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Cien años de leninismo

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Cortesía de La Ilustración Liberal.
 
Introducción
 
Se cumple este verano un siglo desde la celebración en 1903 del II Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso en Bruselas-Londres. La fecha no es baladí. En ese Congreso se verificó la separación de bolcheviques y mencheviques. En otras palabras se cumplen cien años del nacimiento del leninismo, seguramente el corpus teórico-práctico más irresistible jamás inventado para hacerse con el poder político, para mantenerlo y para extenderlo universalmente. Por todo la faz de la Tierra y hasta controlar el último rincón de cada vida humana.
 
Las ideas de Lenin no fueron completamente novedosas. Tkachev escribía ya en 1874: “El pueblo es incapaz de hacer una revolución social (...). Evidentemente el pueblo es indispensable para la revolución. Pero a condición de que la minoría revolucionaria asuma su dirección”. Quedaban entonces adelantadas las bases del leninismo. Necesario es advertir sin embargo, que detrás de todo el lenguaje pomposo de “pueblo” y “revolución social”, lo que subyace es una simple y a la vez formidable idea: Construir toda suerte de resortes y mecanismos con los que una elite fanatizada y sedienta de poder pueda teledirigir a las masas en su conjura para la dominación mundial.
 
Repasaremos en esta serie algunos de tales medios y resortes y cómo se articulan la estrategia y la táctica para tomar, conservar y extender universalmente el poder político. En esta primera entrega nos detenemos en los debates del referido Congreso de 1903 y en la ética subyacente al leninismo.
 
Aunque curiosamente el Congreso no iba a dividirse por este motivo, el primer punto que levantó controversia en el Congreso de 1903 fue la cuestión de una posible contradicción entre las libertades democráticas y el interés del Partido. El debate se planteo con ocasión de la aprobación del programa del Partido. Evidentemente Lenin abogó por la subordinación de todos los principios democráticos a los intereses del Partido. El interés del partido -que no tiene más objeto que la conquista y el ejercicio irrestricto del poder político- se convertía con ello en el valor supremo. Poco espacio quedaban para las libertades u otros principios democráticos.
 
El divorcio entre bolcheviques y mencheviques se produciría más adelante al discutirse el principio de autoridad y la definición en los estatutos de “miembro del partido”. Para Lenin la adhesión al partido debía suponer un compromiso personal con la organización. Implicaba además de la aceptación de la totalidad del programa, una participación activa en el partido. Es decir, el miembro del Partido leninista va a ser un activista, obediente, mentalizado y disciplinado. El partido queda configurado como una organización de revolucionarios profesionales, rigurosa, disciplinada y sometida a un control interno permanente.
 
La postura opuesta defendida por Yuli L. Martov consideraba que miembro podía ser todo aquel que se sintiese cercano a las ideas del partido. La organización debía dejar iniciativa a las bases e impedir que la cima del partido impusiese sus directrices. Martov quería un club. Lenin, una secta militarizada.
 
Decía Eric Butler que lo que diferencia al marxismo-leninismo de pasados grupos sedientos de un poder universal es su cobertura filosófico-científica. Por primera vez en la Historia, la Humanidad se iba a enfrentar con un movimiento basado en un sistema filosófico que dice demostrar “científicamente” que el asesinato, el terror, la mentira, el engaño y el robo son solamente “aspectos temporales”, previos y necesarios al advenimiento de la Verdad y del Bien con mayúsculas. El Islam, por cierto con notables éxitos, ya había autorizado, doce siglos y medio antes, la utilización de la guerra santa (yihad) para someter al género humano a la ley de Alá tal y como le había sido revelada a su autodesignado profeta Mahoma.
 
