compleja contravenga nuestras posiciones teóricas con respecto de ella, la actitud del liberal es de modestia y humildad intelectual igualmente distante del dogmatismo arrogante que del escepticismo nihilista. La asunción de las limitaciones que presenta nuestro conocimiento para aprehender, por mediación de un marco teórico, la realidad natural o social da lugar a una posición falibilista, con la consiguiente revalorización de la función intelectual y social de la crítica; y, junto a ella, de todos aquellos procedimientos o instituciones que faciliten el descubrimiento de errores y su eliminación.

No es casualidad que uno de los más destacados liberales contemporáneos, sir Karl Popper, haya sido también uno de los más relevantes epistemológos del presente siglo; ni que su falsacionismo metodológico como criterio de demarcación científicas conecte tan bien con esa advertencia que hiciera James Mill a su hijo John Stuart; ni que su racionalismo crítico o evolutivo incorpore lo esencial de la tradición liberal en materia epistemológica.

Hay un distanciamiento claro en el pensamiento liberal de los fundamentos del racionalismo cartesiano y de lo que algunos autores han considerado su herencia natural, a saber, el racionalismo constructivista. Se trata ésta de una posición epistemológica que sobrestima el poder del pensamiento racional a la hora de construir o reconstruir un orden social ideal, de tal modo que si la realidad no se acomoda a nuestros modelos teóricos o a nuestras doctrinas es preciso transformar aquélla porque nuestras buenas construcciones racionales, claras y distintas, están exentas de toda duda. El origen de tales desajustes hay que buscarlo del lado de una casi siempre indisciplinada realidad social.

Esa forma de hiperracionalismo, como tendencia del espíritu humano, está mal situada para enfrentarse a la creciente complejidad y dinamismo de una sociedad abierta y cambiante, en la que abundan los actores sociales, dotados de amplia autonomía, en donde se multiplican las interacciones, se acrecientan el número y la importancia de los bucles causales, se incrementan y distribuyen con rapidez la información y el conocimiento y proliferan el orden espontáneo y los fenómenos de auto organización.

"La complejidad es la imprevisibilidad esencial" afirmaba Paul Valery .Más allá de la visión intuitiva del poeta, lo cierto es que cuanto más complejo es el orden social menores son las posibilidades de éxito de una planificación centralizada, de una regulación normativa detallada y de un intervencionismo vigilante; y menos idónea resulta, por tanto, esa posición epistemológica que, a modo de herramienta intelectual, ha formado parte de la tradición socialista.

Socialismo, irracionalismo

Llegados a este punto cabe preguntarse si la vinculación directa existente entre las concepciones epistemológicas y las doctrinas políticas, que señalara Hayek, es una mera consecuencia de esa estructura interna de las ideologías -de inspiración lakatosiana- antes descrita, o existe, además, alguna conexión más profunda -de carácter psicológico- capaz de explicar la preferencia espontánea por una u otra opciones racionales o de procesamiento e integración de la información.

No puede ser meramente casual la percepción, compartida por muchos, de que existe una elevada correlación entre aquellos que abrazan una ideología política claramente de izquierdas y aquellos que operan de forma espontánea desde posiciones epistemológicas propias del racionalismo constructivista. Dicho en otros términos, o son socialistas porque tienden a pensar de esa manera o tienden a pensar de esa manera porque son socialistas.

La psicología contemporánea nos ofrece ejemplos que guardan algunas analogías con la anterior conjetura. Tal es el caso de los resultados de las investigaciones de Witkin y colaboradores sobre las diferencias individuales, que condujeron a la elaboración del constructo dependencia/independencia de campo (DIC). La abundante evidencia empírica disponible permite vincular el enfoque característico que aporta la persona a la hora de enfrentarse a situaciones o actividades de carácter tanto perceptivo como intelectual -su estilo cognitivo- con aspectos de su personalidad y de su conducta que conciernen a la sensibilidad a los referentes sociales, a la orientación interpersonal o al grado de apertura emocional.

Tanto en su dimensión racional como en esa hipotética dimensión psicológica, las conexiones entre ideología y epistemología deberían constituir objeto preferente de reflexión para todos aquellos interesados en la necesaria evolución futura del socialismo, sin ignorar las dificultades u obstáculos que, particularmente, la segunda -de existir- podría plantear.

La "Tercera vía"

La alabada por unos y denostada por otros "Tercera vía" de Blair y Giddens comporta, de hecho, un reajuste del "cinturón protector" de valores auxiliares y una adaptación de los "instrumentos intelectuales" efectuada con la intención de preservar en lo posible el "centro firme". Esta reorientación del socialismo emerge, no por casualidad, en un país con una larga tradición empirista.

