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La economía de compulsión de la Alemania nazi

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Cortesía de La Revista de Libertad Digital

Sus orígenes e implementación

El 26 de noviembre de 1.936, la Administración del III Reich decretó la congelación en el nivel existente el 17 de octubre de ese mismo año, de todos los precios "administrados" o libres, existentes en Alemania. Dicha medida no era más que el colofón del proceso de "domesticación de precios" que venía sufriendo Alemania desde la llegada al poder de los nazis casi cuatro años antes.

La Zwangswirtschaft o economía de compulsión nazi acabaría pasado a la historia por su sistemática y elaborada naturaleza, así como por las draconianas medidas que acompañaron su aplicación. Nunca antes y quizás tampoco nunca después, había visto el mundo algo similar. La explicación seguramente se encuentra en el hecho de que para los nacionalsocialistas el control de los precios no tenía la consideración de una medida coyuntural, sino que estaba enraizada en su proyecto político totalitario y belicista. Como confesaba Herman Goering, el principal administrador de la Zwangswirtschaft junto a Hjalmar Schacht y Walter Funk, en 1946 a un corresponsal americano: "Controlar los precios y salarios, implica no sólo controlar el trabajo de la gente, sino también sus propias vidas. Ningún país puede conformarse sólo con hacer parte del trabajo."

En efecto, Hitler se valió de la economía de compulsión para construir la economía de guerra que constituía el núcleo central de su programa. La enorme cantidad de recursos que los nazis necesitaban vampirizar de la economía alemana, iba a ser obtenida mediante el viejísimo procedimiento de imprimir papel moneda para el gobierno en grandes cantidades. Incluso la gente poco versada en economía sabe que dichas prácticas producen la subida generalizada de los precios, por el desajuste entre una demanda incrementada y una oferta constreñida por limitaciones de naturaleza más poderosa que la disponibilidad de tinta papel y sello.

Los nazis tenían claro que tras la experiencia de la hiperinflación alemana del 23, con la gente especialmente sensibilizada a los incrementos de precios, estas prácticas inflacionistas podían significar una creciente impopularidad. Es por ello que Schacht comienza a establecer sucesivamente precios máximos sobre aquellos artículos que van viéndose afectados por la inflación. Una vez que el gobierno se embarca en controlar precios, el proceso de compulsión ya no se detiene. La combinación de más dinero en las manos del gobierno y del público, con los precios invariables tipificados para algunos productos, hace que la oferta ya no pueda satisfacer a todos aquéllos que están dispuestos a pagar el precio que se pide. Aparecen así sucesivamente las colas, los desabastecimientos, la acumulación por parte de los consumidores de cualquier producto que tienen la suerte de encontrar en las tiendas, se tenga o no necesidad perentoria de él y finalmente el racionamiento. El economista francés Jacques Rueff relataba con una anécdota cómo funcionaba la política económica alemana: "Durante mi visita a Schacht le comunicaron que ya no era posible encontrar bañeras en ninguna tienda. Bien, dijo Schacht, mañana publicaremos en el Boletín Oficial su racionamiento."

Pero si por el lado de la demanda, los precios máximos creaban desequilibrios, por el lado de la oferta, los efectos eran todavía más devastadores. El establecimiento de precios máximos se produjo inicialmente en el área donde las quejas de la población eran más intensas (bienes de consumo de gran demanda), mientras que el precio aún no controlado de los factores que servían para su producción, iba incrementándose y situando en pérdidas a los empresarios de estos sectores. Con el fin de escapar de la quiebra, los productores redujeron la calidad de los productos primero y comenzaron a abandonar la producción, después. Para evitarlo, el control de precios se extendió a los factores productivos. Posteriormente, en aras de evitar la desviación de estos factores hacia otros sectores donde los precios de consumo no estaban controlados y por tanto el margen entre costes congelados y precios en aumento era más atractivo, los controles de precios y también los racionamientos, fueron extendiéndose prácticamente a todos los bienes y servicios fueran de consumo, capital, materias primas o trabajo.

Paradojas del destino, conviene señalar que Schacht vio enormemente facilitada su labor por el legado económico que recibió de las políticas socialdemócratas de la República Weimar. Por ejemplo, cuando los nazis alcanzaron el gobierno se encontraron con un sistema bancario ya nacionalizado de facto, que utilizaron a su antojo para generar el crédito inflacionario. La "nacionalización" había sido resultado del proceso de rescate de la maltrecha banca alemana con fondos públicos inyectados a cambio de masivas participaciones en el capital de dichos bancos. Igualmente, los nazis heredaron una industria cartelizada por las regulaciones que permitiría controlar los precios a gran escala, un fortísmo poder sindical que ya impedía la negociación laboral al margen del síndicato y un sistema de arbitraje gubernamental en caso de discrepancias entre sindicatos y empresas, que en realidad significaba la posibilidad de fijar los salarios "políticamente". Con dicho instrumental, en muy poco tiempo toda la economía alemana pasó a servir los designios políticos de Hitler.