El marxismo iba aún más allá. Pretendía ser una verdad científica, no una verdad revelada. Marx llamó a su filosofía “materialismo dialéctico”. Según Marx, la sociedad humana sólo evolucionaba por el conflicto, por la lucha de clases. La Historia terminaba en un “paraíso de los trabajadores”, pero ¡ay!, había que luchar para alcanzarlo. Matar, aterrorizar, mentir, robar y engañar eran, supuestamente, medios necesarios para conseguirlo. Una vez más: “Sólo por la lucha de clases se mueve la historia”. La particularidad del leninismo será precisamente esa combinación de necesaria lucha de clases y la promesa de un futuro esplendoroso. Todo queda así justificado. En palabras de Lenin: “La moral proletaria está determinada por las exigencias de la lucha de clases”.
 
Si la dialéctica se mueve en las fases tesis-antítesis-síntesis, el leninismo representaría la fase de la antítesis perpetuada. La excusa perfecta para alcanzar, detentar y expandir un poder tiránico. Las víctimas que lo padecen deben tolerarlo de buen grado. Cualquier abuso está justificado. De acuerdo con la dialéctica leninista, extender el aparato coactivo estatal para controlar la totalidad de la vida de cada persona es requisito indispensable para la eliminación de dicho aparato. Si existieron agravios (tesis), la forma de acabar con ellos, sostiene el leninismo, es generalizarlos (antítesis). ¿La forma de acabar con las violaciones de derechos humanos? Violarlos a gran escala. ¿La forma de acabar con el sufrimiento humano? Someterse a perpetuidad al imperio del terror.
 
Desgraciadamente el leninismo sigue presente en el mundo. No sólo gobierna en países como Cuba, Corea del Norte, Zimbawe o China, sino que pueden descubrirse bastantes de sus clásicas técnicas de agitación, propaganda y subversión en esas nuevas Internacionales que son el Foro de Sao Paulo y el Foro Social Mundial. Estas formas de leninismo adaptado al siglo XXI representan junto al integrismo islámico tal vez las mayores amenazas para las libertades y el bienestar de nuestras democracias. Conocer y familiarizarse con las técnicas leninistas es algo más que una curiosidad histórica.
 
 
El asalto del poder
 
Dado que el “pueblo” es incapaz de hacer la revolución por sí mismo y que las “revoluciones” no ocurren solas, corresponde a la vanguardia —al partido-secta— preparar la toma del poder día a día con el fin de completarla tan pronto se den las condiciones propicias para ello.
 
Son esos principios básicos los que inspiran la actividad subversiva. El término revolución debe entenderse en un sentido amplio. La toma del poder político valiéndose de la insurrección armada o del golpe de estado son solamente dos entre una más amplia gama de métodos disponibles. Formas alternativas o complementarias de las anteriores van a ser la infiltración en instituciones gubernamentales para ponerlas al servicio de la conspiración, la victoria electoral “democrática” y la “transición pacífica” al socialismo, la ocupación militar del país o cualquier otra que sirva para alcanzar el poder.

Ahora bien. Para asaltar el poder es necesaria una degradación previa, constante y progresiva del tejido social. Una ocupación creciente de pequeños puntos que vayan extendiéndose como la gangrena. El objetivo es convertir una sociedad sana, fuerte e inexpugnable en un cuerpo enfermo, cansado y sin ánimos de resistir.

Clara está pues la tarea a realizar. Erosionar la sociedad por cualquier medio posible. Legal o ilegal, pacífico o violento, “político” o “militar”. Agitación y propaganda, infiltración, terrorismo, actividad política, organización partidaria y sindical, encuadramiento de la masa, organizaciones fachada... Resumida la actividad en tres palabras, se trata de separar, desarticular y encuadrar.

De acuerdo con el manual de A. Neuberg, Der Bewaffnete Aufstand (La Insurrección Armada) que sirvió durante el período de entreguerras a la formación de cuadros comunistas por la KOMINTERN —la Internacional Comunista creada por Lenin para extender la revolución comunista por todo el mundo— cuatro son los factores necesarios para estimar una situación como pre-revolucionaria.

