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Una introducción al razonamiento económico

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Traducido por Mariano Bas Uribe

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Capítulo 5: La teoría del valor trabajo

La discusión de capítulo anterior genera un importante problema. En la primera parte del capítulo, se presento la negociación del precio como algo con pocas restricciones. Si preferíamos tener su naranja a nuestra manzana y sus preferencias eran las contrarias, un intercambio nos beneficiaría a todos. Pero, como dijimos, poco puede decirse acerca del ratio de intercambio.. Podría ser una manzana por una naranja, dos manzanas por una naranja, tres naranjas por una manzana, etc. Prácticamente todo se mantenía en la oscuridad.
 
Pero más adelante en el capítulo, las cosas parecían diferentes. Entonces determinar el precio apareció como sencillo: simplemente dibujábamos la curva de demanda, dibujamos la curva de oferta y vemos dónde se cruzan. ¿Puede ser más sencillo?
 
¿Hay aquí una contradicción? Examinémoslo más de cerca:
  1. Aparte de los resultados de la negociación por parte de aquéllos que realmente participan en un intercambio, no podemos determinar el ratio al que se realizan dichos intercambios.
  2. Dadas las curvas de demanda y oferta de los intercambiadores, podemos determinar fácilmente el ratio reintercambio: es el punto donde las curvas se cruzan.
 
  1. ¿Y entonces? ¿Hay una contradicción? Volver a leer la discusión de la ley de la no contradicción del Capítulo Uno.
 

Por qué no hay contradicción

 
Afortunadamente para nosotros, las dos proposiciones no se contradicen. La primera proposición es categórica: dice que el ratio de intercambio no puede determinarse, aparte de lo negociado por los intercambiadores. La segunda proposición, por el contrario, es hipotética: dice que si obtenemos las curvas de demanda y oferta, puede determinarse el precio.
 
Todo ello nos permite escapar a la contradicción. Siempre la cláusula condicional de la proposición hipotética no se lleve a cabo, ambas pueden ser verdaderas de forma consistente.
 
Volvamos de nuevo sobre ello. (Si no lo necesitamos, prescindamos de este párrafo). La hipotética dice o que pasaría si obtuviéramos las curvas de demanda y oferta. No dice que obtengamos las curvas. Mientras no tengamos las curvas, la proposición no afirmará nada acerca de lo sencillo que es determinar el ratio de intercambio. Por tanto no contradice la afirmación de que el ratio es indeterminable.
 
  1. ”Pero si la cláusula condicional no se produce nunca, la proposición es siempre falsa. Por tanto, hemos escapado de la contradicción sólo mediante la eliminación de una de las proposiciones que hemos realizado en primer lugar”. ¿Cuál es el error en esta argumentación?
  2. ¿Qué tenemos que añadir a las dos proposiciones para generar una contradicción?
  3. Dar otros ejemplos de dos proposiciones que (1) parezcan ser contradictorias, (2) pero no lo sean en realidad, porque una de ellas es una hipotética, cuya cláusula condicional no se lleve a cabo en la realidad.
 

Las curvas de demanda y oferta, revisitadas

 
La solución a nuestra paradoja nos plantea por supuesto una nueva cuestión. ¿Por qué no pueden obtenerse las curvas de demanda y oferta en el mundo real? Responderla es fácil, una vez que recordamos cómo se construyen las curvas de demanda y oferta. Como recordaremos, para obtener la curva de demanda u oferta, debemos tener antes un plan de demanda u oferta. Por tanto, si no se fijan los planes, tampoco pueden determinarse las curvas.
 
Pero tenemos que afrontar una nueva cuestión. ¿Por qué no se establecen los planes de demanda y oferta antes de negociar? Para responder a esto, debemos volver de nuevo a la praxeología. Recordemos cuál es nuestro objetivo como estudiantes de economía. Intentamos deducir proposiciones a partir del axioma de la acción que nos iluminen en nuestro propósito.
 