La adaptación de los "instrumentos intelectuales" comporta un cambio epistemológico hacia un racionalismo crítico o evolutivo capaz de tomar en consideración las exigencias de la realidad y hacer progresar, junto con ella, el marco de referencia en su conjunto. Los análisis de Gerard Schroeder y Tony Blair sobre el futuro de la Europa socialdemócrata, leídos en clave epistemológica, refuerzan la tesis de ese cambio de orientación.

Por la trayectoria profesional y política de quien escribe, permítaseme cerrar estas reflexiones sobre ideología y epistemología con una referencia genérica al mundo educativo.

El nivel de apertura de los modernos sistemas sociales, el número y la autonomía de sus componentes, su heterogeneidad, su dinamismo y la pluralidad de interacciones e interdependencias que se producen en su seno explican su elevada y creciente complejidad y caracterizan algunos rasgos del contexto en el que, con carácter general, han de operar las políticas educativas en los países desarrollados.

La educación se halla directamente concernida por los procesos de cambio social; se impone por ello repensar sus finalidades, sus metas y los modos de aproximarse a ambas desde marcos de referencia suficientemente flexibles, capaces de identificar y retener ese núcleo esencial de principios, de valores y de actitudes - absolutamente irrenunciable- que constituye la decantación de la mejor herencia moral de la tradición occidental; y, a un tiempo, dispuestos a modificar planteamientos, a abandonar viejos esquemas, a prescindir de prejuicios que, por su arraigo, se convierten en obstáculos para la búsqueda de soluciones; para la exploración de nuevos caminos; para la adaptación, en fin, inteligente a una sociedad dinámica y compleja que demanda con insistencia a la educación mayores dosis de acierto en el logro de los objetivos que le son propios.

Recurriendo a la imagen que nos ofrece Lakatos para describir la estructura de sus programas de investigación científica, quizás tan sólo se trate de incidir sobre esa colección de valores auxiliares que conforman el cinturón protector, y, desde luego, sobre los instrumentos y las actitudes con las que se gestiona el marco ideológico en su conjunto. En este sentido, el diálogo entre posiciones contrapuestas -con su carga intelectual de descentración del individuo, de desconfianza ante las verdades absolutas, de asunción de la falibilidad de nuestro conocimiento y del valor de la crítica, y con su carga moral, de consideración del otro- constituye, sin lugar a dudas, una herramienta fundamental.

Desde un optimismo racional, nos alejamos, pues, de esa visión hiperrealísta de la ideología, expresada por Monnerot, al identificarla como "un pensamiento cargado de afectividad donde cada uno de estos dos elementos corrompe al otro".

La vuelta a la libertad

A lo largo del último cuarto del presente siglo estamos asistiendo a una revitalización del liberalismo como corriente intelectual que ha prendido, de uno u otro modo, en las sociedades desarolladas. En tanto que doctrina de la libertad, el liberalismo es simple y a la vez complejo; reposa en un conjunto relativamente reducido de principios que subtiende, sin embargo, un marco orientador muy rico en significado. Aun cuando la posición original del liberalismo asume con fuerza el carácter unitario, indivisible o integral de la libertad no ha podido evitar que el desarrollo de una de sus facetas -la que mira al ámbito de lo económico- haya ganado el mayor de sus protagonismo. Ello ha servido de coartada a sus detractores para, ignorando sus orígenes y el núcleo moral y político de este referente ideológico secular, proceder, desde la caricatura, a su descalificación global. "Hoy -precisa Jiménez Losantos- es un fantasma alanceado por sus enemigos, pero acaso porque es mucho menos activo, menos visible, menos temido que durante la Guerra Fría. Motejado de neo y de salvaje, según los socialistas que lo bauticen, el liberalismo es algo más que un monigote teórico para hacer vudú, pero también algo menos de lo que debería ser".

Ese proceso abierto al liberalismo ha alcanzado en nuestro país también a la educación, negándole implícita o explícitamente el suficiente compromiso moral con la justicia y con la equidad como para inspirar, legítimamente, un impulso de mejora del sistema educativo.

Sin embargo, existe suficiente fundamento racional para confiar en que se trate, simplemente, de una cuestión de tiempo; y no sólo por la efectiva solidez de su núcleo moral o por la mejor disposición de su credo epistemológico para la adaptación a los procesos de cambio, para acercarse al diálogo, para huir de fundamentalismos cegadores, para buscar soluciones que respeten las exigencias de lo real, o para corregir los errores, sino también porque la progresiva evolución de las sociedades desarrolladas va desplazando su êthos característico hacia ese marco ideológico que es propio de un liberalismo templado.