El primer factor tiene que ver con la pérdida de la capacidad de mando por parte del gobierno puesto que los dos principales objetivos en toda contienda son la voluntad y la capacidad de lucha del enemigo. La merma de capacidad de mando gubernamental vendría manifestada por un gran deterioro tanto de los medios para la defensa como de la autoridad para imponer la legalidad y el orden público. Propia de esta situación es la pusilanimidad de los gobernantes para hacer frente a las amenazas que se ciernen —por ejemplo, la huida de Batista de Cuba en 1959—, la existencia de motines, insurrecciones y deserciones en las Fuerzas Armadas y en la policía —Rusia, 1917—, el establecimiento de guerrillas controlando partes del territorio, etc.

La segunda característica de una situación pre-revolucionaria aparece cuando el gobierno ha perdido su legitimidad entre amplias capas de la población. Existe coincidencia entre la opinión pública de que la situación es insostenible con un deseo generalizado de cambios radicales. Los ciudadanos están separados del gobierno.

Neuberg apuntaba como tercer factor la presencia de una grave crisis económica y social que afecte a una mayoría de gente. Esta crisis puede venir propiciada por la derrota en una guerra; por una depresión económica con cierres bancarios, altísimo desempleo y quiebras; por el brutal desajuste de las cuentas públicas que desemboque en devaluaciones, hiperinflación, controles de precios y el desabastecimiento de núcleos urbanos a veces acompañado con saqueos.; por el continuo hostigamiento de grupos terroristas, de la violencia callejera o de una imparable delincuencia, etc. La sociedad ha sido desarticulada.

Todo esto es inútil en términos de asaltar el poder si no se da el cuarto y último factor: La existencia de fuerzas insurgentes organizadas y preparadas para la toma del poder. En la jerga leninista, el encuadramiento de la masa está listo.

Para subvertir la sociedad todo vale. Tanto las actividades “legales” amparadas en las libertades democráticas —participación en elecciones y en cargos de representación política, propaganda y agitación legal, libertad de expresión, prensa y reunión— como las ilegales —terrorismo, espionaje, sabotaje, desinformación, bandolerismo— sirven a un mismo fin. En el leninismo los cambios que se produzcan en la línea del partido son meramente cambios tácticos. El fin último de dominación política completa no varía jamás. El ataque es a la vez legal e ilegal, ofensivo y defensivo, abierto y oculto.

Las principales actividades legales quedarían resumidas por el director del FBI J. E. Hoover en su libro Masters of Deceit (Maestros del engaño) en tres grandes epígrafes: campañas de agitación de masas, técnicas de infiltración y frentes amplios a través de organizaciones fachada. La organización del entramado ilegal la abordaremos en el siguiente artículo de la serie.

La función de la agitación sería explotar los agravios (reales o ficticios), esperanzas, aspiraciones, prejuicios, miedos e ideales de todos y cada uno de los grupos que conforman la sociedad desde el punto de vista religioso, económico, político o racial. La estrategia básica era que personas e instituciones no revolucionarias, bajo influencia conocida o no conocida de expertas manos comunistas, fueran ampliando la influencia del leninismo en el mundo. Cualesquiera intereses fragmentarios, no articulados, vagos debían ser convertidos bajo la guía del partido en un común denominador: apoyo a la línea del partido. La agitación siempre tenía preferencia frente a la propaganda. La propaganda, aunque valiosa, servía para debilitar al enemigo a largo plazo, y había de ser llevada a cabo principalmente en el ámbito de la “inteligentsia”. La agitación debía ser inmediata, inflamatoria, conducente a hacer crecer el descontento y quedaba en manos del activista organizador de campo. El propagandista tenía que hablar de la naturaleza capitalista de cada problema. El agitador selecciona un aspecto conocido del problema.

La agitación debía comenzar a través de la prensa afín —propia o infiltrada. Esta se encargaba de sacar un caso con entrevistas, historias familiares, mucho sentimentalismos y escasa atención a otras consideraciones que pudieran . Se debía hacer hincapié en cualquier característica que le convirtiese en miembro de alguna minoría “desfavorecida”: padre de familia numerosa, negro o emigrante, trabajador humilde, cualquier cosa que ampliase las posibilidades de que la agitación tuviera más atractivo.