No se deduce del axioma de la acción que los planes de demanda y oferta deban ser fijados previamente. Probablemente ya sepamos antes de empezar a intercambiar manzanas y naranjas, qué cantidad de cada bien querremos en función del precio, pero esto no tiene por qué ser así.
 
¿Podemos ver cómo la última afirmación requiere una modificación de todo lo que ha ido antes? No es completamente cierto decir tampoco que el ratio de intercambio es indeterminado o que en ningún caso los planes de demanda y oferta pueden ser fijados previamente. En su lugar, deberíamos decir que no hay nada que requiera que estos planes se fijen, desde el punto de vista de la praxeología. Por tanto, podemos mantener, de nuevo desde el puntote vista de la praxeología, las dos afirmaciones en las que venimos insistiendo: (1) el ratio de intercambio es indeterminado (de acuerdo con la praxeología) y (2) si se obtienen las curvas de oferta y demanda, se puede determinar el precio.
 
Hay otro punto que refuerza nuestra conclusión. Supongamos que tenemos cacahuetes, que queremos cambiar por cromos de futbolistas. (Estamos hartos de manzanas y naranjas ¿verdad?). Podemos (o no) tener en mente un plan de cuántos cacahuetes ofreceremos a cambio de varios cromos. Esto también es consistente con el axioma de la acción. De forma parecida, los otros pueden tener o no un plan de propuestas de intercambio en mente. Pero no podemos determinar a través de la praxeología si lo tienen. Si lo tenemos nosotros, de ello no se deduce que lo tengan ellos, si no lo tenemos, igualmente ellos pueden tenerlo.
 
En economía austriaca, la preferencias que nos importan son aquellas que se demuestran en la acción. Si nos ofrecen un cromo de Zinedine Zidane por diez cacahuetes, esto quiere decir que prefieren diez cacahuetes a un cromo de Zizou, su oferta nos lo demuestra. La clasificación relativa de otras combinaciones es, dede el punto de vista de la praxeología, irrelevante. Lo que importa son las preferencias que se muestran realmente en el mercado: las otras “como flores que brotan en la primavera, tralará/No tienen que ver con esto”.
 
Por supuesto, nosotros sabemos si hemos fijado una escala de preferencias, igual que ellos saben si la tienen. Pero no se obtiene ninguna de ellas sólo razonando a partir del axioma de la acción. Desde este punto de vista, podemos simplemente asumir que ninguno ha fijado su escala de preferencias.
 
Por tanto, todo lo que hemos hablado acerca de curvas de demanda y oferta es hipotético. Todo lo que hemos obtenido, estrictamente hablando, es el punto en que las curvas se cruzan: o lo que es lo mismo, el precio real de la transacción de compraventa. (Un ilustre economista británico, Sir Dennis Robertson, puso el énfasis en esto).
 
Si las curvas son hipotéticas, ¿por qué usarlas? Deberíamos saber ya la respuesta. El razonamiento hipotético es a menudo extremadamente útil en ciencia; en economía es indispensable.
 
Hasta ahora hemos descubierto que las curvas no están realmente “ahí afuera”: las escalas de preferencias fijas, hemos aprendido, no tienen por qué existir. Pero no debemos llegar más lejos. Algunos economistas piensan que las preferencias no existen, excepto en el momento de la acción. (James Buchanan, premio Nobel en economía, mantenía esta postura). No estamos de acuerdo.
 

Sección para nota

 
Hay un error en el que fácil caer. En realidad, el autor de este libro cayó en él. Afortunadamente, un eminente economista austriaco le llamó la atención sobre ello. Volvamos a la aparente contradicción de la primera página de este capítulo. Advirtamos que afecta a si podemos determinar el ratio de intercambio de dos bienes.
 
Si, como hemos demostrado, un observador externo no puede determinar este ratio, de ello no se sigue que el mismo sea indeterminado. Por el contrario, puede haberse fijado, pero los observadores externo no pueden saberlo.
 