Sus efectos y el colapso final

Existe el tópico tan extendido como falso de que la economía de compusión nacionalsocialista fue un éxito. Se suele argumentar en defensa de dicha tesis el hecho de que Hitler redujo en tres años el número de desempleados desde los seis millones a prácticamente cero, construyendo entre otras cosas, magníficas carreteras que aún hoy perduran.

Las palabras de simpatía de Keynes hacia la zwangswirtschaft en el prefacio a la edición alemana de su Teoría General son doblemente aleccionadoras. Por un lado, nos advierten de las esencias doctrinales del keynesianismo. Por otro, dan idea de la popularidad y del crédito económico que se concedía a Hitler allá por el año 36.

Una de las principales características de la inflación es su "benéfico efecto" en el corto plazo. El papel moneda creado y utilizado para demandar producción adicional, sirve al principio para poner en marcha la economía. Es sólo más adelante cuando aparecen los perniciosos efectos en forma de aumentos de los precios. Ya vimos que en el caso nazi, dichos incrementos fueron "reprimidos" de una forma tan genérica y "eficaz" que todo el aparato productivo acabó quedando en manos del Gobierno. Con ello a los perniciosos efectos de la inflación se iban a acumular las devastadoras consecuencias del socialismo.

Es justo reconocer que Hjalmar Schacht, asustado al advertir el precipicio al que se dirigía la economía alemana, hizo grandes esfuerzos para tratar de volver al camino de la ortodoxia. Consciente de que Alemania necesitaba perentoriamente eliminar los controles de cambios y volver a integrarse en la economía internacional, trató de restablecer conversaciones con los británicos. Sin embargo, la cancelación de la visita a Gran Bretaña del Ministro de Exteriores von Neurath el 21 de junio de 1937 tras la ausencia de condenas contra la II República española por el hundimiento del crucero Leipzig, significó de hecho el final de Schacht. En noviembre del 37, Walter Funk asumió la cartera de Economía y a comienzos del 39 Schact salía también del Banco Central alemán (Reichsbank).

Cambiar la naturaleza de las acciones humanas y por tanto las leyes de la economía es algo que no está en manos de un gobierno, por muy poderoso que éste sea y por mucha violencia que utilice. Ni siquiera los nazis pudieron evitar que apareciesen uno tras otro, todos los efectos que inevitablemente acaban acompañando a la inflación reprimida mezclada con socialismo. Aparecieron los mercados negros y la corrupción de los burócratas que asignaban y desviaban factores productivos para atender dichos mercados. Un fenómeno bien ilustrado por ejemplo en La lista de Schindler. Es curioso advertir que entre los factores que se desviaban estaba la mano de obra esclava y es que, la existencia de ésta, es requisito imprescindiblle para hacer funcionar una economía socialista en la que los salarios no pueden subir y atraer a los trabajadores a las ocupaciones más necesarias, aunque estas sean desagradables. Apareció así, el fenómeno de la militarización del trabajo del que había hablado Marx y ya había implementado Trotski.

Como siempre que se imponen los controles de precios, se generalizó el trueque y también la venta de "paquetes de productos" que mezclaban productos con precio controlado con otros de precio libre, sobre los que se producía la negociación. Reisman relata en The Vampire Economy, con una anécdota, cómo fijaba sus precios un pequeño criador de cerdos. El cerdo se vendía como era obligatorio al precio establecido por las autoridades. Nuestro hombre exigía sin embargo, como condición para la venta, la adquisición al mismo tiempo de un perro por un precio que poco tenía que ver con el valor del can, pero sí mucho con el valor real del puerco. El comprador solía abandonar el perro a pocos kilometros y éste acaba reuniéndose con su dueño, listo para entrar en una nueva operación.

Lejos de constituir el peor aspecto del problema, los mercados negros sirvieron para evitar el caos absoluto de los desabastecimientos. Eso sí, a costa de convertir a millones de personas decentes, en infractores de la ley. En sus etapas finales, la economía alemana absolutamente devastada por la guerra, se encontraba con paradojas como que, en medio de un hambre generalizada, un sombrero (sin precio controlado) costaba millones de veces más que una hogaza de pan (sobre la que sí existía precio máximo). No es difícil para el lector advertir qué era más conveniente fabricar en estas circunstancias. Los alemanes se encontraron en una situación en la que carecía de sentido trabajar a cambio de un papel moneda del que todos ya tenían ingentes cantidades y cuyo problema era encontrar algún establecimiento aprovisionado donde gastarlo. Pasaron de trabajadores a vagabundos y estuvieron en ese estado de postración hasta que Ludwig Erhard en 1948, devolvió la cordura a la economía con su reforma económica. Pero ese ya es tema para otro episodio.