A los pocos días había que decidir si debe continuar la campaña. El partido tenía que convertirse en el auto designado recolector de “víctimas”, “agravios”, “linchamientos”, “cazas de brujas”, “brutalidad policial con minorías”, “guerras injustas”. Los cánones que iban a utilizarse para decidir si se continuaba con un determinada campaña eran los siguientes: ¿era posible influenciar a un gran número de personas a través de la misma?; ¿estaba implicada alguna autoridad —mejor cuanto más importante y opuesta al comunismo fuera— que pudiera ser debilitada o calumniada?, ¿podían salir fortalecidos otros proyectos comunistas que estaban siendo llevados a cabo en ese momento?, ¿podía el partido conseguir reclutamiento a través de esta campaña?, ¿podían obtenerse fondos para el Partido?

Si se optaba por la continuación de la campaña, el siguiente paso solía la creación del Comité o Plataforma XYZ: un frente comunista recién creado comenzaba una febril actividad. Se daba así la sensación de intereses organizados y peticiones concretas, enmascarándose la participación comunista. Para atraer la atención se utilizaban diversas fórmulas: testimonios de solidaridad, declaraciones de prominentes simpatizantes (declarados y no declarados) con “títulos” importantes. La agitación de masas siempre ha sido la forma más efectiva de conseguir el apoyo de los no comunistas. “Si fulano (por ejemplo un religioso) apoya a esta organización (una ONG) es que debe de ser buena”. El primo o infiltrado de turno se convierte en una estación trasmisora de control de pensamiento para el partido leninista. Por ello los comunistas siempre han estado ansiosos por conseguir el apoyo de doctores, profesores, clérigos y demás personas que puedan gozar de respeto moral o intelectual. Cuanto más conocida sea la persona, mejor. Otra técnica favorita es la de peticiones firmadas, cartas a los mandatarios o a los periódicos, mítines o concierto de apoyo y solidaridad.

Toda campaña iba destinada a presentar a los revolucionarios dentro de amplios frentes como “adalides” de las aspiraciones y reivindicaciones de la gente, como seres “progresistas”, “ilustrados” y “humanitarios”. La ilusión debía de ser: “Defendemos la libertad y la justicia allí donde nadie más está interesado en hacerlo”. El objetivo real era por el contrario preparar al partido y al resto de la sociedad para la toma del poder. Los miembros del partido ganaban experiencia en la guía de masas, se conseguía la radicalización de una parte de la sociedad al ir sembrando las semillas del descontento, así como debilitar, dividir y neutralizar la oposición y la capacidad defensiva institucional (judicial, militar, policial) del estado.

La infiltración consistía en introducir a miembros del Partido en organizaciones no-partidistas con el fin de utilizarlas para ejercer influencia a favor de la subversión. Las organizaciones infiltradas pasaban a formar parte de un amplío frente que incluía, además del partido, al resto de organizaciones fachada. El Caballo de Troya fue el modelo que citó Dimitroff en su alocución ante la séptima edición de la KOMINTERN.

Los objetivos de infiltración más importantes tenían como destino los sindicatos, la función pública, el gobierno, el ejército, las asociaciones civiles, científicas y religiosas y los medios de comunicación. El objetivo último es poner a todos ellos al servicio de la intriga. En todo caso se trataba de que la organización infiltrada acabase sirviendo —total o parcialmente— a los intereses del partido en fines tales como: declaraciones públicas de apoyo de la organización a candidatos políticos afines, implicar a la organización en las campañas de agitación y propaganda, destinar-desviar fondos de la organización para miembros o causas apoyadas por el partido, apoderarse del boletín o periódico de la organización, enviar delegados comunistas bajo la fachada de la organización a convenciones, sínodos y a atender a medios de comunicación que requieren la opinión de la “prestigiosa” organización en algún asunto de actualidad.