El eminente economista que apuntó esto propone que en el momento en que tiene lugar un intercambio, las escalas de preferencia de todos los individuos afectados quedan fijadas. En esta perspectiva, un individuo puede no ser consciente de su escala de preferencias latente.
 
No estamos seguros de que esto sea cierto: pero la discusión en el texto no excluye esta posición. Incluso si existentes las escalas de preferencia latentes, solamente podemos observar los resultados de la negociación. Estas escalas son inaccesibles.
 
¿Vemos por qué no? De nuevo, la praxeología no requiere la negación de esta posición. La afirmación de que las preferencias no están “en mente” pero pueden descubrirse en el comportamiento es una doctrina filosófica. Que sea cierta o no, no es algo que tengamos que descubrir como economistas. De nuevo, lo que queremos saber es qué se deduce del axioma de la acción. Las controversias sobre teorías filosóficas deben ser evitadas.
 
  1. ¿También son hipotéticas las curvas de mercado de demanda y oferta? ¿Qué argumento lo demuestra?
  2. “No se deduce que la acción se demuestre siempre en la preferencia. A veces hacemos cosas, aunque realmente no queramos hacerlas” ¿Qué respondería un economista austriaco a esto?
 

¿Otra economía?

 
La aproximación al precio y valor que hemos comentado hasta ahora, la teoría subjetiva del valor, se desarrolló a partir de 1870. (Ya se prefiguró en la Edad Media y el Renacimiento, pero quedó olvidada durante el siglo diecinueve). Ciertos economistas conciben el valor de una forma diferente: son los miembros de la llamada escuela clásica, que incluye a Adam Smith y David Ricardo.
 
Con el fin de entender mejor la economía austriaca, descubriremos que es de gran ayuda ver la doctrina clásica. Después de hacerlo, examinaremos la manera radicalmente diferente en que los austriacos contemplan el elemento clave de la teoría clásica: el coste de producción.
 
Analizaremos al teoría clásica de la forma que la contempló su componente más controvertido: Karl Marx, el fundador del “socialismo científico”. Marx argumentó de una forma muy sistemática a favor de su teoría. Podremos utilizar lo que ya sabemos para que nos ayude a ver los errores de la teoría marxista. Y nuestro examen nos ofrecerá un beneficio adicional. Durante buena parte del siglo veinte, los gobiernos comunistas dominaron una gran parte del mundo. Estos regímenes se basaban explícitamente en las teorías de Marx. Las teorías erróneas tienen un inmenso poder de producir daños.
 
  1. Hacer un breve informe acerca de la vida de Karl Marx. A partir de lo que descubramos de su vida ¿nos sorprende como alguien sinceramente preocupado por el bienestar de la mandad? Puede resultar útil examinar el libro “Intelectuales” de Paul Jonson (Javier Vergara Editor, Buenos Aires, 2000).
  2. Identificar a los siguientes y qué hicieron: Friedrich Engels, Karl Kautski, Vladimir Ilich Lenin.
 

El ABC marxista

 
Como hemos aprendido, decir que los ratio de intercambio o precios vienen determinados por la oferta y la demanda no deja con muchas cosas en el aire. Las curvas de oferta y demanda dependen de preferencias individuales: se fijan sólo hasta este nivel.
 
Marx mantenía que estar satisfecho con esto es un signo de economía superficial, “vulgar”. La tarea de la teoría es descubrir las leyes que subyacen el comportamiento económico.
 
No rechazaba la teoría subjetiva completamente. En un punto estimaba que la teoría era correcta. Para que un bien tenga valor económico, tiene que ser útil. No cambiaríamos manzanas y naranjas (perdón, han vuelto) salvo que valoremos al menos uno de esos bienes. Si los nísperos no tienen ninguna utilidad para mí, no negociaré para obtenerlos. Marx aceptó hasta este punto; por una vez, no se privó de sentido común.
 
Este hecho nos permite ver la falacia de un argumento común contra la teoría de Marx. Como veremos pronto, Marx explicó el valor económico de un bien a partir de las horas de trabajo necesarias para producirlo. ¿Pero qué pasa si alguien emplea una enorme cantidad de tiempo haciendo pasteles de barro? No importa cuánto tiempo emplee trabajando en los pasteles, son inútiles: nadie quiere pasteles de barro.
 