Las organizaciones completamente infiltradas y las creadas por los comunistas con pretextos fachadas acabarían constituyendo todo un amplio frente de organizaciones-fachada. Las organizaciones-fachada han constituido probablemente la táctica comunista de más éxito a la hora de captar el apoyo de los no comunistas desde que el finlandés Otto Kuusinen propusiese su creación a gran escala a comienzos de los años 20. Ha sido la vía idónea para influenciar el pensamiento y el comportamiento de millones de no-comunistas.

El número de organizaciones-fachada creados y controlados por el comunismo siempre ha sido impresionante. Los servicios que esas organizaciones acaban prestando al comunismo son incalculables. Desde apoyar las campañas de agitación y recaudar fondos para el movimiento hasta aportar ponentes, contertulios o entrevistables para toda clase de organizaciones no comunistas y medios de comunicación. Verdaderamente es asombroso el número de solicitudes e invitaciones de conferenciantes y “expertos” que siempre han recibido estas organizaciones fachada, especialmente en cuestiones de “derechos civiles”, “paz”, “cooperación internacional y subdesarrollo” o “temas de “medio ambiente”.

Las organizaciones-fachada también utilizan sus publicaciones para hacer avanzar la causa leninista dándole cobertura y avalándola con su aura de prestigio, ceden sus locales y sus presupuestos para la realización de reuniones, conferencias, jornadas, mítines. Presionan para que se apruebe determinada legislación o para oponerse a otra que va a discutirse. Consiguen influenciar a personas que desempeñan puestos importantes y a las que el partido no puede llegar por otras vías, etc.

Las organizaciones-fachada no operan de forma aislada, sino como parte integrante de un enorme frente amplio interconectado. Una de las principales “virtudes” del frente y de sus organizaciones fachada es su alto grado de flexibilidad. Igualmente las organizaciones fachada pueden integrarse en macro frentes y también rebautizarse. Por ejemplo las “Asociaciones contra el Fascismo” pasaron a ser “Asociaciones por la Paz” (¿les suena el nombre?) tras el pacto nazi-comunista para repartirse Polonia.

 
El entramado ilegal y el uso de la violencia
 
El partido sólo opera de forma sumergida cuando, y en la medida en que, es absolutamente necesario. Prefiriere operar siempre que es posible, en la legalidad, manteniendo un entramado ilegal preparado y de apoyo.
 
Por esa causa lucha con tanto ahínco contra cualquier normativa que dificulte sus actividades. En el momento en que el partido se ve forzado a sumergirse para sobrevivir reduce enormemente su capacidad de contacto con las masas a la vez que se ve obligado a gastar recursos y energías en toda clase de medidas de seguridad que no le reportan ningún avance. Su eficacia decrece enormemente. Dentro del entramado ilegal las actividades de terrorismo, merecen especial atención.
 
Podemos definir el terrorismo como “la utilización planificada de la intimidación con fines políticos”. Los leninistas se valen del terrorismo tanto para llegar al poder como para permanecer en él. Como dijo Lenin: “Nunca hemos rechazado el terror por principio, ni podemos hacerlo. El terror es una forma de operación militar que puede ser utilizada con provecho”. Ahora nos centraremos en la actividad terrorista subversiva previa a la toma del estado. En el último episodio nos ocuparemos el manejo leninista del terror una vez se instala en el poder.

Para hacer justificable la utilización del terror entre la ciudadanía, el leninismo trata de hacer creer a la mayor parte de la población que los actos de violencia de sus activistas tienen su origen en la indignación de los marginados por las graves injusticias a las que se ven sometidos. Repitiendo el eslogan “Hasta que no haya justicia social, no habrá paz” logran paralizar buena parte de la voluntad de la población y del gobierno. La proliferación de actos violentos va descomponiendo y amedrentando a la sociedad que pierde su vigor y sus libertades. Importantes elementos de contención van siendo eliminados.

Si no hay firmeza, los leninistas avanzan sin resistencia controlando cada vez más ámbitos sociales. Desaparecen las voces y las fuerzas que se les oponen. En las universidades y en los tribunales. En los medios de comunicación, en bares, en fábricas y en oficinas. En el campo o en la ciudad. El miedo puede palparse. Los amedrentados ciudadanos se miran nerviosamente. Pocos quieren hablar salvo para repetir algún lugar común: “Las cosas no van bien. Tiene que haber cambios. Haría falta sentarse a dialogar y escuchar las reivindicaciones”.

Si el gobierno reprime, deberá verse obligado a desmontar todo el aparato leninista al trata de cortar de raíz la subversión. Esto implica no sólo detener a los que ponen bombas y pegan tiros, sino combatir fuentes de financiación, aparatos de propaganda, equipos de captación y apoyo de activistas... Los leninistas trabajarán en ese caso los tópicos de “caza de brujas”, recortes de la libertades, dinámica represiva que no va al “fondo del problema” y más opresión. Si la guerra se encuentra en un estado avanzado, la administración incluso puede llegar a verse obligada a decretar los estados de emergencia o sitio. En este contexto, los leninistas tratarán de sacar provecho del descontento social causado por tales medidas.


Táctica y estrategia. Los principios de la lucha

En su libro A Century of Conflict, Communist techniques of Word Revolutino (Un siglo de lucha. Técnicas comunistas para la Revolución Mundial), Stefan T. Possony advertía que el leninismo además de aplicar las clásicos premisas que se enseñan en todas las academias militares fue incorporando principios adicionales que los teóricos y prácticos de la subversión iban ideando durante todo el siglo XX. Veamos cuáles son:

ESTATUS LEGAL Y SANTUARIOS: La primera regla básica a considerar es la seguridad y defensa de la base, la retaguardia y las comunicaciones. Si en el ajedrez el primer principio es la protección del rey, en la guerra sólo teniendo asegurados bastiones inexpugnables, santuarios seguros a los que replegarse y desde los que atacar, es posible alcanzar el éxito. Con este objetivo los conspiradores se esfuerzan por preservar el estatus legal del movimiento e impedir la ilegalización del Partido y del resto del aparato no militar, denunciando como “caza de brujas”, “violación de libertades públicas”, etc. cualquier esfuerzo al respecto.

También con ese objetivo tratan de conseguirse santuarios en el extranjero e incluso “zonas liberadas o de despeje” en el interior, a las cuales las fuerzas del orden tengan prohibido acceder para detener los ataques. Se trata por ejemplo de que el ejército colombiano respete una zona neutral y no hostigue en ella a las FARC para que puedan así entrenarse, refugiarse, dedicarse al narcotráfico o retener a los secuestrados libremente.

CORRELACIÓN Y DISPOSICIÓN DE LAS FUERZAS: Como el campo de batalla es la sociedad en su conjunto y como los ámbitos de lucha no se ciñen sólo al campo militar, sino que lo abarcan todo desde las información y la cultura, a las ideas, la política o la religión, los leninistas están realizando permanentemente análisis sociológicos para determinar la correlación de fuerzas, estudiar tácticas de desarticulación de las huestes enemigas y trabajar en la captación y encuadramiento de posibles adeptos. Directamente o a través de las organizaciones fachada y los “círculos de inocentes” como los llamara Willi Münzenberg.

Principios básicos que aparecen en cualquier manual militar son la concentración y la economía de esfuerzos, la superioridad de fuerzas en las zonas de combate rehuyendo la confrontación directa en otro caso, la movilidad y la coordinación de las armas. El leninismo aplica todos ellos con variantes. Así por ejemplo la concentración de esfuerzos es el principio de toda campaña. Esta puede ser de desprestigio de un enemigo o de agitación y propaganda en una causa popular. Puede ser también de desinformación para confundir a la población, política para ganar una votación, o “militar” para eliminar físicamente o intimidar mediante el terrorismo a quien se opone a sus avances. El aparato del partido se pone en funcionamiento una vez averiguados los campos más prometedores. La concentración de esfuerzos por tanto no es incompatible con la exploración inicial de múltiples puntos de ataque para tantear las respuestas y reorganizar (bajo los principios de movilidad y flexibilidad) luego las fuerzas hacia donde se estén logrando mayores avances.