Esta objeción mantiene a Marx incólume. Para que tenga valor, un bien debe ser útil o, como decían Marx y los clásicos, debe tener valor de uso. Puesto que los pasteles de barro no son útiles, no tienen valor económico. Esto cumple ambas teorías del valor, la austriaca y la marxista.
 
  1. “Si Marx admitió que sólo las cosas útiles tiene valor económico, entonces también era en realidad un teórico del valor subjetivo”. ¿Cuál es el error en esta objeción?

Por qué Marx no es un subjetivista

 
La respuesta a nuestra pregunta es directa. Marx pensaba que para tener valor económico, un bien debe ser útil. Hasta aquí, está de acuerdo con la escuela subjetiva. Pero a partir de aquí, se aparta de la economía austriaca. Una vez que un bien aprueba el test de utilidad, el valor subjetivo sale de escena. No tienen nada más que ver con la determinación del valor del bien.
 
¿Por qué da Marx este paso? Es extraño, pero lo hace porque comprendió completamente una verdad básica que ya hemos aprendido del valor subjetivo. Los valores subjetivos son ordinales: podemos decir que preferimos una naranja a una manzana, pero no podemos decir cuánto más la preferimos. No podemos decir que una naranja tiene tantas unidades más de utilidad que una manzana. Más aún, es imposible comparar nuestra preferencia de naranjas con la preferencia de otros: no es posible hacer comparaciones interpersonales de utilidad.
 
¿Vemos por qué no? Cada escala de preferencia da sólo las clasificaciones ordinales de un individuo:
 
Nosotros
2 naranjas
1 naranja
2 manzanas
1 manzana
Ellos
2 manzanas
1 manzana
2 naranjas
1 naranja
 
La pregunta: ¿cómo comparamos nuestra clasificación de de dos naranjas con la suya de una manzana? no tiene sentido. Tal y como hemos definido la preferencia, esta pregunta rompe las reglas.
 
Pero es aquí donde reside el problema, según Marx. Puesto que el valor de uso es subjetivo, no puede ser la base de una ciencia del valor. El propósito de la ciencia es llegar a leyes objetivamente verdaderas: el valor subjetivo no cumple con este requisito. Por tanto, ¡quitémoslo!
 
  1. ¿Qué error básico cometió Marx respecto de la ciencia en esta línea de razonamiento?
  2. El conductismo o behaviorismo, un movimiento psicológico, es análogo en el rechazo de Marx al subjetivismo. Hacer un informe breve acerca de este movimiento.
  3. “Puesto que Marx admite que sólo los bienes con valor de uso tiene valor económico, no ha eliminado el subjetivismo de su teoría. Por tanto, su teoría no cumple con sus propias exigencias” ¿Qué respondería Marx a esta objeción?
 

La solución de Marx a su problema

 
Entonces, ¿cómo podemos llegar a una ciencia del valor económico? Según Marx, los bienes económicos tienen otra propiedad, además del valor de uso: el valor de intercambio. Si tengo una manzana, ésta no sólo cumple ciertos deseos míos directamente. Puede ser utilizada para obtener otros bienes. Quizás pueda obtener una naranja con ella. (Si no puedo, muchos de los ejemplos de este libro se arruinan).
 
El valor de intercambio, según Marx, nos da las bases de una verdadera ciencia del valor. Supongamos que una manzana se intercambia con una naranja. Por tanto, una manzana = una naranja. Este es para Marx el imprescindible primer paso de la ciencia.
 
  1. Utilizando lo que ya hemos aprendido, identificar la falacia fundamental en el razonamiento de Marx.
 

El error básico de Marx

 
Esperemos que hayamos vislumbrado ya que el paso inicial para la argumentación de Marx es erróneo. Un intercambio no es una igualdad, sino una doble desigualdad. Si intercambiamos una manzana por una naranja, es que valoramos una naranja más que una manzana y que la contraparte valora más una manzana que una naranja. En otro caso, no habrá intercambio.
 
Marx podría contraatacar a nuestra objeción de esta forma. Aceptando que hay una doble desigualdad, ésta se aplica sólo al valor de uso. Pero el valor de uso no explica el valor económico. Esa tarea recae en el valor de intercambio y en éste debe haber una igualdad.
 
Esta réplica muestra otro error básico que cometió Marx. Asumió, equivocadamente, que el valor de intercambio existe completamente aparte del valor de uso. En realidad, esto no es así. ¿Por qué tiene una manzana un valor de intercambio? Porque con él, podemos obtener una naranja. Y la concreción de ese valor depende de cuánto deseemos las naranjas y cuanto quieran las manzanas los demás. El valor de intercambio deriva del valor de uso o utilidad: no es ningún tipo de entidad mística que exista por sí misma.
 
  1. ¿Cómo respondería Marx a esta objeción? ¿Qué respondería un austriaco a su vez?
  2. ¿Qué principios básicos de praxeología viola la teoría de Marx?
 

Los errores de Marx acerca de la ciencia

 
Marx probablemente habría respondido a nuestros puntos de vista de esta forma: estamos alterando el problema para favorecer una teoría subjetiva del valor. Pero en realidad no lo hemos hecho. Hemos explicado cómo el valor de intercambio aparece a partir de un valor subjetivo. ¿Qué justificación tiene Marx para crear un “valor de intercambio” como una entidad independiente? No se deriva del axioma de la acción.
 
¿Pero es ésta una buena objeción contra Marx? Después de todo, él no ha dicho que sea un praxeologista. ¿Por qué tiene que plegarse a los requerimientos de esa disciplina? Esta línea de defensa, nos parece, no da esperanza alguna a Marx. Sean las que sean sus perspectivas acerca de la praxeología, se enfrenta a un problema básico: debe justificar su afirmación de que el valor de intercambio existe independientemente del valor de uso. Y eso es lo que no ha hecho.
 

Más errores marxistas

 
Marx podría contestarnos de esta manera: “Estáis mirando hacia un lado equivocado. La justificación del valor de intercambio es precisamente que me permite averiguar las leyes exactas del valor. No necesito ninguna otra justificación para presentar el concepto”.
 
Desafortunadamente para Marx, su intento de deducir leyes exactas para el valor no tiene éxito. Volvamos a lo básico, esto es, manzanas y naranjas. Tenemos: Una manzana = una naranja.
 
De acuerdo con Marx, esto quiere decir que una manzana es igual que una naranja. Pero, obviamente, una manzana es muy diferente de una naranja. ¿Cómo pudo entonces afirmar Marx que son idénticas?
 
A Marx no le quedaba nada (o muy poco). Sabía perfectamente bien que una manzana no es idéntica a una naranja: pero debe haber, pensaba, alguna entidad subyacente en la manzana y la naranja que sea igual en ambas. De otra forma, no habría igualdad: y, sin igualdad, no podríamos deducir las leyes del intercambio.
 
Muy bien, entonces: una manzana y una naranja contienen un elemento idéntico. ¿Cuál es? Según Marx sólo puede ser el trabajo. Una manzana se intercambia con una naranja porque se requiere la misma cantidad de trabajo humano para producir cada una de ellas.
 

Las críticas de Böhm-Bawerk

 
Eugen von Böhm-Bawerk, un extraordinario economista austriaco, que también sirvió como ministro de finanzas de Austria a principios del siglo veinte, sometió la argumentación de Matx a un devastador asalto. Dedicó dos obras capitales a la economía de Marx: parte de un capítulo en su gran tratado Capital e interés y un pequeño libro independiente llamado La conclusión del sistema marxiano.
 