Para conseguir superioridad de fuerzas en la zona de conflicto elegida, el leninismo desarrolló el principio específico que Possony llamó “regla de oro inversa”. Ésta consiste en tratar de succionar parte de las fuerzas enemigas, atrayéndolas o poniéndolas secretamente al servicio del propio bando, precisamente en aquellos lugares en los que se está realizando el ataque. Sería como una especie de arte marcial en el que se aprovecha parte de la fuerza del oponente, consiguiendo mediante la infiltración, las deserciones o la toma de material enemigo que la correlación de fuerzas varíe decisivamente en el momento de la batalla. Es la misma idea de la parasitación. Mao Tse Tung llegaría decir que: “las fuerzas enemigas pueden ser tenidas como propias para un plan de lucha exitoso”.

INICIATIVA, SORPRESA Y VARIABILIDAD TÝCTICA: Mantener la ofensiva y llevar la iniciativa es otro principio militar básico. Permite dispersar las fuerzas enemigas e impedir su reorganización, amén de llevar la batalla a los lugares que se escojan, conseguir superioridad en los mismos y aprovechar el factor sorpresa.

La variabilidad táctica es parte del factor sorpresa. Fintas y engaños suelen predominar sobre la simpleza del plan que aconsejan los manuales. En ocasiones se optará por la infiltración y la vía pacífica. En otras por la invasión extranjera, por la guerrilla urbana o el terrorismo.

LA ELECCIÓN DE LOS OBJETIVOS: De acuerdo con el contenido de sus escritos podemos deducir que en algún momento entre 1913 y 1915, Lenin leyó a Karl von Clausewitz. Varias fueron las enseñanzas e ideas que Lenin extrajo de su estudio. Provienen de Clausewitz la conexión de política y guerra como medios complementarios en relación con la conquista y el mantenimiento del poder, la idea de presentar siempre la agresión como una reacción defensiva (en el caso del leninismo como una acción liberacionista) y sobre todo el concepto de “clave de acceso a un país” que el leninismo acabaría extendiendo a toda la lucha político-militar.

Clausewitz definió como clave para el acceso a un país “aquel elemento sin cuyo control no se debe uno aventurar a penetrar en el territorio enemigo”: el que da la llave. Clausewitz, criticando las ideas de un estratega militar de su época llamado Lloyd que hacía énfasis en el control de puntos territoriales estratégicos, nudos de comunicaciones, etc., sostenía que sólo había una auténtica clave para cada país: “el ejército enemigo”. Es sumamente probable que la idea de “fuerza vital” posteriormente articulada por el comunismo tuviese aquí su origen.

La idea de “fuerza vital” del enemigo es la que guía y determina la elección de objetivos en el ataque leninista. “Fuerza vital” es la clave que cohesiona todas las fuerzas del oponente y su voluntad de lucha. Puede ser un ideario patriótico, religioso o de libertad y a la vez una serie de instituciones y personalidades galvanizadoras. Es también la propia capacidad de defensa del contrincante: su poder de fuego. Desde conseguir evitar un rearme, hasta golpear, disolver o desmoralizar cuerpos militares o de seguridad especialmente notables. Desde infiltrar y neutralizar mandos, hasta poner éstas fuerzas bajo control propio o de órganos débiles y controlables. Es finalmente el eslabón decisivo cuya caída implica el acceso al poder de cada país. La Iglesia, el Ejército, la Monarquía, la Policía o la Patria regularmente estarán en el punto de mira. También los gastos en defensa, la estabilidad monetaria y la ortodoxia en las cuentas públicas, “el belicismo”, la actividad empresarial, los partidos “derechistas”, los medios de comunicación “reaccionarios”. A veces también las “falsas libertades democráticas” y en la actualidad hasta las armas en mano de la población en los EEUU.