Böhm-Bawerk encontró un vacío en los argumentos de Marx. Supongamos que concedemos a Marx que hay una igualdad que afecta al intercambio. Y supongamos que le concedemos que la igualdad lleva a la identidad. ¿Por qué tiene que ser el trabajo el elemento idéntico? ¿Por qué no puede ser otra cosa?
 
Y el trabajo parece una elección poco prometedora para ser el supuesto elemento común. El valor de algunos bienes parece claramente no depender del tiempo de trabajo necesario para producirlos. Böhm-Bawerk apuntó que el vino a menudo incrementa su valor cuanto más tiempo se almacena. El trabajo requerido para obtener la uva y convertirla en vino contribuye poco al precio del vino.
 
  1. Para nota: Dar ejemplos de otros bienes aparte del vino, cuyo valor no depende del trabajo que requiere producirlos.
  2. Marx argumentó que si hay una igualdad en el intercambio, debe haber una identidad subyacente que lo explique. ¿Tenía razón?
 

Otra falacia

 
Böhm-Bawerk apunto una falacia aún más importante en los argumentos de Marx. Todos sabemos que algunas personas son trabajadores mucho más eficientes que otros. Alguien podría ser capaz de fabricar un sujetalibros de madera en unas pocas horas, pero otro podría tardar años en hacerlo. ¿Será en este caso el segundo sujetalibros varias veces más valioso que el primero? ¡Por supuesto que no! El valor económico, por tanto, no depende del tiempo de trabajo requerido para producir algo.
 
Marx lo sabía. Pero, como ya hemos visto suficientemente, prácticamente nunca renegó de alguna de sus adoradas teorías. Para soslayar la dificultad, dijo que no era el trabajo requerido para producir un determinado bien lo que determinaba el valor, sino el trabajo “socialmente necesario” para producir unidades de esa clase. El segundo sujetalibros no será extraordinariamente valioso, independientemente del tiempo que se tarde en construirlo, porque lo sujetalibros normalmente no requieren varios años para ser fabricados.
 
En este punto Böhm-Bawerk lanza su crítica. ¿Qué determina si la cantidad de trabajo es socialmente necesaria? A veces, como en nuestro ejemplo del sujetalibros, la respuesta es obvia: no usaremos el trabajo de un incompetente como criterio. Pero a menudo no es tan evidente que contabilizar como socialmente necesario. ¿Deberíamos adoptar el tiempo más corto posible que le tome a cualquiera para producir algo como el estándar? Si no eso, ¿entonces qué?
 
Böhm-Bawerk apuntó que para resolver este problema, Marx necesitaba precios de mercado reales. El trabajo “socialmente necesario” es el trabajo que se necesita para producir bienes al precio de mercado. Aquellos que requieran más trabajo para producir un bien no están realizando un trabajo que sea “socialmente necesario”.
 
¿Podemos ver el error en el método de Marx? Como apuntó Böhm-Bawerk, Marx había razonado en círculo. Afirmaba que el precio de mercado de un bien se determina por el trabajo socialmente necesario para producirlo. Por tanto no puede acudir al precio de mercado del bien para encontrar cuánto trabajo es socialmente necesario.
 
Y la misma falacia infecta una parte conexa de la teoría. ¿Cómo pueden las horas de trabajo requeridas para producir una unidad de un bien compararse con las horas de trabajo necesarias para fabricar un bien de un tipo completamente diferente? ¿Cómo puede compararse el trabajo del autor de este libro con el de Michael Jordan en una pista de baloncesto? (¿Y por qué el resultado de esa comparación tiene que poner al autor en una situación tan desventajosa?) ¿Cómo comparamos el trabajo de un cirujano con el de un albañil?
 
Salvo que Marx pueda llegar a una medida común del trabajo, no tendrá un teoría del valor trabajo. Tendrá que conformarse con distintos tipos de trabajo y será incapaz de explicar cómo se determina el ratio de intercambio cuando un bien producido por un tipo de trabajo se intercambia por un bien producido por otro.
 
Veamos si podemos adivinar la “solución” de Marx. Exacto: afirmó que las muy diversas formas de trabajo podían también reducirse a una medida común. ¿Y cómo se iba a hacer? Bien, ¡tomando como referencia los precios de mercado de los tipos de trabajo, por supuesto! (Por suerte, no vamos a explicar la complicada forma en que trató de hacerlo).
 
De nuevo, Böhm-Bawerk identificó la falacia. Usar precios de mercado para reducir los tipos de trabajo a una medida común evidentemente es razonar en un círculo. La falacia en que incurre Marx es exactamente la misma que aquélla de la que era responsable al definir el trabajo “socialmente necesario”.
 
  1. Establecer en detalle los pasos de la discusión mostrando que Marx es responsable de razonamiento circular en su intento de medir el trabajo socialmente necesario.
  2. Dadas las falacias de la teoría de Marx, ¿por qué pensamos que las hizo públicas? ¿No pudo ver las dificultades evidentes de la teoría?
 

Una anomalía final

 
Hemos comentado muchos e importantes problemas con la teoría del trabajo de Marx. (Si alguien dice aquí, “Demasiados y demasiado tiempo”, el maestro debe expulsarle de clase). Pero supongamos, por un momento, que dejamos aparte todos esos problemas. ¿Qué ocurriría?
 
Resulta bastante extraño, pero todavía no tenemos una teoría que explique adecuadamente el precio. Y de esto era Marx perfectamente consciente. ¡Sabia muy bien, y lo dijo explícitamente, que los bienes en una economía capitalista no se intercambian a sus valores de trabajo! (Sus razones, por desgracia, no pueden ser explicadas ahora, porque implican partes de la economía que todavía no hemos contemplado).
 
La situación es demasiado para creerlo. Marx se ha dedico a elaborar avances para obtener una supuesta teoría científica que explique por qué los bienes se intercambian a los ratios que lo hacen. Pero su teoría, como él mismo admite, no lo hace. ¿Qué nos da?
 
Marx contesta como sigue: es verdad, la teoría del trabajo no explica los precios reales. Pero si obtenemos los precios del trabajo, la teoría puede mostrar como se derivan los precios efectivos. Así reivindica su teoría: explica el precio de todas formas. De nuevo Marx encuentra su Némesis en Böhm-Bawerk. De una forma que no explicaremos aquí, demostró que el intento de Marx de deducir los precios reales a partir de los valores del trabajo no era correcto: los distintos apartados no sumaban.
 
En lugar de dedicarnos a los detalle técnicos de la deducción de Marx y la crítica de Böhm-Bawerk, apuntaremos un asunto más general. Supongamos que Marx pueda deducir los precios reales a partir de los valores del trabajo. Es decir, supongamos que la aritmética de Marx era correcta: ¿nos mostraría algo nuevo? La afirmación de Marx es que puede mostrar cuáles son las “leyes del movimiento” del capitalismo. Otros pueden sobrenadar la superficie, él se sumerge en las profundidades.
 
¿Pero cómo el deducir una cifra de la otra cumple sus requerimientos exactos? Un ejemplo nos ilustrará el problema. (Naturalmente, volvemos a naranjas y manzanas):
 
Una naranja se intercambia por una manzana.
 
En esta circunstancia, un ratio de intercambio 1:1, el precio en manzanas de una naranja es una manzana. Dado el precio en manzanas de las naranjas, podemos a su vez deducir el precio en naranjas de las manzanas. Pero haciéndolo no hemos demostrado que el precio en manzanas de las naranjas que de alguna manera subyace, sea más básico que el precio en naranjas de las manzanas.
 
Como confiamos haber demostrado, la teoría del valor trabajo no ofrece una alternativa aceptable a la teoría austriaca.
 
  1. ¿En qué tipo de explicación científica basó Marx su teoría? ¿Pensamos que su visión era correcta? ¿Por qué no?
  2. Echar una ojeada los primeros capítulos de “El Capital” de Marx, volumen I, para tener una idea de lo elaborada que es su teoría.
  3. ¿Cómo responde la praxeología al asunto de qué constituye una explicación genuina?